domingo, 27 de diciembre de 2015

Los Gegos (Cap. XII)


Ya no nevaba, pero un frio y blanco manto cubría las calles de la ciudad y aunque ya no era de noche, el cielo gris y encapotado llenaba todo de oscuras y tristes sombras. No tenía ni idea de en que parte de la ciudad me encontraba y mucho menos de cómo llegar a mi coche; andaría hasta preguntar a alguien por el centro y desde allí ya podría orientarme. Saqué algo del bolsillo de mi chaqueta, era el gorrito de lana de Eve que había recogido del suelo durante la pelea, en algún momento de la noche lo debí de meter en mi bolsillo y aún permanecía allí, sin pensármelo dos veces me lo puse, y aunque me quedaba algo justo lo dejé en mi cabeza.
Miré con desgana mi móvil donde descubrí un buen número de llamadas perdidas, la mayoría de mi mujer. No tenía ánimos para hablar con ella, pero estaba claro que debía de hacerlo y más bien pronto.
Sentí, como un agridulce regocijo y como si fuese un adolescente en su primera relación amorosa, las ganas, la necesidad de volver a hablar con Eve, de verla, la amenaza que me había hecho el inspector, sin duda era real, pero al menos tenía que escuchar de su propia voz que se encontraba bien.
Busqué su número en mi móvil y lo marqué.
-Hola –la voz de Eve penetró de lleno en mi cuerpo revitalizándome como la más poderosa de las vitaminas.
-Eve –sentí que la emoción no me dejaría hablar, debía de serenarme-, Eve, ¿estás bien? ¿Dónde estás?
-Sí estoy bien, no te preocupes ahora por mí, estoy bien de verdad, de regreso a casa, con mi hermana.
No sabía que decirla, todo había salido mal y algo dentro de mí, a pesar del cariño que había cogido por aquella chiquilla, la culpaba de haberme utilizado y más después de lo que me había contado el comisario.
-Eve, la policía –no sabía cómo seguir-, el inspector que lleva el caso de mi hermano dice que hay denuncias contra mi hermano por el rapto del bebe, incluso de su propia hija, todo…, todo se ha complicado mas.
-Ellos quieren al bebe, no sé porqué, pero ese bebe es importante para ellos.
Aquellas palabras me dieron miedo, más miedo aún, estaba inmerso en medio de una trama cuyos principales actores parecían ser una especie de líderes sobrenaturales capaces de dirigir poderosas energías capaces a su vez de regir el devenir del Universo; miré a mi alrededor, todo estaba en calma y me encontraba en las puertas de una comisaría de policía, aquello que contaba aquella loca y fascinante muchacha sólo era fantasía, no tenía nada que temer, vivía en una mundo real donde las fantasías únicamente estaban limitadas a las películas y los libros, pero a pesar de todo, me sentía asustado y abatido, y ahora sin Eve a mi lado, mucho más.
-¿Qué quieres decir?
-Se están tomando muchas molestias y utilizando una fuerza desproporcionada, en el tiempo que estuve a su lado nunca vi cosas semejantes, con el bebe de tu sobrina no están escatimando recursos, lo de Nika, te atacaron en el almacén de tés con algo más que la simple intención que asustarte, y ahora lo de Salhí.
-Pero Eve, si ni siquiera sabemos si ese hombre de la habitación era Salhí –un temblor recorrió mi cuerpo al recordar la escena de la habitación, aquel pobre hombre atado en la silla en manos de aquella… diablesa-. No sabemos nada Eve, nada.
-Claro que sí, claro que sabemos algo ¿cómo hemos llegado hasta aquí entonces? Y ellos están siguiendo el mismo rastro que nosotros y lo peor de todo, es que tal vez ahora hayan tomado la delantera ¿no te das cuenta?
No, no me daba cuenta de nada, no quería estar echando una maldita carrera con los siniestros seres de aquella secta. Pero Eve tenía razón, algo extraño estaba sucediendo a nuestro alrededor, a mí alrededor, aunque yo no quisiese reconocerlo y me resistiese a abandonar mi solido y querido mundo real.
-Está bien Eve, pero aquí termina toda nuestra información, la policía no nos dejará seguir husmeando, ahora todo está en sus manos, tal vez sería mejor que mi hermano apareciese y entregase el bebe y que todo terminase antes de que vaya a peor. Aquí termina nuestra búsqueda.
-Debes de seguir.
Aquellas palabras me dejaron helado. Seguir. Yo. Solo
-¿Seguir a dónde Eve? Ellos son poderosos, tú misma lo acabas de decir, incluso la policía les da la razón –notaba como un denso nudo empezaba a poblar mi garganta. Asfixiándome-. ¿Qué puedo hacer yo? Sólo soy un pobre hombre Eve…
-No cielo no –su voz tan sincera y llena de sentimiento hizo por fin que uno de mis ojos dejase escapar una lágrima. Y luego otra. Aunque ella no me veía, no quería llorar-, tú no eres un pobre hombre, eres bueno, en cambio ellos son malos, aunque ahora todo parezca estar a su favor y en tu contra. Ellos recogen la energía negativa para hacer el mal, son astutos y poderosos…
No, no quería volver a escuchar aquellas fabulas sobre energías poderosas y sobre inteligencias infinitas. No quería. Pero ella siguió hablando a través del móvil.
-Pero también hay personas buenas que recogen la energía positiva, y son más y mejores. Y tú eres bueno cielo.
-No Eve –yo ya estaba llorando-, yo no soy bueno ni malo, sólo soy un pobrecillo que ha sido envuelto sin querer en un extraño lio y por supuesto que no tengo nada que ver con las extrañas energías de las que tanto hablas porque mi cuerpo y mi mente no serían capaces de recibirlas dentro de mí.
-Escucha, tal vez tu mente no esté capacitada o preparada para ser receptora de la energía, pero ella te busca ahora, estoy segura, quiere que la guíes.
Oh santo Dios, mierda con las todopoderosas energías que rigen los designios del Universo y que ahora me habían escogido para sus perversas guerras ¿Por qué habían elegido a un pobre mortal como yo?
-¿Y qué es lo que tengo que hacer, por Dios, Eve? ¿Qué tengo que hacer? –me volvía a sentir desesperado.
-No lo sé cielo, no lo sé.
No lo sabía. “¡Pero tú me has traído hasta aquí! ¡Tú me has metido en todo este jodido lio!” quise gritarla enfurecido. Pero… Tal vez ya no volviese a verla nunca. Respiré hondo y conseguí relajarme en parte, le conté con desgana lo que el comisario me había dicho sobre sus denuncias por prostitución y por chantaje. Sentí su melancólica sonrisa al otro lado de la línea como si fuese una palabra.
-Debes de creer lo que te diga tu corazón.
-¿Mi corazón Eve? Yo no creo en esas cosas, además, no te conozco, no sé casi nada de ti, siento que me utilizaste en parte.
-Tú puedes hacerlo porque tu corazón es puro –sus palabras comenzaban a sonar lejanas, demasiado lejanas, pero pude escuchar con claridad las ultimas silabas-. Seguro que estás muy mono con el gorro puesto y recuerda: la información fluye de unos a otros y debemos de intentar recogerla antes que lo hagan ellos.
-¿Qué…? ¿Qué dices Eve, qué quieres decir…?
-Y ten mucho cuidado, por lo que más quieras.
La comunicación se cortó. No pude deducir como había podido saber que yo tenía puesto su gorro de lana, probablemente lo habría intuido, sí, seguramente había sido eso, y de sus palabras sobre la información que fluía desde no sé donde hacia no sé donde, no tenía ni idea de lo que había tratado de decirme, pero no iba a perder demasiado tiempo en pensar en ello, porque lo que sí había entendido con meridiana claridad, había sido lo último que había dicho, y claro que le iba a hacer caso. Iba a tener mucho cuidado.
