domingo, 15 de mayo de 2016

Los Gegos (Cap. XIII)




Este es el último capítulo de "Los Gegos" que aparecerá publicado en el blog.
Después de pasar por una valoración de lectura hecha por una profesional de la literatura, la novela ha salido bastante bien parada recibiendo una nota de 7 y con comentarios positivos hacia la novela y también hacia el autor.
Por eso, me he animado a publicar la novela y el próximo mes de junio (tal vez julio) sera su lanzamiento. De todo esto iré informando en este blog.
No obstante, si algún lector ha ido siguiendo los diferentes capítulos publicados, no le dejaré a medias y si lo desea, le mandaré la novela completa en formato PDF a la dirección electrónica que él me diga.                                


Conduje según las indicaciones que “el espía” me iba transmitiendo. Las afueras de la ciudad se hicieron evidentes cuando pasamos entre los últimos y pequeños bloques de viviendas que rápidamente dieron paso a un pequeño polígono formado por antiguos edificios que parecían almacenes abandonados; no se veía un alma y empezaba a nevar con más intensidad.
Enfilamos una carretera comarcal que enseguida se hizo empinada, notoriamente empinada, la visibilidad se hizo casi nula y lo único que yo atinaba a ver delante de mí era una blanca y reluciente cortina formada por los copos de nieve y que cortaba en seco la oscuridad de la noche, estaba seguro de que en cualquier momento no podría seguir avanzando por el firme de la carretera que cada vez recogía mas nieve. Reduje la velocidad hasta tener que meter la segunda marcha.
-¿Estás seguro que es por aquí? –aquel tipo no terminaba de convencerme, ni mucho menos, pero al menos no estaba solo y su compañía me daba cierta tranquilidad, al fin y al cabo era un agente del CNI.
-Sí –dijo-. Conduce despacio.
Maldito idiota. Despacio, si ya casi estaba parado.
-Oye, no pareces un agente de inteligencia –dije sin apartar mis ojos de la cada vez mas invisible carretera. Desde luego yo no era experto en espías ni en agentes de la inteligencia, y por supuesto deducía que todos los agentes no serian unos James Bond, pero aquel tipo no me encajaba en absoluto en ningún arquetipo habido y por haber de agente secreto.
Sentí su mirada y una mueca en su cara que me pareció una media sonrisa.
-El CNI me reclutó hace unos años para que les prestase mis servicios, de repente aparecieron en mi vida y sin darme cuenta, en pocas semanas, ya trabajaba para ellos, sí, para el poderoso servicio de inteligencia del Estado pero con un contrato temporal y con un sueldo irrisorio –volví a mirarle ¿Y para qué querría la inteligencia española los servicios de aquel tipejo? ¿Sería un súper karateca? ¿Por qué nos había estado siguiendo a mí o a Eve? El tipo continuó hablando-. Pero me atraía la idea, además, podía desarrollar mi trabajo sin barreras administrativas y saltarme montones de ridículas leyes, sin límites de presupuestos, con los medios más modernos a mi alcance, y eso me encantaba.
-¿Y cuál es tu trabajo?
-Soy parapsicólogo.
La sorpresa me dejó atenazado en mi asiento, sentí las manos agarrotarse en el volante, pero pronto me relajé, tenía su sentido, los Gegos, yo ya había descubierto que sin duda, aquella secta o lo que fuese, tenía algo especial y aquel tipo se dedicaba a estudiar fantasmas, por eso nos seguía, por los Gegos. Me sentí animado, mucho más animado.
-¿Y nos sigues por los Gegos? ¿Realmente son fantasmas para que el CNI ponga a un parapsicólogo detrás de ellos?
-Fantasmas, eso es lo que hace a este mundo mediocre, la gente como tú qué opina de las cosas sin saber exactamente de lo que está hablando.
Casi paré el coche, no me consideraba una mente privilegiada pero tenía cierta capacidad de razonamiento, había estudiado y siempre me habían interesado los programas de cultura, toda clase de temas.