Comencé a andar decidido a llegar a mi coche y volver a mi casa. Todo aquel asunto había terminado para mí, esperaría en casa junto a mi mujer la aparición de mi hermano y del bebe, fuese en las condiciones que fuese.
Claro que iba a tener cuidado.
Me detuve un momento. Justo al lado del edificio nuevo pintado de un rojo rosáceo que recogía la comisaria, había un parking vallado por una alambrada y tapado por una fila de arboles que casi no dejaban ver su interior. Casi, porque puede divisar dos figuras dentro del recinto. Discutían. Mi corazón volvió a latir animadamente. Les conocía, uno era Carrascosa y el otro, el hombre de la tienda de ropa, el tipo que, ya podía afirmarlo con toda seguridad, me había estado siguiendo, el de la americana blanca y barata que había llegado justo a tiempo y de improvisto a la habitación donde se había desencadenado el infierno. Por lo visto no era ningún secuaz de los Gegos. Los dos gesticulaban de manera poco amistosa, sobre todo el inspector, que aunque no llegaba a escuchar ni por asomo sus palabras, estaba convencido de que amenazaba al de la americana en cierta manera. Deduje que también debía ser policía porque si había disparado y no estaba detenido, estaba claro que tenía permiso para utilizar una pistola, además, los dos estaban dentro del recinto policial. En cualquier caso, a aquel hombre le separaban puntos de vista muy diferentes a los del inspector Carrascosa por lo que podía ver delante de mí, y lo que más conseguía despertar mi ánimo, era la perspectiva de que si aquel hombre me había estado siguiendo, o a Eve, debía de ser por el caso de mi hermano. O por los Gegos. Tal vez aquel individuo me pudiese ayudar más que el inspector y sus esbirros.
Me apreté el gorro de Eve en mi cabeza como queriendo cubrir mis orejas, aunque en ese momento no sentía ningún frio. Tal vez lo que quería conseguir era hacerme invisible por arte y gracia de aquel gorrito de lana. Algo me decía que se iba a retrasar un poco más mi regreso a casa.
 Me acerqué con cuidado intentando no llamar la atención del policía que hacía guardia en la puerta de la comisaria, me coloqué detrás de un árbol y miré a través de la alambrada, conseguí verles mucho mejor, intercambiaron algunas palabras más y algunos gestos poco amistosos hasta que el inspector giró sobre sí mismo y envuelto en mil demonios abandonó el parking de la comisaria a bordo de un vehículo.
Si el de la americana blanca también subía en un coche, todas mis posibilidades de seguirle y de descubrir algo, se esfumarían antes de empezar, pero no, el tipo comenzó a andar hacia la salida del parking situada a unos pocos metros de mí, mierda, corrí hasta alejarme y esconderme detrás de una furgoneta, el individuo se alejó andando en una dirección desconocida para mí.
Le seguí con mi corazón latiendo a mil por hora y casi saliéndose por mi boca, aquel tipo podía representar mi última oportunidad para poder localizar a mi hermano antes que ellos. Anduvo hacia las afueras de Granada, no nevaba, pero el frio era intenso y mi cuerpo estaba cansado y agotado, le seguí con desdén, ocultándome cada muy pocos metros, intentando ser el mejor espía del mundo; el individuo parecía deambular sin dirección fija, parando en algunos bares, en uno de ellos pude contemplarle a través de un gran ventanal mientras bebía un licor oscuro casi de un trago, de repente salió del bar casi a la carrera, esta vez sí llevaba un paso firme y una dirección determinada. Se detuvo frente a un gran edificio de piedra, su construcción era antigua pero estaba perfectamente iluminado y reformado. Era un hospital.
El de la americana entró en el edificio con la noche ya cerrada sobre la ciudad, de nuevo comenzaba a llover, o tal vez nevar. Me acerqué a las acristaladas puertas de entrada con sumo cuidado hasta poder divisar el interior. El vestíbulo estaba casi vacío, el individuo preguntó algo en un pequeño mostrador y después de recibir una explicación de un hombre vestido de blanco, un enfermero o un celador, se introdujo por uno de los pasillos del hospital, me apresuré a seguirle temiendo que en cualquier instante alguien me diese el alto, pero el camino parecía estar libre, atravesé la puerta que daba a un largo pasillo vacio, miré a ambos lados, el de la americana blanca ya había desaparecido, empezábamos bien, escuché el timbre de un ascensor, corrí hacia mi izquierda hasta un pequeño vestíbulo, el ascensor se encontraba cerrado, miré los números rojos en la parte posterior, el uno parpadeaba, al fondo del vestíbulo estaba la escalera, corrí, nadie me aseguraba qué quien subía en el ascensor fuese el individuo al que yo seguía, pero hice caso a mi instinto, a mi recién estrenado instinto de espía, “ella te busca a ti, estoy segura”; subí las escaleras corriendo, me di de bruces con una pareja joven, sentí un dolor intenso en mi nariz. Un joven de aspecto saludable y enérgico me miró con unas tremendas malas pulgas y me dijo algo, nada amistoso.
-Lo siento –casi supliqué, hice un gesto con mi mano de disculpa y continué corriendo.
Llegué al rellano del ascensor de la planta segunda, el dos continuaba parpadeando, pero el ascensor no se detuvo, comenzó a parpadear el tres, subí, esta vez llegué con tiempo, una señora canosa pero relucientemente peinada esperaba la llegada del ascensor, se abrió la puerta y la señora preguntó a alguien del interior si subía o bajaba, alguien debió de contestar desde dentro, di unos pasos con toda la precaución del mundo, la señora no se decidía a subir interponiéndose entre la persona que había dentro y yo, antes de que se cerrasen las puertas, pude distinguir un trozo de tela blanca, estaba seguro de que era la ridícula americana del hombre al que perseguía. Sentí un enorme regocijo y continué a la carrera mi ascensión, llegué al cuarto piso, el ascensor pasó de largo, en el quinto y último esperé escondido detrás de la puerta de la escalera a que se abriese el ascensor. El hombre de la americana salió, iba hablando por su móvil, en voz baja, se detuvo ante la máquina de café y cortó la comunicación. Esperó mirando tontamente los letreros de las expendedoras de café y frutos secos. Yo también esperé, pero, ¿qué diablos esperaba aquel tipejo?
Al menos pasó un cuarto de hora con el de la americana mirando tontamente las expendedoras hasta que un vigilante jurado pasó a su lado, se detuvo junto a él y sacó un café de la máquina, me escondí rezando para que el uniformado no viniese hacia mí, pero no, el vigilante subió en el ascensor, y al instante, el de la americana blanca se apresuró a adentrarse por uno de los pasillos. Continué observándole desde el rellano de las maquinas como un niño que observa desde su escondite temeroso de que le pillen; el individuo se volvió de improvisto y echó una rápida mirada hacia donde yo me encontraba, escondí mi cabeza como una tortuga todo lo rápido que pude, me había visto, estaba seguro, esperé unos segundos preparado para lanzarme a la carrera escaleras abajo, pero no escuché ningún paso y con un enorme valor, como si pensase en encontrarme de bruces con el mismísimo diablo, volví a mirar.
Había desaparecido. Salí de mi escondrijo y anduve hasta el fondo del pasillo. Temblaba de pies a cabeza. Pero el de la cutre americana blanca parecía no haberme visto, para ser policía no parecía tener unos sentidos de alerta muy avispados. Una de las puertas estaba entornada, abierta, me adentré con mucho sigilo en un nuevo y corto pasillo, a mi derecha estaba el pequeño despacho del vigilante jurado y más adelante, sólo tres puertas, una a la derecha y dos a la izquierda, la última de ellas dejaba salir al pasillo un suave haz de luz amarillenta. Avancé y me detuve en el quicio, el de la americana blanca le preguntaba algo a un pobre hombre que reposaba en una cama entre tubos y cables y que miraba a su interrogador totalmente aturdido y asustado. Era el hombre que habíamos encontrado atado y torturado en el piso del mercado de la Alcaicería, junto a su cabeza, en la almohada, reposaba un pequeño libro, una pequeña Biblia que imaginé sería el Corán.