-La parapsicología es la ciencia que estudia los espíritus –exclamé totalmente convencido y con ganas de soltarle un puñetazo por llamarme mediocre.
-Estudia el comportamiento de la mente en ciertos aspectos –aclaró-, exactamente cuando ésta trata de interactuar con el ambiente sin un vinculo físico de por medio, es decir, los fenómenos psi, habrás oído hablar de la telepatía, las percepciones extrasensoriales, la telequinesia, el que a la parasicología se le asocié directamente con los espíritus es una mera consecuencia del estudio que hace de la mente humana y la relación que ésta tiene con la energía que compone al ser humano y que con casi toda seguridad permanece en el espacio cuando éste muere.
Escuché con atención su explicación y entendí con más claridad el meollo en el que me había metido y casi comprendí las explicaciones de Eve sobre la Energía Madre que según ella regia los designios del ser humano.
-No sé quiénes son los Gegos de los que hablas, llegué hasta vosotros investigando un caso de asesinato –continuó explicando mientras yo escuchaba con tremenda atención-, la muerte de una joven a manos de un supuesto novio, el chico aseguraba que no fue él quien cometió el asesinato, pero las pruebas de la policía eran y son irrefutables en su contra.
Nika. El caso era idéntico al de la amiga de Eve.
-Da igual que no sepas quienes son, son peligrosos, trafican con bebes y no puedo entender como la policía no tiene ningún indicio sobre sus actividades delictivas, es más, parece ser como si les favoreciesen en sus actos.
“El espía” entonces me miró con mucha atención.
-Verás –el tipo pareció dispuesto a compartir conmigo cierta información- los Gegos de los que me hablas tienen que tener relación con algún grupo o asociación juvenil, digamos, que practican actividades fuera de lo normal.
-Son una secta –le aclaré. Pero el tipejo iba bien encaminado, los Gegos tenían relación con grupos juveniles, y mucha relación.
-Sí –dijo como si tal cosa-, una secta, esos grupos en muchas ocasiones actúan tapados por asociaciones culturales, juveniles e incluso benéficas, aparentemente sin ningún acto delictivo, la policía española no tiene nada en contra de ellos, tan solo el CNI posee cierta información.
“Muchos de estos grupos predominan en Estados Unidos y están implantados como religiones, nada de sectas, simplemente como religiones locales pero con una fuerza impresionante entre la comunidad juvenil, yo llegué hasta ellos después de semanas de investigación envuelto en mi rutina diaria de investigar la relación entre hechos delictivos y sectas u otras organizaciones que supuestamente interactúan con fenómenos paranormales; alguien anónimo, puso encima de la mesa de mi pequeña y apartada oficina, una copia de un extraño expediente –me miró con una irónica sonrisa dibujada en sus finos y blancos labios-, el CNI, a los investigadores de materias algo dudosas y difíciles de explicar a la opinión pública, como la mía, nos aparta como si tuviésemos una enfermedad contagiosa, en fin, el expediente contenía la información sobre la muerte de una muchacha que acababa de dar a luz, tan solo 18 años, muerta en un extraño accidente sin resolver y la posterior adopción del bebe por un grupo religioso, adopción totalmente legal a todas luces, en principio no entendí que significaba aquel expediente encima de mi mesa, pues desde luego no parecía tener ningún ingrediente paranormal, la policía había investigado el caso de cabo a rabo sin encontrar nada anormal, la joven frecuentaba un grupo de amistades que compartían una organización juvenil benéfica, una especie de ONG, algo raro y que no encajaba con la vertiginosa vida de diversión del grupo, pero nada ilícito, nada fuera de lo corriente, sólo el extraño y escueto testimonio de la pobre madre que decía “mi hija era otra”. ¿Qué podía sacar en claro un parasicólogo de aquel caso? Me puse a buscar expedientes de jóvenes madres muertas en extrañas circunstancias y que hubiesen dado a sus bebes en adopción, antes o después de su muerte, y había algunos para mi sorpresa, pero todos resueltos por la policía, y los que no, no incluían ningún elemento extraño como la declaración de la madre de mi chica. Entonces me puse a buscar entre mi lista de sectas y grupos extraños, los que pudiesen, sobre todo, tratar con jóvenes y que hubiesen tenido alguna denuncia por trato o desaparición de bebes, la lista en España era muy escasa, así qué miré en Estados Unidos, la lista de estos grupos era innumerable, numerosas sectas y grupos religiosos estaban relacionados con el tráfico de bebes, abusos de menores, trafico de drogas e incluso asesinatos y desapariciones de muchos de sus miembros, pedí permiso a mi jefe para viajar a Estados Unidos a investigar alguno de esos grupos, claro que no me lo concedió, pero para mi sorpresa, al cabo de dos días me presentó unos fondos y el permiso para marcharme a Los Ángeles, alguien le había convencido, imaginé que él mismo que dejó el expediente sobre mi mesa”.
No dejaba de nevar, no sabía cuántos kilómetros llevábamos recorridos y cuantos quedarían para nuestro destino, el agente del CNI parecía haberse olvidado del GPS mientras me contaba toda aquella historia. Sectas, me di cuenta de que no sabía mucho de muchas cosas, exactamente no sabía lo que era una secta.
-Ya en el país americano, me llamó la atención uno de esos grupos –continuó-, en Estados Unidos tienen controladas a miles de sectas y muchas de ellas tienen cierta permisibilidad mientras no lleven una actividad delictiva demasiado pronunciada, Estados Unidos es el país más liberal del mundo donde se ejerce sin contemplaciones una ridícula y esperpéntica doble moral, en cualquier caso, mi investigación sobre uno de estos grupos me llevó a interesarme por el caso de un joven español estudiante de psicología en la Universidad de California, el chico en la actualidad está condenado a muerte por el salvaje asesinato de su novia.
Me removí en mi asiento y sentí un escalofrío a pesar de que la calefacción del coche funcionaba a todo gas y no dejaba de expulsar chorros de aire caliente. Nuevamente relacioné aquel caso con el de Nika, la amiga gótica de Eve y de lo que había pasado hacía tan solo unas horas.
-La cosió a puñaladas –sentí su mirada clavarse en mí-. El chico, en su declaración ante la policía sólo dijo que “no recordaba, que ellos se habían apoderado de su mente y le habían ordenado matarla.” El abogado de la acusación y el fiscal terminaron de merendárselo alegando que empleaba aquellas fantásticas artimañas como último recurso para defenderse de su indefendible crimen. Pero claro, ellos no son parasicólogos, yo sí, estaba claro que el chico se refería a que alguien se había apoderado de su mente, como la madre de la chica española muerta en un extraño accidente y que decía que “su hija era otra”. Anuqué mínima, había encontrado una relación, ahora sólo tenía que averiguar a quien se refería el chico, quienes fueron los que le obligaron, quien le indujo a cometer aquel terrible crimen, investigué el caso y descubrí que el joven había comenzado a acompañar a su novia a fiestas organizadas por una especie de organización juvenil, donde las fiestas para jóvenes eran abundantes, alcohol, drogas, pero todo dentro de una inmaculada legalidad, ninguno de los chicos y chicas eran forzados a nada, el caldo de cultivo de los jóvenes americanos es una mezcla explosiva, me las arreglé para hablar con alguno de aquellos jóvenes y descubrí que aquella organización no era diferente a miles de religiones que pueblan los Estados Unidos y que basan su culto en una súper Inteligencia o Energía Madre.
-Es lo que Eve me contaba –atiné a decir con mi boca seca y medio mareado por todo lo que me estaba contando aquel tipejo.