Contemplé la escena durante unos segundos hasta que el hombre árabe levantó temblorosamente su dedo y me señaló como si me reconociese, entonces, el de la americana me miró y sorprendido pareció querer decirme algo, pero el herido comenzó a balbucear algunas palabras, en árabe quise entender, y algunas en español, con ansia, con toda la histeria que su situación le permitía, “mujer, esposa”.
La temblorosa mano del hombre dejó de señalarme y buscó su Biblia, la agarró con una fuerza inapropiada para su lamentable estado apretándola contra su pecho. El árabe me miraba fijamente con unos ojos que se le salían de las órbitas. Sentí un miedo extraño, noté como un tibio calor recorría mis extremidades, mis piernas se aflojaban y temblaban, los aparatos empezaron a emitir pitidos y las líneas verdes de los monitores se hicieron planas.
-¡Eh! –Protesté mientras el de la americana blanca me arrastraba tirando de mí fuera de la habitación-. Ha dicho esposa.
-Sí, eso ha dicho, su mujer es la joven que le torturó, ¿Qué sabes tú de ella?
-¿Qué que se de ella? ¡Nada! ¡Ni siquiera sabía que aquel monstruo o lo que fuese era su mujer!
-Tú y la chica llegasteis hasta su casa, algo debíais de saber.
-La casa de Salhí –entonces recordé las últimas palabras de Eve “la información fluye de unos a otros y debemos de intentar recogerla antes que ellos”. El pobre tipo que acababa de morir allí mismo, ante mis ojos, era el tal Salhí, el hombre magrebí al que supuestamente mi hermano había acompañado hasta Granada transportando tés. Casi le agarré de la pechera. Le miré más de cerca, tenía cara de niño bueno, facciones blancas, más bien pálidas, daba la sensación de debilidad, como si acabase de superar una grave enfermedad, y era muy delgado aunque algo más alto que yo, que según mi última medición alcanzaba por poco el metro setenta; a pesar de su palidez era atractivo y tenía una mirada sincera, no aparentaba más de 23 o 24 años, y desde luego no parecía un policía. No me sentí seguro, si me cogían otra vez, no me salvaría nadie de la cárcel-. ¿Dónde está la mujer?
-Ingresada en un centro de salud –me dijo mirándome y apartando mis manos de su arrugada americana blanca-, en un psiquiátrico.
-Irán a por ella –dije lleno de excitación-, debemos de verla antes de que ellos la encuentren, ella nos puede decir algo.
-¿Algo sobre qué?
-Sobre mi hermano… –quise añadir “pedazo de estúpido” pero me contuve.
Volvimos a salir al pasillo, el vigilante se acercaba a toda velocidad.
-¡Eh quietos! –gritó.
Sólo pude ver como el guarda jurado se llevaba la mano al revolver de su cartuchera antes de que él de la americana blanca volviese a tirar de mi, esta vez con mucha más fuerza, hacia el fondo del pasillo, hacia la salida de emergencia, “¡vámonos!” escuché.
-Tú eres policía.
-Yo no soy policía –me replicó sin parar de correr.
-Llevas una pistola y te vi hablando con el inspector Carrascosa.
-Trabajo para el CNI.
-Mejor aún –solté sin pensármelo, conocía aquel organismo a través de la televisión y los periódicos, era la Inteligencia española donde se recopilaba toda la información para nuestra seguridad, donde trabajaban los espías.
-Escucha, no tengo ninguna autorización para acercarme a ese hombre, es más, lo tengo tajantemente prohibido y acaba de morir –explicó para seguidamente dar una patada al cristal inferior de la puerta de emergencia y conseguir romperlo abriendo un agujero lo suficientemente grande por donde se deslizó con agilidad, eché una fugaz mirada hacia el pasillo por donde no tardaría en aparecer el vigilante y le imité con toda la rapidez que pude, aunque de una manera más torpe y desgarrándome la chaqueta con un trozo de cristal.
Salí a la heladora oscuridad de la noche, al descansillo exterior de las escaleras de emergencia del piso 5 del hospital; el extraño tipejo que ahora decía trabajar para el CNI, comenzó a bajar los escalones de la escalera metálica de emergencia, saltando la barandilla de seguridad en cada descansillo, yo le seguía intentado no asfixiarme. Llegué jadeando hasta donde la escalera terminaba en seco su recorrido, estábamos en lo alto de un edificio pegado a los muros del hospital y hasta el suelo firme y seguro, aún nos separaba una altura de al menos un piso. Y ya no había escalera.
El de la americana se deslizó con agilidad por el muro de ladrillo visto hasta que quedó colgado por sus manos e inmediatamente se dejó caer al suelo. “Vamos salta” me apremió desde abajo. La altura era considerable y yo estaba harto de saltar y de escalar. Pero debía de hacerlo. Pero debía de hacerlo, con más miedo que vergüenza le imité y me deslicé por el muro, me rasgué todo mi muslo derecho y mi barriga con los ladrillos, sentí un intenso escozor al tiempo que mis manos resbalaban del muro mojado, frio y resbaladizo. Caí hecho un ovillo soltando un histérico grito. Pero pude levantarme, al parecer mantenía todas mis extremidades intactas, al menos sin grandes daños. Comenzamos a correr hacia la calle exterior del hospital al tiempo que el sonido de unas sirenas ganaba terreno.
-¿Tienes coche?
-Si –jadeé, apenas podía hablar, sentía que mi pecho iba a explotar de un momento a otro y no dejábamos de correr.
-¿Dónde?
Recordé el nombre de la calle de puro milagro, se lo dije y el “espía” introdujo unos datos en un enorme móvil, o un aparato parecido a un móvil que sacó de su bolsillo.
No paramos de correr hasta que llegamos a mi coche.
-El centro donde está ingresada la mujer está a casi 40 kilómetros de aquí, conduce y yo te iré guiando –dijo mientras manipulaba su GPS o lo que diablos fuese aquel aparato.
Yo no podía hablar envuelto en una espesa capa de sudor. Mis músculos estaban tiesos, agarrotados, pero aun así, accioné el mando automático de mi coche. Los dos subimos rápidamente y me puse manos al volante sujetándolo con tal fuerza que mis nudillos se enrojecieron al instante, como si temiese que el dichoso volante pudiese salir volando en cualquier momento.


                                                












miércoles, 4 de noviembre de 2015

Los Gegos (Cap. XI)


Llegamos a la Alcaicería en poco más de diez minutos. Eve parecía estar más distante que nunca, pensé que a pesar de su imperturbable serenidad y tranquilidad, todo aquel asunto y en particular el suceso de su amiga Nika, finalmente debía de estar afectándola, al fin y al cabo era una muchacha de poco mas de dieciocho años; por supuesto, también me preguntaba hasta que punto le habría afectado el que nos hubiésemos acostado. Tal vez hubiese sido mejor que no hubiese pasado. No, claro que no. No me arrepentía de nada, había sido hermoso y había experimentado sensaciones como hacía mucho tiempo.
-Eve –dije-, tal vez lo mejor es que dejemos todo esto, la policía tarde o temprano encontrará el rastro de mi hermano y del bebe.
-Si tú quieres –contestó sin parar de dar pasos entre la nieve-, como ya te dije antes, tal vez ellos dejen el asunto de tu hermano de lado, pero también puede ser que no paren hasta que tengan al bebe en su poder, cueste lo que cueste y al precio que sea.
Aquellas últimas palabras hicieron que volviese a sentir un desagradable escalofrío por todo mi cuerpo. No dije nada más. Nos adentramos en el laberinto que dibujaba el mercado. Los últimos locales estaban cerrando y los comerciantes guardaban sus más variadas mercancías, aquellas fechas, unidas al frio que estaba haciendo en la ciudad, no debían de ser los mejores aliados para los mercaderes de la zona.
-Buscamos la dirección y si no conseguimos sacar nada en claro nos volvemos, te dejo en tu casa y yo regreso con mi mujer después de que cuente a la policía todo lo que hemos averiguado, ¿de acuerdo?
Eve no pareció escucharme.
La cogí de un brazo y casi la obligué a que me mirase. Era hermosa y sus ojos oscuros desprendían un brillo sobrenatural. Deseé besarla allí mismo, en medio de las estrechas callejuelas.
-En tan solo unos pocos minutos e incluso unos segundos, el destino como le llamáis, puede cambiar el rumbo de un pueblo entero –aquella fue su respuesta. La solté resignado.
La calle que buscábamos estaba insertada en el corazón del laberinto de estrechos callejones. Apenas se divisaban ya algunas pocas personas paseando por la zona. La puerta de doble hoja de madera estaba cerrada a cal y canto, en la parte superior de la pared sobresalía un estrecho balcón en el que no cogería ni una persona, y a través de su ventana, se filtraba una pálida luz amarilla.
Me dispuse a llamar a la puerta pero Eve cogió mi mano.
-No
No estaba dispuesto a volver a allanar una propiedad privada y tampoco le iba a dejar a ella, esta vez había luz, lo que quería decir que tendría que haber gente. Esta vez…
Eve abrió la puerta sin ningún impedimento y se coló en una negrura amenazante que se desprendía del interior de la vivienda. No me dio tiempo a detenerla.
-¡Eve! –intenté controlar el volumen de mi voz desde la puerta. No me respondió pero acerté a distinguir su silueta en el pasillo. Me acerqué a ella casi a tientas y antes de que me dispusiese a sacarla, se me heló la sangre.
-Ellos están aquí –dijo casi en un murmullo. Ya sabía de sobra a quien se refería. Recordé las siluetas de la carretera, el momento de pánico que viví en el almacén de tés de los marroquíes y no pude evitar que se me erizase todo el vello de mi cuerpo. Todo. No pude articular palabra, sin saber porque, tenía muy claro que aquella muchacha tenía razón.
La seguí despacio sumergiéndonos en la oscuridad de la casa envueltos en un olor a humedad y en otro que cada vez se hacía más pronunciado y que yo no era capaz de distinguir; de improvisto, la oscuridad pareció ser partida por una cortina de luz amarillenta, semejante a la que se divisaba por la ventana del balcón desde la calle, dejando entrever una estrecha escalera de escalones de madera.
Intenté contener mi respiración consiguiéndolo a duras penas, como si en ello me fuese la vida, intentaba y deseaba que el silencio envolviese nuestros pasos, si los Gegos estaban allí, aquellos…, seres nos descubrirían con facilidad, pero sin duda era lo que estaba buscando, a ellos, nadie más que ellos podrían decirme que había sido de mi hermano y su nieto. Y allí tenía mi oportunidad.
Intenté rebuscar valor en mis más inexplorados rincones, pero no lo encontraba, noté mis órganos revueltos y un mal estar que cubría todas mis vías respiratorias. Estaba muerto de miedo.
La chica comenzó a subir la escalera silenciosa como un hada. “Eve no, vamonos de aquí antes de que sea demasiado tarde”, pensé, pero no podía hablar. Di el primer paso sobre los escalones de madera. La luz amarillenta proveniente del piso de arriba proyectó la silueta de la joven como la figura de un fantasma, esa ilusión óptica que tantas y tantas veces había visto en películas de miedo. Casi solté un grito. El desconocido olor se acentuó, uno olor dulzón, y no sólo el olor, unos claros y lastimosos lamentos provenían de algún lugar cercano, oh Dios, algo estaba pasando en aquel siniestro lugar y nosotros estábamos llegando con toda la facilidad del mundo, sin ningún impedimento.
La escalera desembocó en un pasillo, y en el medio del pasillo, la puerta por la que salía la luz y los lamentos. Eve pareció mirarme en la penumbra como diciéndome “estamos a punto de tocar el cielo, o el infierno”. Recorrió unos pasos, yo detrás de ella, de repente un grito apagó los lamentos, yo escuché mi propio grito de miedo como respuesta, después el silencio, un silencio mucho más inquietante que los lamentos, quería salir de allí. Eve estaba bajo el quicio de la puerta abierta, observando su interior, di dos pasos hacia ella. Todos los miedos de mi vida explotaron como el Big Bang, noté que mi vejiga licuaba sin mi consentimiento, sentí los demonios del infierno mirarme directamente a los ojos.
El hombre estaba en un rincón, era musulmán por sus rasgos, o por lo que quedaban de sus rasgos, porque su cara estaba casi totalmente desfigurada, su pecho se movía fatigoso, resistiendo con una lastimosa osadía a que la vida le abandonase, estaba desnudo, atado a una silla y ni un milímetro de su cuerpo estaba libre de haber sido repasado por innumerables cortes. En el medio del siniestro cuarto, la mujer, o mejor dicho, la joven, porque su cuerpo delgado y desnudo desprendía unas curvas tiernas y erguidas, pero lo más aterrador eran los ojos que brillaban rojos en medio del rostro femenino envuelto en uno de aquellos pañuelos que usaban las mujeres árabes y que yo en aquel momento ni quería ni podía recordar el nombre, y aquellos ojos rojos nos miraban y su boca se retorcía en una mueca que representaba la sonrisa del infierno, en sus manos llevaba dos utensilios cortantes casi tan largos como sus propios brazos.
-Basta ya –Eve habló con firmeza a aquella mujer diablo-, no les permitas que sigan utilizándote.
En ese mismo momento, sentí el movimiento en el rincón más oscuro de la habitación, una sombra mucho más negra se removió, quise distinguir una figura humana que con una rapidez desproporcionada abrió la puerta del balcón y saltó, sí, eso es lo que vieron mis ojos porque me obligué a aceptar que la ágil sombra había abierto la puerta del balcón y no la había atravesado sin más.
No pude seguir pensando porque la mujer semidesnuda se abalanzó sobre Eve.
-Puta de Cristo –la voz no era de mujer, y yo ya dudaba de que tan siquiera fuese humana, y yo ya había oído aquellas palabras.
Quise ayudar a Eve, pero sólo sentí en mi pecho con una violencia extrema, el impacto del grumo de carne y huesos en que se habían convertido los cuerpos entremezclados de las dos mujeres, un dolor inmenso invadió rápidamente mis pulmones y rodé por el suelo sintiendo que me asfixiaba, cerré los ojos e hice un enorme y doloroso esfuerzo por volver a respirar, asustado, muy asustado, pensando que aquello podía ser el fin, mi fin. Durante unos eternos instantes, sentí la pelea encima de mí mientras me debatía agónicamente en el suelo. Arrastré mis manos por el viejo suelo de parquet y agarré a tientas un pequeño trozo de tela, era el gorro de lana de Eve. Enseguida supe que no me iba a morir, al menos de manera inmediata.
-¡Quieta! –escuché una nueva voz y esta vez, la voz sí que era humana, la de un hombre y provenía de detrás de mí, luego escuché un ¡bang! o dos mientras seguía debatiéndome por respirar y por incorporarme.
Percibí como la pelea llegaba a su fin entre jadeos y en la oscuridad pude ver la silueta del hombre que había visto en la cafetería y en la tienda de ropa femenina mirando faldas con su ridícula americana blanca, no había sido imaginación mía, aquel individuo me había estado siguiendo. No atinaba a escuchar la voz de Eve, el ulular de las sirenas pronto fue subiendo por las escaleras que tan solo minutos antes habíamos subido llenos de pánico (al menos yo), una mezcla de pasos y voces siguieron al ruido de las sirenas por las escaleras, alguien me tendió una mano y me preguntó si podía moverme.