-Ellos –prosiguió “el espía” sin prestarme atención-, mejor dicho, sólo algunos de sus líderes, gente exclusiva, personas especiales, son capaces de reconducir esa energía, son los pastores, y según mis informes, aunque no pude acercarme a ninguno de ellos por supuesto, son súper millonarios, intocables en el sistema americano. Pero yo ya tenía claro que aquel joven, de alguna manera, había sido inducido telepáticamente, mentalmente.
Clarísimo. De repente, como había visto en numerosas películas de misterio y terror, el sobrio edificio apareció ante nosotros a través de la cortina de nieve, agujerado por algunos puntos de luz procedentes de sus escasas ventanas.
-Sí –afirmé con toda la tranquilidad del mundo-, los Gegos son uno de esos grupos, seguro, no sé si son americanos, españoles o extraterrestres, pero desde luego se asemejan a lo que me estás contando porque según decía Eve, adoran a una súper inteligencia eterna que utiliza al ser humano como un mero vehículo para su deambular por el Universo.
-Eso es –dijo sin aparente sorpresa-, no sé si habrás oído hablar de la Teoría de la Determinación del Universo.
“No” pensé en contestar. ¿O sí? Eve mentó entre sus disparatadas teorías algo sobre la Determinación, claro, mi mente últimamente había oído tantas cosas, el caso es que la palabrita tenía su significado: determinación.
-Que todo está determinado en el Universo –se me ocurrió decir.
-Exacto, todo en la evolución del Universo ha sido preparado para que siga unos designios con una propuesta clara, unos dicen que la creación de la vida tal como nosotros la conocemos, otros, una inteligencia aun superior a la nuestra, de la que el ser humano tan solo sería un puente hacia esa gran Inteligencia -aquello sí que me sonaba-, incluso Stephen Hawking viene a decir que si los humanos no somos capaces de desarrollar técnicas de conexión directa entre su cerebro y los ordenadores, correremos el riesgo o el peligro real, de que los ordenadores, las máquinas, se apoderen del mundo.
Stephen Hawking, lo único que sabía de aquel tipo, es que iba en silla de ruedas totalmente parapléjico y que hablaba a través de un ordenador, y también que era uno de los científicos más eminentes del mundo.
¿Cómo podía haber dicho aquellas cosas?
-Pues hay muchos grupos que adoptan esa teoría para sus cultos religiosos –continuó el espía-, muchos son religiones cada vez más importantes y conocidas, otros menos y hay grupos que entremezclan esas creencias con fenómenos paranormales y algunos de estos grupos son sectas.
Me desvié por una estrecha carretera con un firme bastante limpio a pesar de la nevada, siguiendo las indicaciones que me daba el del CNI que por un momento pareció dejar apartadas sus macabras historias sobre sectas e inteligencias; enseguida llegamos a la parte delantera del manicomio, o lo que fuese aquel lúgubre lugar. El pequeño parking estaba totalmente cubierto por la nieve que parecía amarillenta por el efecto del reflejo de las luces de mi coche.
-Apaga los faros.
-¿Qué los apague? –contesté con cierta irritación.
-Sí.
Le hice caso. No veía un pimiento, casi a tientas aparqué el coche en el primer espacio que encontré. Salimos al exterior y enseguida sentí la fría nieve golpear con sonora fuerza mi cara, temblé de pies a cabeza y no sólo por el frio; había estado en compañía de Eve, dudando de ella sobre todo lo extraño y, porque no decirlo ya, sobrenatural de los sucesos que había estado viviendo a su lado, sí, y había dudado de ella a pesar de que a cada segundo que iba pasando a su lado, me había ido convenciendo de que algo especial envolvía a la fantástica muchacha, finalmente me había deshecho de su compañía para encontrarme con un agente del CNI que decía que era parasicólogo, un estudioso de espíritus y fenómenos extraños, o como había explicado él mismo, un estudioso del poder desconocido de la mente humana.
Miré hacia el siniestro edificio y sentí miedo. Mucho miedo.
Nos detuvimos a unos pocos metros de la entrada principal presidida por unas grandes puertas de hierro a las que se accedía por unos planos escalones de piedra escondidos en la oscuridad de la noche. Dejamos a un lado la entrada principal y bordeamos el perímetro que dibujaba la inmensa mole de hormigón que eran las paredes de aquel edificio, seguí al agente por la estrecha acera prácticamente pegados a la pared.
-¡Oye! –grité intentando hacerme oír entre el lastimoso ruido que provocaba el viento y la nieve al chocar contra el hormigón-, ¿por qué no pasamos directamente? Eres medio policía y esa chica podría estar en peligro si es que no le ha pasado algo ya.
El del CNI se detuvo en seco y me miró, con cierto enfado, o eso me pareció, porque a pesar de que estaba prácticamente a mi lado, la visibilidad era penosa.
-No grites –dijo, su voz ahogada por el viento parecía aún mas juvenil-, ya te dije que me han desautorizado para seguir con esta investigación, si los vigilantes de seguridad nos descubren tendremos aquí enseguida a un ejército de policías.
Tal vez fuese lo mejor, la policía. Miré de nuevo la silueta del edificio. Tenía que seguir con aquello, tal vez fuese la pista definitiva. El parasicólogo continuó andando pegado a la pared y al doblar una esquina se detuvo en seco, no pude evitar llevármelo por delante. A unos pocos metros, pegado a la acera, estaba estacionado un coche, su motor ronroneaba haciendo que el humo del tubo de escape se elevase en una nube continua que parecía flotar como una fantasmagórica niebla en la fría noche, sus luces encendidas me cegaron, pero no impidieron que pudiese ver que detrás había otro vehículo aparcado. Los dos nos volvimos a esconder detrás de la esquina. Nuevamente sentí mi corazón desbocado e irresistibles deseos de salir corriendo hacia mi coche, hacia mi casa, alejarme de allí para siempre. Pero nadie pareció bajar del auto y venir hacia nosotros, si había alguien dentro, nos tenía que haber visto. Aguardamos unos segundos pegados a la pared hasta que el tipo del CNI volvió a asomarse.
-No hay nadie en el coche –afirmó sin demasiada convicción y comenzó a andar con una torpe cautela. Desde luego no aparentaba tener muchas dotes de espía. Le seguí hasta llegar al vehículo con mi corazón latiendo afanosamente.
Era un coche de vigilancia privada rotulado por toda su chapa con los logotipos de una empresa de seguridad, estaba detenido junto a una estrecha puerta de aluminio abierta de par en par que dejaba a la vista una oscuridad nada alentadora.
Entonces me quedé de piedra, sentí como un calor sofocante volvía a llenar mis células a pesar de que a aquellas alturas ya estaba calado hasta los huesos, deseé desaparecer lleno de una angustia aterradora, el otro coche, el que estaba parado en silencio detrás del de vigilancia, aún no estaba cubierto de nieve y se podía apreciar claramente el color blanco de su chapa. Era un Ford, un pequeño Ford blanco, era el maldito Ford blanco al que yo había perseguido hacía ya tres larguísimos días por las carreteras de la Sierra de los Monasterios hasta llegar a la ciudad donde acabé peleándome con el chico que lo conducía, el tal Candy.
-Están aquí –anuncié con un murmullo al del CNI que me miró con unos ojos revoltosos e infantiles, aquel tipejo desde luego continuaba sin darme ninguna confianza.
-¿Tus amigos los Gegos? -Le devolví la mirada como queriendo atravesar su estúpida cara con mi mano abierta. Sacó su pistola, por fin, y esta vez pude apreciar en sus ojos una serenidad que no había apreciado en él hasta entonces y que consiguió relajarme un poco.
-Sí, ellos –volví a mirar al Ford blanco como quien mira a un perro rabioso atado que no para de ladrar ferozmente ni de mostrar sus afilados caninos-. Tal vez deberíamos llamar a la policía.