Sí, podía. Conseguí levantarme y aturdido me sacaron fuera del edificio. Me vi en la calle metido en una ambulancia rodeado de chicos y chicas uniformados coloridamente, médicos o enfermeros, me dieron algún medicamento y en unos instantes recobré la plena consciencia, tan solo me quedó el rastro de un leve dolor en mi pecho.
Fuera de la ambulancia me esperaban dos policías.
-¿Dónde está la chica? –pregunté.
-Por favor, debe de acompañarnos a comisaria –dijo uno de los policías uniformados.
-¿Dónde está Eve? –casi grité, mi temor a que le hubiese pasado algo me dolió en aquel momento mucho más que mi estado físico-. Necesito saber si la chica que me acompañaba está bien, por favor.
Uno de los policías me agarró de uno de mis brazos sin mucha delicadeza, sentí ganas de revolverme, pegarle un puñetazo y buscarla entre la gente y los coches con sirenas que rodeaban la puerta de la pequeña casa. El agente tiró de mí.
Finalmente decidí no resistirme y seguí al policía como un pobre conejito asustado hasta un coche patrulla.
En pocos minutos atravesamos parte de Granada hasta llegar a una comisaría donde sin ninguna explicación, me llevaron a un cuarto frio y desnudo de muebles, salvo una estrecha silla de madera a la que me dieron ganas de darle una patada. Me sentí rabioso, dolido, angustiado, desesperado. No sabría precisar cuántas horas pasaron hasta que un agente apareció y me preguntó con demasiado poco interés sí me encontraba bien y me ofreció un café.
-Oiga –exigí. Mi tono no le debió de gustar demasiado porque el policía me miró con muchas malas pulgas, pero no me importó, yo también tenía malas pulgas, al menos en aquel momento, ya no podía aguantar más-, quiero llamar a un abogado, ¡yo no he hecho nada maldita sea!
-Tranquilícese, enseguida hablarán con usted.
El policía tuvo razón, en cuestión de pocos minutos se volvió a abrir la puerta. Me quedé de piedra, allí estaba el inspector Carrascosa que llevaba el caso de mi hermano y como no, me miraba con una terrorífica cara de perro cabreado.
-Al final terminarás en la cárcel –dijo entrando en la habitación, paseando parsimoniosamente y sentándose en la silla de madera que yo había estado utilizando durante todo el tiempo que llevaba encerrado en aquel cuartucho.
-No he hecho nada –repetí ante el inspector, al fin y al cabo era mi principal y único argumento.
-Dos intentos de asesinato –esta vez me miró directamente a los ojos clavándome su egocéntrica mirada y haciéndome daño con ella-. Y siempre andas por ahí, como si nada, como me explicas eso, ¿eh?
-Yo no he hecho nada a nadie –volví a repetir intentando guardar mi compostura, acababa de vivir una experiencia que aún no tenía claro cómo calificar, pero era inocente y debía de demostrarlo ante aquel general, al menos no había nombrado el robo de la furgoneta que era de lo único que realmente me sentía culpable, y del allanamiento de morada…, en fin-, y usted lo sabe, sólo intento encontrar a mi hermano por Dios.
-¿Tu hermano? –gruñó-. Has de saber que tu hermano ya no consta como desaparecido ni parece ser que le haya pasado nada, más bien está fugado y hay una denuncia contra él por el rapto de un bebe, ahora está en busca y captura y si tú sigues entorpeciendo la investigación, te juro por Dios que te meteré en la cárcel por interponerte en la acción de la policía.
Me quedé de piedra. Habían denunciado a mi hermano. Los Gegos. Realmente tenían mucho poder. Sentí como se me saltaban las lágrimas.
-¿Quién le ha denunciado? –murmuré.
-Ha sido denunciado por una asociación cultural totalmente legal –se levantó y se dirigió hacia mi-, y por su propia hija.
Ya no quería seguir escuchando más, quería que la tierra me tragase, tuve la idea de ponerme a cantar alguna absurda canción mientras me tapaba los oídos con las manos como había visto en algunas películas de risa cuando no se quiere seguir escuchando.
-Pero como puede ser eso –balbuceé al fin abatido-, mi hermano tan solo quiere proteger a su nieto y mi sobrina tiene miedo o esos miserables la han absorbido el pensamiento, o amenazado, que se yo...
-¿Miserables? –el inspector me miró entonces con cierta curiosidad.
-Sí –me ratifiqué-, son unos miserables y usted debe de saber que detrás de esa organización benéfica de la que habla o lo que sea, se oculta algo peligroso que está fuera de la ley.
-Algo peligroso ¿eh? Así que una niñata casi adolescente ha sido capaz de conseguir meterte sus extraordinarias historias en la cabeza.
Eve. Aún no sabía cómo había salido librada de la batalla de la noche y con mi cabeza en plena ebullición dando vueltas y más vueltas a todos mis pesares, había conseguido olvidarme de ella.
-¿Cómo está ella? –pregunté ansioso.
-No te preocupes por ella y preocúpate por ti, que bastantes problemas tienes.
-Por favor inspector –insistí-, dígame tan solo si ha sufrido algún daño, si se encuentra bien.
-Está bien, no te preocupes –dijo finalmente mirándome como se miraría compasivamente a un mendigo que duerme en un banco de la calle en pleno mes de enero-, la niña parece bastante fuerte, tiene algunos golpes y un dedo roto pero se encuentra bien aunque acusada de muchas cosas para añadir a su curriculum.
Me sentí aliviado por saber que estaba bien, pero comprendí que había más sorpresas.
-¿Qué quiere decir?
-Tu amiguita, imagino que no lo sabías, tiene varias denuncias por prostitución ilegal y estafa a viejos indefensos -Esta vez si me llevé las manos a la cabeza. Eve una prostituta. Ya no pude contener las lágrimas, aunque a mis 40 años no debía de sorprenderme de nada, y no me molestaba tanto el que fuese una puta, me molestaba no haberlo averiguado y haberme dejado engañar. Y había estafado a hombres mayores que tan solo perseguían sus encantos. No podía creerme aquello-. Ahora escúchame bien porque es la última oportunidad que te doy, te voy a dejar marchar sin cargos, pero no quiero que te vuelvas a acercar a esa niñita, los dos solamente conseguís entorpecer las investigaciones de la policía.
Aquel ogro estaba intentando intimidarme, amedrentarme, coaccionarme sin ninguna vergüenza. Sequé las lágrimas de mis mejillas.
-Escúcheme usted –dije con una voz mucho más clara y potente de lo que hubiese esperado, me sorprendí-, no me creo toda esa mierda que cuenta de Eve y yo no he hecho daño a nadie ni he cometido ningún delito, tan solo quiero encontrar a mi hermano y usted lo sabe, y no me va a impedir que me acerque a la chica.
Había soltado las palabras a la carrera sin tener muy claro si serían lo suficientemente entendibles. Ya no me podía frenar.
-Y para su información –continué-, le diré que existen abogados y algunos son muy buenos.
Aguardé una descarga de ira por parte del inspector Carrascosa como la primera vez que le planté cara.
Pero no.
-Así que te gusta de verdad la niña –suspiró el policía. Y yo también suspiré-. Entonces te informaré de su situación, por si no lo sabes, su estabilidad familiar depende de un hilo, en cualquier momento puede perder la custodia de su hermana pequeña, ¿sabes lo que te quiero decir? Y me importan tres cojones tus abogados de mierda.
Debió de notarme demasiado apesadumbrado porque no volvió a decir palabra, y aunque sin duda era un tipo duro, tal vez llegó a sentir pena de mi.