-Si viene la policía, ellos huirán mucho antes de que puedan cogerlos y además, no hay tiempo, la chica no tiene tiempo.
Asentí con mi cabeza, que podía hacer.
-Sígueme y no te hagas el valiente –dijo. “Valiente”, desde luego aquel tipo tenía una mezcla de estupidez y serena valentía-. Sólo una cosa, creo que ya lo has notado, pero algunas cosas de lo que escuches o veas, pueden no ser real, intenta seguir las señales de tu cerebro, no te dejes guiar por otras sensaciones.
Aquellas palabras no me tranquilizaron en lo más mínimo. Me echó una última mirada y martilleó su pistola.
-Vamos.
Le seguí intentando analizar su último consejo y al instante nos tragó la oscuridad del interior del edificio. Desde luego que no iba a hacerme el valiente, aunque quisiese, estaba dominado por un maldito estado de nervios y angustia, sentía pánico y estaba seguro de que me iba a encontrar envuelto entre un ejército de fantasmas y espíritus.
 Pronto la oscuridad cedió un poco. Recorrimos un pasillo estrecho pintado de lo que parecía ser un gris oscuro, desde el techo hasta el suelo. Sólo se divisaba una puerta, al final del pasillo.
-Este edificio es grandísimo –mis palabras, aunque parecían un susurro, rompieron el mortífero silencio y me sentí un poco mas aliviado- ¿Dónde vamos a buscar a la chica?
El de la americana blanca tan solo me miró y con un gesto desagradable me indicó que guardase silencio. Guardé silencio. La puerta estaba ya a unos pocos metros y las últimas palabras que había soltado por mi boquita, me habían servido para controlar el estado de ansiedad en el que me encontraba hacía tan solo unos segundos.
“¡BOUNG!” Salté literalmente y solté un grito aterrador, el del CNI no gritó, pero su cuerpo se estremeció delante de mí y apuntó estuvo de soltar la pistola, su reacción fue la de echar a correr hacia la puerta. Yo le seguí, no me quedaba otra y menos después del desgarrador ruido, mis piernas temblaban, mi estomago parecía haberse contraído como si fuese un mero objeto de goma, no pude evitar tropezar con el liso suelo, caí de rodillas sin que el de la americana me prestase el más mínimo caso. Me levanté apoyándome en la rugosa pared gris. Crucé la puerta que el parasicólogo ya había traspasado desembocando en un hall, al fondo, una puerta abierta dejaba entrever unas escaleras, corrí, el del CNI no me esperaba, ya le había perdido de vista, sentí como una fuerza invisible proveniente de mi propio interior tiraba de mí como queriendo tragarme a mí mismo, las fuerzas me abandonaban, el nudo en mi garganta me presionaba lo suficiente como para sentir que las lagrimas ya recorrían mis mejillas, pero a pesar de todo sabía que no debía detenerme, no podía perderme en aquel maldito lugar, apreté los dientes y empecé a subir las escaleras. Arriba escuché varias voces. Y otro golpe casi idéntico al primero pero con algo menos de intensidad.
Llegué a la primera planta, miré a ambos lados del pasillo. Totalmente vacío, si mal no recordaba, el edificio constaba al menos de 3 o 4 plantas, no podía recordarlo exactamente. Debía de seguir subiendo, de repente, una sombra apareció al final del interminable pasillo, mi corazón dio un doloroso vuelco, pero no era ningún fantasma, era un tremendo guardia de seguridad con su pistola en la mano y notablemente excitado.
-¡Quieto! –me gritó. Vi como aquel enorme hombre uniformado me apuntaba con su pistola y pegué un salto hasta la escalera. Subí corriendo intentando no pensar en todo el enorme lio y en el inmenso peligro en el que estaba envuelto. Continué ascendiendo por los peldaños sin saber lo que podría encontrarme arriba; llegué al segundo piso donde todo estaba escuro y continué subiendo. Paré de golpe en la tercera planta, al final del pasillo el agente del CNI apuntaba a alguien en una de las habitaciones junto a un bulto inerte en el suelo. Parecía el cuerpo de un policía. Detrás de mí se acentuaban los pasos del excitado gigantón. No sabía qué hacer, me quedé mirando al de la americana blanca como un niño que ve a su madre inconsciente a su lado, enferma, sin saber qué hacer y perdido en medio del mundo. El vigilante llegó a pocos metros detrás de mí, su respiración sonaba como una máquina de vapor.
-Al suelo –resopló. Le miré de reojo y pude apreciar cómo me apuntaba con su pistola, el del CNI dijo algo delante de nosotros, algo que no entendí-, vamos, te he dicho que te tires al suelo cabron y con las manos sobre la cabeza.
-Una mujer está en peligro –dije mirándole con cara de suplica y levantando mis manos en señal de rendición. Noté como mi vejiga estaba a punto de explotar. La tensión me asfixiaba.
El hombre dio un paso más.
-De rodillas –le hice caso.
Vi como el vigilante sacaba sus esposas dispuesto a usarlas conmigo. Entonces, el agente del CNI comenzó a andar hacia atrás. Las luces blancas mortecinas del techo temblaron proporcionando un efecto de oscuridad-claridad. De la habitación salió la mujer árabe vestida con un largo camisón de hospital, miraba hacia el suelo y entre sus manos llevaba un libro. Alababa o rezaba en voz alta. La joven mujer, esta vez no tenía nada que ver con el aspecto que presentaba cuando Eve y yo la encontramos practicando el macabro ritual en la casa del mercado de Granada; detrás de ella, un joven la apuntaba con un arma que desde mi posición me pareció excesivamente mortífero y exagerado para la situación, un fusil o metralleta como las que se podían ver en la actualidad en la modernas películas bélicas, un fusil de asalto.
Detrás salió otro joven igualmente armado, era el Candy, y detrás pude intuir el movimiento de una sombra. Tuve la seguridad de que era uno de aquellos Gegos, uno de aquellos seres capaces de dominar la energía que nos envuelve. Sentí un amargo escalofrío que hizo temblar cada uno de mis miembros.
Desfilaron en una extraña procesión, todo me parecía irreal, el guardia jurado había dejado de prestarme interés momentáneamente y observaba hipnotizado, con las esposas colgando de su mano como un extraño rosario, la inquietante procesión.
-Dejad a la muchacha –escuché claramente como soltaba el parasicólogo enfrentándose a aquellos jóvenes paramilitares con una valentía y aplomo que me sorprendieron.
Las luces del techo tintinearon con mucha más intensidad haciendo que la oscuridad fuese mucho más negra y amenazante. Entonces vi claramente la sombra, era idéntica a las que había descubierto en la carretera del Poblé, a las del almacén de tés, a la que saltó por la ventana en la habitación de la Alcaecería, su simple visión hizo que se me nublase la vista dolorosamente, nuca había sentido nada así, mi cabeza no me respondía, temí por mi razón. Aquella sombra no era de este mundo.
El vigilante parecía estar paralizado a mi lado, su corpachón de casi dos metros y sembrado de duros músculos, parecía una estatua de piedra. “No todo lo que veas puede ser real”. Sentí la mirada de la sombra.
-¡Voy a disparar! –chilló la voz del agente del CNI.
Escuché las macabras carcajadas de los chicos.
El fluorescente más cercano a nosotros parpadeó locamente sobre nuestras cabezas antes de estallar como si le hubiesen incrustado un enorme petardo en su interior. El guardia jurado y yo nos tiramos al unísono al suelo, sentí trozos de cristal y plástico caliente sobre mi cabeza y espalda.