Salió del cuarto como una sombra dejándome de nuevo a solas con mis agobiantes meditaciones. No sé cuánto tiempo más pasé envuelto en una negra nube hasta que una joven agente uniformada me indicó que la siguiese, firmé unos papeles, me devolvieron mis pertenencias y salí de la comisaria



lunes, 28 de septiembre de 2015

EL NIÑO DE LA CAMISETA ROJA

                         
Cándido conducía tranquilo por la amplia avenida flanqueado de parques y zonas verdes, a penas una manzana y desembocaría en su tranquilo barrio. Iba absorto en los preparativos vacacionales, aunque aún quedaban más de dos meses; llevaban tres años que, por unas u otras circunstancias, no habían podido disfrutar de unas autenticas vacaciones más allá de alguna escapada ocasional o un efímero viaje al pueblo, pero este año sí, y serían unas vacaciones diferentes, inolvidables, tal vez un crucero, o un hotel de lujo en algún lugar paradisiaco. Aún no estaba seguro, pero sin duda, serían unas vacaciones especiales.
-¡Dios! –bramó Cándido. El frenazo y el posterior y siniestro “¡Pof!” le dejaron aturdido durante unos agónicos segundos.
Había visto al niño, le había dado tiempo a verlo antes de que se perdiese por debajo del capo de su coche, un niño moreno con el pelo corto y una camiseta o jersey rojo.
Cándido temblaba de pies a cabeza.
Tenía que bajar del coche. ¿Y si lo había matado? Dios no.
Abrió con delicadeza su puerta como sí temiese despertar a la ciudad. Anduvo hasta la parte delantera del auto preparándose para lo peor. Pero no había nada. El niño no estaba. La sorpresa no le dejó disfrutar del indescifrable alivio. Se agachó. Debajo del coche tampoco había nada. Pero estaba seguro de haber visto al niño y su camiseta roja.
Unas rápidas pisadas le sobresaltaron, al otro lado de la avenida, por la acera, corría un chaval de no más de once o doce años, sí, estaba seguro de que era el mismo niño al que creía haber atropellado y que en aquel preciso momento se dirigía a media carrera hacia un parque cercano.
-¡Eh! –grito Cándido. Pero el chico no le hizo caso, sino que continuó su marcha hasta adentrarse en el parque, ni tan siquiera parecía cojear-. ¡Chico espera! ¿Estás bien?
Cándido cruzó la calle, casi llegó al parque a la carrera. No había ni rastro del niño. Atravesó los arboles y los bancos solitarios. Una senda mal cuidada y llena de piedras, abandonaba el parque y se adentraba en un pequeño bosque lindante. Atravesándolo. Conducía a un recinto amurallado de viejas piedras y ladrillos descorchados.
Era el antiguo cementerio.
La vieja verja de formas indefinidas y abstractas terminó de cerrarse. Cándido pudo distinguir la camiseta roja del niño. Hacía años que no pasaba a aquel cementerio, en realidad, ya nadie pasaba al cementerio, el camposanto se había convertido en una reliquia del pasado casi olvidada para los vecinos de la zona, aunque continuaba estando abarrotado de viejos y semiderruidos panteones familiares, incluso se había corrido el rumor de que el Ayuntamiento quería hacerlo desaparecer para tal vez dar paso a pisos o algún centro comercial.
Pero aquella mañana parecía tener sus puertas abiertas.
Cándido apretó el paso hasta que llegó a la puerta metálica, se quedó plantado en la entrada, una suave ráfaga de viento hizo crujir las tejas sueltas de algún panteón cercano. Penetró en el recinto.
Ni rastro del chico. Cándido se introdujo entre las tumbas, entre los pasillos de tierra descuidados y llenos de hierbajos. Atinó a ver al niño, a su camiseta roja girar por unos de los pasillos entre dos viejas tumbas de hormigón sin rastro de flores que recordasen mínimamente a sus eternos moradores.
Y el chico parecía correr, o al menos, se movía en una extraña sincronización.
Cándido dudó por unos momentos.
-¡Eh chaval! –su voz resonó entre el pesado silencio, unos pájaros elevaron el vuelo asustados-. ¡Espera!
Llegó a la zona por donde había girado el niño, al fondo del nuevo pasillo se levantaba, por encima de todos los panteones, uno negro y sucio cuyas paredes parecían desgastadas y cubiertas de ásperos chorretes de cal y óxido. Cándido se acercó hasta la vieja tumba, la puerta abierta dejaba entrever una sucia oscuridad y un rancio olor a humedad.
Volvió a titubear.
-¿Chico? -Cándido atravesó la puerta. La cara brillante y sudorosa del niño apareció entre la penumbra del recinto, su corazón protestó acelerando el ritmo de su bombeo, sobresaltado-. ¿Chico estás bien?
-Sí –su voz sonó aguda y protestona como la de cientos de chicos de su edad, sonreía reconciliadoramente y su rostro no aparentaba ningún trauma.
-¿Seguro qué estás bien? Me has dado un susto de muerte, creí que te había golpeado fuerte.
-Si estoy bien, además fue culpa mía.
-¿Y qué para qué has venido hasta aquí? -Cándido miró expectante al chico.
-Estoy jugando –la voz del niño pareció cambiar y de su rostro infantil y risueño se apoderó una extraña mueca que a Cándido le pareció, en la penumbra del pequeño recinto, una siniestra y sarcástica sonrisa.
Sintió un escalofrío. Echó una última mirada al chico y salió nuevamente a la calle. Comenzó a andar por los pasillos del cementerio sin despedirse del niño.
No miró atrás ni una sola vez mientras se dirigía a su coche.
El niño había dicho bien claramente que el accidente había sido por su culpa. Estaba jugando.
Cándido volvió a subir a su coche y recorrió la última manzana que le separaba de su barrio. Se había olvidado de las vacaciones. Aparcó frente a su casa como lo hacía todos los días. Abrió la puerta de su piso. No había nadie, su mujer había salido de compras con Irina, su única hija y regresaría a casa algo mas tarde.
Tan solo le recibió Kaki, su fiel galgo al que habían adoptado desde hacía siete años. Cándido apartó al galgo y se dirigió a la cocina, de uno de los cajones sacó el cuchillo de carnicero perfectamente afilado.
Llamó al galgo. El perro soltó un gruñido de desconfianza pero se acercó a su amo. El cuchillo se clavó con una sorprendente rapidez en el cuello del animal que cayó al suelo envuelto en un chorro de sangre, apenas soltó dos lastimosos gemidos antes de quedar inerte en el suelo.
Cándido desclavó con sumo cuidado el cuchillo del cuello del animal y se dirigió al salón. Esperaría a su mujer y a su hija.
Aquel año tampoco habría vacaciones para la familia.


jueves, 20 de agosto de 2015

Los Gegos (Cap. X)


No supe cuanto tiempo pude dormir después de que toda mi pasión y deseo se desbordasen a raudales, tal vez una hora, dos, pero desperté como si de un niño se tratase en su primer día después de la visita de los Reyes Magos. Feliz. Notaba el bien estar en todo mi cuerpo, en cada una de mis células, aunque una sensación de reproche cubría tímidamente ese bienestar.
Eve estaba despierta, desnuda, a mi lado. La volví a mirar, Dios mío, era preciosa, me sonrió sabiendo lo que acababa de pasar entre nosotros, una sonrisa que implicaba que ya no éramos solamente compañeros de aventuras, habíamos hecho el amor y ya había algo más.
-¿Crees que los Gegos nos buscarán? –ya habíamos hablado del tema pero yo quería volver a hablar de ello, mas bien, no quería hablar para nada de lo que acababa de suceder, aunque hubiese sido lo más maravilloso que me había sucedido en mucho tiempo.
-Persiguen a tu hermano porqué les ha robado al bebe y nosotros nos interponemos en su camino, pero tal vez pierdan el interés.