“¡Bang!” “¡Bang!” Tuve la seguridad de que si permanecía así, sin moverme, tirado en el suelo, moriría, pero no conseguía articular movimiento alguno, mi cerebro, dueño y señor de mis actos, parecía haberme abandonado, sin embargo, el vigilante parecía recobrar su compostura y consiguió gritar algo mientras se levantaba del suelo; el estruendo siguiente hizo que me sintiese como si me encontrase en el centro de un infinito campo de batalla, y eso que no había hecho ni el servicio militar. Uno de los chicos de los Gegos, o varios de ellos, hacían uso de sus metralletas, escuché el desalentador chillido de pánico y de dolor del vigilante antes de que su cuerpo cayese pesadamente a mi lado. Debía de huir de allí. No supe de dónde, pero pude reunir un puñado de fuerzas y comencé a gatear por el suelo, sin rumbo, mientras escuchaba un nuevo disparo de la pistola del parasicólogo pensando tontamente que era una lucha completamente desigual, un David luchando contra una infinidad de Goliats. 
Me arrastré por el suelo todo lo rápido que pude hasta que encontré una puerta entreabierta. Ya no sentía mi corazón, los temblores que sacudían mi cuerpo hacían inútil cualquier intento de recuperar la calma; el cuarto era un aseo, a pesar de mi estado, pude oler el intenso tufo a orinas y defecaciones, me metí en el pequeño retrete acompañado de aquel olor. Si decidían venir por mí, mi muerte estaba asegurada, nunca antes había sentido la muerte tan cercana. No quería seguir llorando, pero no tenía fuerzas para otra cosa, estaba aterrado, me acurruqué detrás de la puerta intentando ni tan siquiera respirar.
Las voces se hicieron más intensas pero los disparos cesaron por completo. Cerré los ojos y recé al Dios al que hacía muchos años había olvidado en un rincón, pensé en mi mujer, en mi futuro hijo. En Eve, ojala hubiese estado conmigo en aquel mismo instante. Las voces se fueron apagando y todo volvió a quedar en silencio, escuché la voz del parasicólogo que me llamaba por mi nombre, tuve la certeza de que era su fantasma porque no podía haber sobrevivido al terrible tiroteo.
Se produjo un nuevo silencio en el que tan solo pude escuchar unos pasos que se fueron acercando hasta detenerse justo al otro lado de la puerta. No podía mas, notaba como la histeria estaba a punto de arrancarme la ultima pizca de sensatez que me quedaba, me levanté, impulsado por alguna nueva fuerza hasta entonces oculta en mi interior, dispuesto a vender cara mi muerte, apreté mis puños al tiempo que alguien abría la puerta.
Chillé como una dama atrapada en medio de una banda de secuestradores hasta que delante de mí apareció el de la americana blanca, me miró con su pistola en la mano, no era un fantasma, estaba vivo aunque su pelo se levantaba en mil remolinos y tenía algunas manchas de sangre por su mejilla.
-¿Estás bien? –Me preguntó al tiempo que mi grito se ahogaba dentro de mi garganta-. Se han llevado a la chica –anunció al comprobar que no iba a obtener respuesta a su pregunta.
Tiró de mí y le seguí nuevamente, la sangre comenzó de nuevo a fluir por mis arterias y venas; volvimos al pasillo donde un tramo del techo estaba completamente arrasado por los disparos y el suelo cubierto por múltiples trozos de cristal, pladur, y otros materiales, las luces no parpadearon esta vez y el musculoso vigilante y el policía que había estado tendido en el pasillo, parecían recuperarse muy lentamente sin que al parecer tuviesen ninguna lesión importante. No nos prestaron la más mínima atención.
-¿Por qué se la llevan? –pregunté como un niño apesadumbrado por algún problema de mayores.
-Esa mujer tiene que saber algo que para ellos es muy importante y que no han sido capaces de sacárselo aquí –me contestó mientras seguía andando, casi corriendo.
-Esa chica sabe dónde están mi hermano y su nieto.

-Entonces, tu hermano y su nieto tienen una gran importancia para ellos.