Tenía claro que Eve mentía en sus últimas palabras, quería darme ánimos, pero yo tenía claro después de todo lo sucedido, que aquel grupo de delincuentes que predicaban extrañas teorías sobre el Universo y que traficaban con bebes, no perderían el interés tan facilmente.
Eve hizo un ligero movimiento y la manta dejó nuevamente al descubierto sus pechos ante mí, sus pezones aún erguidos e hinchados, acababa de disfrutar de ellos y no quería ni volver a mirarlos.
-Cuéntame algo de ti Eve –dije intentando no mirar directamente a sus senos-, ¿dónde están tus padres?
Eve entonces, y mirándome con unos ojos que no conseguían calmar mi calor interior, fue narrándome episodios de su vida, como había crecido y había tenido una infancia más o menos feliz, al igual que otros muchísimos niños, hasta que con doce años nació su hermana, la niña que le acompañaba cuando la conocí, y desde el nacimiento de la pequeña, los problemas aparecieron entre sus padres, la felicidad de sus progenitores pareció estancarse; apenas su hermana pequeña cumplió los dos añitos, su madre decidió llevarlas a ambas a un casting como modelos publicitarias, no me costó mucho imaginar a Eve con 13 o 14 años, guapísima, y a su pequeña hermana encandilar y hacer babear a cualquier director publicitario, me contó con naturalidad, como su cuerpo se había transformado en el de una modelo, mezclando los rasgos finos de su edad, con otros muchos más desarrollados, lo que le hacía poseer una explosiva sensualidad juvenil; las pruebas salieron bien y Eve y en menor medida su hermana, se vieron abocadas en una vorágine de trabajo publicitario; tan solo eran dos niñas, pero el dinero llovía, más que sobre ella, sobre los bolsillos de sus padres y en particular en el de su madre.
Pero después de un año y muy pocos meses, Eve, tomó la decisión de que no quería seguir haciendo aquello, se negó, lo que provocó la ira de su madre, sin embargo, su padre la apoyó, por lo que su madre se vio sola en aquella guerra familiar y su ira aumentó al infinito hasta provocar un camino de agrias discusiones que terminó en una sangrienta pelea que irremediablemente desembocó en tragedia, su ambiciosa madre disparó varios tiros sobre su marido ante la presencia de las dos niñas.
Comprendí que la ambición había perdido a aquella mujer. Eve se volvió a tumbar tapándose nuevamente y dejando de nuevo fuera de mi vista sus pechos. Me relajé y la miré pudiendo ofrecerme más comprensivo, desde luego debió de ser una situación muy dura para ella, alargué mi mano y acaricié su suave mejilla con toda la ternura que pude, una ternura que desde luego salió de lo más hondo de mi corazón.
Su madre fue a la cárcel, por supuesto, y su padre no murió, pero una de las balas partió su columna dejándole completamente inválido, para toda la vida; no me extrañé cuando Eve me dijo que invirtió todo el dinero que su madre había ganado explotándolas como modelos en facilitar la vida de su padre.
-¿Y dónde está tu padre ahora? –pregunté, pues desde luego no estaba en la casita donde yo estuve y desde luego, no me dio la impresión de aquél fuese un lugar lo suficientemente adaptado para ofrecer una mínima comodidad a una persona en las condiciones en las que debía de haber quedado su padre.
-Está en nuestra casa de toda la vida, en Valencia –dijo-, de vez en cuando vamos a verle pero yo prefiero vivir en la casita donde estuviste.
No soy un gran lector, aunque a lo largo de mi vida sí que he conseguido terminar algunas novelas, y en aquel momento, llegó a mi cabeza, nuevamente y de improvisto, algo que había leído en uno de esos libros, recordaba perfectamente al autor, cómo no, García Márquez, aunque en aquella oración el escritor colombiano citaba a la vez a otro autor, “desde muy pequeño tuve que interrumpir mi educación para poder ir a la escuela”, algo así; identifiqué aquella frase citada por Gabriel García Márquez con Eve y la historia de su vida, comprendí que todo el dinero que hubiese quedado de la época en la que ella y su hermanita habían hecho de modelos publicitarias, la joven lo debía de estar empleando íntegramente en que a su padre no le faltasen atenciones, pero ella había decidido tomar un camino distinto, tal vez guardaba en su mente el hecho de que su padre no impidió que su madre la metiese en aquel mundo, su cerebro adolescente recién salido de aquella tragedia familiar, había optado por decidir que todo el dinero ganado fuese para ayudar a su padre invalido y que el camino para ella, lo más normal para una adolescente, fuese el de engancharse a los designios de la súper y todopoderosa Madre Inteligencia de la que me había hablado.
Tal vez todo aquello fue lo que la interpuso en el camino de los Gegos.
No quise preguntarle más y esperé a que ella continuase hablando, pero no.
-¿Y cómo encontraste a los Gegos? –pregunté ansioso de saber más sobre aquella jovencita en vista de que ella no parecía muy dispuesta a decirme nada más, desde luego ya me interesaba bastante la vida de Eve y mucho más después de haber compartido con ella momentos de una fascinante intimidad, además, todo lo relacionado con los Gegos también era de mi interés. Me sentí un poco egoísta.
-Después de que mi madre fuese a la cárcel y mi padre se recuperase muy lentamente en el hospital –dijo moviendo sensualmente su cuerpo y haciendo que la manta se moviese peligrosamente a punto de volver a dejar al descubierto sus senos-, me convertí en una joven oscura, pasé de ser una bella y prometedora modelo, a ser una joven solitaria, empecé a sentir interés por temas que los jóvenes de mi edad no suelen prestar demasiada atención, “El bien y el mal. Dios y el diablo”. ¿Y si fuesen lo mismo? –me sonrió con cierta picardía-, me dediqué a mi hermanita y apenas salía de casa, me relacioné con gente que tenía mis mismas inquietudes, a través de internet, góticos y esa clase de gente, me gustaban, ellos hacían que me sintiese más cerca del nivel espiritual de la vida, quería sentir algo mas místico, conocí a Nika.

No me atreví ni siquiera a mirarla. Supe que sufría al recordar a su amiga, pero también adiviné, sin saber por qué, que el sufrimiento de aquella joven especial, era distinto al de la mayoría de los humanos que yo conocía.
-También conocí a algún chico y con uno de ellos hice una buena amistad, me gustó bastante. Me hice novia de uno de aquellos chicos que vivía bastante cerca.
Esta vez sí la miré y en la penumbra pude apreciar en sus ojos cierta nostalgia.
-Me enamoré de él –continuó-, me enamoré de verdad, o mejor dicho, como se enamora una joven de 17 años por primera vez, una joven sin el amparo y los consejos de sus padres, incluso se vino a vivir con nosotras.
Ya sí que no me cabía duda de que la notaba algo desconcertada hablando de su ex novio, no obstante no debía de haber pasado mucho más de un año o un par de años de lo que me estaba contando. Sentí un poco de rabia por lo que presentí que iba a decir.
-Él fue quien me llevó a las reuniones de los Gegos –aquellas palabras parecieron reanimarla nuevamente-. Mas que reuniones, eran autenticas fiestas, donde se mezclaban las charlas que nos daban sobre la teoría de la Determinación del Universo, con una increíble diversión, el paraíso para los jóvenes, yo disfrutaba también, claro, y además estaba enamorada de mi novio, hasta que descubrí que él sólo me quería por el sexo y tenía la orden expresa de los Gegos de dejarme preñada, como al resto de la chicas. Él sólo me usaba para los intereses de la secta.
Por un momento imaginé a un niñato al servicio de aquellos malévolos Gegos aprovechándose de Eve en la cama y sentí mucha rabia. Demasiada.
-Pero no me importaba -la miré, sus ojos en la penumbra volvían a recuperar su brillo natural-, seguí acompañándole a las fiestas de la secta y acostándome con él, pero por supuesto sin permitirle que me dejase embarazada, dejé de estar enamorada de él, pero aquellos lugares y todo lo que envolvía a los Gegos me atraía, mejor dicho, me atraía la energía que manaba de ellos, no su secta, pensaba que ellos eran lo que yo andaba buscando en mis últimos años de vida, pero descubrí que tan solo eran servidores del mal.
-Me alegro que no te quedases con ellos –expresé tontamente.
-Sí, no creo que perciba la misma energía que ellos, pero ellos pensaban lo contrario porque comenzaron a invitarme a reuniones, digamos, un poco más selectas, donde no íbamos tantos jóvenes y había personas más adultas, mas misteriosas, eran otra clase de reuniones, mi novio estaba en la gloria pensando que era por él por lo que asistíamos a aquellas importantes reuniones y ya se veía como uno de los lugartenientes de los Gegos.
-Pero no era por él por lo que os invitaban a esas reuniones.
-No, claro que no, era por mí, ellos notaron algo en mí. Entonces fue cuando descubrí lo peligrosos que eran, cuáles eran sus actos y como a través de jóvenes como yo traficaban con bebes, y lo mas macabro de todo es que lo hacían de tal forma que todo parecía ser correcto, tenían abogados, asesores, todo lo hacían de forma que pareciese legal, todas las chicas eran voluntarias para ofrecer sus bebes.
-A ti no te pareció bien.
-Como me iba a parecer bien, yo creo que hay un nivel superior de energía por encima de nosotros, de todos los seres vivos, algo que controla nuestros actos tal vez, pero todos los seres humanos estamos de paso en este mundo, todos nacemos y morimos en las mismas condiciones y nadie tiene derecho a hacer el mal ni a aprovecharse de los demás, empecé a asistir a menos reuniones, a distanciarme y ellos, por supuesto, notaron algo en mi. Me expulsaron de la secta y terminé la relación con aquel chico, ya no le quería, pero a los pocos días tuve noticias de él, se había matado con una moto, a él le gustaba bastante la velocidad, pero yo tuve la certeza de que habían sido ellos, una advertencia, un aviso de que me dejarían en paz si yo no hacía nada contra ellos, y esa advertencia perduró dentro de mí hasta que te vi, allí, en la puerta de mi casa peleando con el Candy.
-¿Y por qué decidiste ayudarme si sientes que estás advertida y puedes correr peligro?
-Pues…, tenía claro que me volvería a encontrar con ellos, tarde o temprano -sentí como la joven se envolvía en un meditado silencio-, pero no pensé que fuese tan pronto.
-Ha sido el destino –dije con decisión-, el destino ha hecho que tú y yo nos encontremos.
-Sí –contesto indiferente. A veces Eve me desconcertaba, parecía estar en otro mundo, como si yo no estuviese con ella, como si me ignorase y le importase tres pepinos.
Pero ahora sabía mucho más de ella. La conocía mucho mejor.
-Pero tú no crees en el destino, según tus propias palabras la súper inteligencia lo tiene todo programado, no deja nada al azar -Entonces se giró hacia mí. La manta se deslizó sobre su cuerpo dejando al descubierto todo su torso y sus morenas y perfectas curvas. Nos miramos y yo puse tontamente mi mano en su mejilla-. Eve tengo miedo, toda esta situación me está superando, no sé hasta dónde podré aguantar…, pero al menos tú estás conmigo.
-Claro que tienes miedo, es normal que lo tengas, pero estás siendo muy fuerte –puso su mano sobre la mía y la apretó con una suavidad exquisita sobre su mejilla.
-Todo es tan extraño para mí, ya no sé si son fantasmas, hombres, todas esas teorías sobre misteriosas energías de las que me hablas…, yo sólo quiero encontrar a mi hermano Eve.
-Y lo vamos a encontrar.
Entonces no puede aguantar más, la deseaba nuevamente, miré directamente a sus pechos que como si reaccionasen ante mi mirada, temblaron con una suavidad extremadamente sensual y de improvisto, como si otra vez fuese capaz de leer mis pensamientos, se sentó encima de mí, con sus labios rozando mi boca, sonriéndome de manera provocativa, sentí su sexo caliente y húmedo acoplarse con suavidad sobre el mío y el mundo volvió a detenerse, me invadió el mayor regocijo del mundo mundial que jamás pudiese sentir un pobre mortal, supe que ella también quería volver hacer el amor y yo lo deseaba más que nada en el mundo en aquel momento; me preparé para disfrutar de unos nuevos y fantásticos momentos, al diablo con todo, todos los problemas podían esperar hasta el día siguiente, o hasta el siglo siguiente, entonces sonó mi móvil, los dos nos miramos y ante mis dudas de cogerlo, Eve lo recogió por mí de la mesilla y me lo entregó.
Era mi mujer, como si el destino hubiese cumplido en aquel mismo instante con un mínimo plazo que nos hubiese dado para disfrutar de nuestros deseos carnales y nos recordase que estábamos sujetos a rígidos mandatos morales, contemplé absorto, anonadado, abobado, el numero conocido que se dibujaba en la pantalla de mi teléfono.
Eve se levantó de encima de mí y se fue al cuarto de baño.
Contesté a mi mujer que parecía enfadada y angustiada, me decía que tenía malestar por el embarazo y no sé cuantas cosas más, entendí que tenía razón en sus quejas.
-Escúchame cielo, estoy siguiendo una pista que ha descubierto el detective del que te hablé, mañana intentaremos seguirla por si nos conduce a algo serio y te prometo que pase lo que pase, por la tarde regresaré a casa.
Me despedí con mi estomago revuelto y un sin fin de sensaciones diferentes luchando cruelmente dentro de mí. Mi momento de pasión con Eve había pasado, la joven volvió a salir del cuarto de baño ya vestida con parte de la ropa que yo le había comprado.
-Tiene razón –dijo haciendo referencia a la conversación que había oído con mi mujer-, te necesita a su lado, debemos apresurarnos e intentar averiguar de una vez algo sobre tu hermano, para eso hemos venido.
Claro que tenía razón, me levanté y yo también me vestí, en silencio, totalmente desanimado. Volví a sacar el trozo de papel que encontré detrás de las motos de los árabes y junto a Eve, lo volvimos a estudiar. Sólo era una dirección escrita a bolígrafo (yo tenía la certeza de que era la letra de mi hermano) de algún lugar de Granada, no nos decía nada más. Eve metió el nombre de la calle en el buscador de su móvil y apareció una pequeña calle señalada en el plano, se encontraba en pleno corazón de la Alcaicería, el mercado árabe lleno de puestos y tiendas de toda clase y que yo recordaba vagamente y de una manera un poco cansada de mi anterior visita a la ciudad hacía ya algunos años, debía de ser un callejonzuelo incrustado en el laberinto que formaba aquella zona de la ciudad en torno al mercado.
-Vámonos, parece que no pilla muy lejos de aquí –dijo Eve.
Yo no tenía ni pizca de ganas de salir de aquella habitación, pero Eve nuevamente tenía razón, no debíamos de alargar mas la aventura que nos había conducido hasta allí, eran poco mas de las diez de la noche y al ser una zona comercial y turística, seguramente aún habría algo de gentío, lo prefería mejor que un lugar solitario. Echamos un vistazo por la ventana, parecía haber dejado de nevar pero el frio en el exterior debía de ser intensísimo, nos abrigamos todo lo que pudimos, Eve seguía estando preciosa a pesar de la pequeña señal que la trifulca en la tetería había dejado en la comisura de sus labios, el pantalón que le había comprado se ajustaba a sus piernas de exquisita manera.
Me miró y me sonrió esta vez con más sobriedad mientras colocaba en su cabeza el gorrito de lana que había llevado puesto casi todo el viaje y que aún conservaba a pesar de todo.
Su rostro moreno resaltaba pícaro y excitante. Estaba hermosa.