miércoles, 25 de junio de 2014

La princesa rusa XXII

                                  Barcelona y Dios 

El gentío, en su inmensa mayoría turistas de un sin fin de países y regiones, poblaba la plaza, realizando un gran número de fotos y grabaciones con sus cámaras digitales a los antiguos edificios que la rodeaban.
Fernando estaba justo frente a la serena y casi asustada catedral, sentado en un largo banco de piedra al lado de gente que no conocía absolutamente de nada y que miraban a la iglesia, algunos cansadamente. Era un edificio más austero y tal vez menos llamativo que la impresionante basílica de Zaragoza que había contemplado el día antes, pero que no carecía en absoluto de ese encanto, bello y misterioso, que tienen todas las catedrales y edificios religiosos construidos en épocas pasadas.
Pero el mecánico apenas había prestado unos minutos de atención a la catedral de Barcelona. Él miraba con más interés y con verdadera pasión, a la joven, que tan solo a unos pasos delante de él, observaba la gran iglesia con detalle, mezclada entre los numerosos turistas. Su fina y atractiva silueta, a pesar de la sencilla ropa que la envolvía, se recortaba contra el fondo de la catedral de una elegante y sensual manera.
La joven rusa parecía encontrarse, sino más animada, si bastante más sociable con respecto a él. Desde la noche anterior parecía haber cambiado algo. Quizá, realmente si estaba cansada y la noche le había sentado bien. Habían hablado bastante durante el viaje desde Zaragoza y ella incluso, había comentado con cierto jubilo que nunca había visto el Mediterráneo y que le gustaría contemplar ese mar una vez llegasen a Barcelona, él la había sonreído y contestado que si no seguían bajando las temperaturas, se podrían hasta dar un buen chapuzón, a lo que ella respondió tímidamente y con su cautivadora sonrisa, que no tenia traje de baño.
Fernando prácticamente tampoco había pegado ojo durante la noche y no había podido evitar que los pensamientos de la bella joven rusa tumbada en la cama de la habitación contigua, no le abandonasen en toda la noche. Se levantó muy pronto y después de llamar a la joven, a falta de pocos minutos para las ocho, partieron de la capital maña rumbo a Barcelona después de desayunar rápidamente en el mismo bar donde la noche anterior, Sofía, al parecer de Fernando, se hubiese comportado como si fuese una monjita de la caridad con el niño de la pareja que tan poca confianza despertaron en él y que por otra parte, parecía haberle dado ánimos.
Llegaron a Barcelona después de tres largas horas de viaje y tras callejear por las calles durante más de media hora sin saber muy bien donde iban, aparcaron el coche en una pequeña calle cercana a una concurrida y enorme plaza que minutos más tarde reconocieron como la Plaza de Espanya.
Dieron un breve paseo recorriendo la plaza y después de que Sofía prestase por unos momentos una curiosa atención al llamativo monumento, que según el mecánico tenia la forma de una gigantesca pata de ave vuelta del revés, buscaron un pequeño hostal donde el hombre reservó una sola habitación con dos camas sin que la chica pusiese la mas mínima objeción. Después, el mecánico mandó un mensaje por su móvil a su empleado para contarle que todo iba bien y que ya se encontraba en Barcelona y apenas guardar el teléfono, Sofía comenzó a andar diciendo que debía de buscar una librería donde poder comprar periódicos.
Periódicos. Fernando supuso enseguida para que querría los dichosos periódicos. Se había hecho demasiadas ilusiones y ella había sido sincera desde el principio, desde que le llamó por teléfono. Ella sólo deseaba encontrar trabajo allí y emprender una nueva vida.
Fernando comenzó a caminar a su lado y le dijo sin dejar de andar:
-¿Para qué quieres periódicos ahora, Sofía?
Ella al principio no hizo caso a sus palabras, pero enseguida se paró en seco volviéndose hacia él y con cierta expresión de culpa en su cara, le dijo con el encantador acento del este y con cierto tono de disculpa en su voz:
-Yo tengo que buscarme un trabajo. Te lo dije cuando te ofreciste a traerme.
-Lo sé, lo sé, pero ya es viernes, Sofía y casi mediodía. ¿Dónde vas a buscar trabajo ahora?
La joven movió los hombros en un gesto de duda y se apartó a un lado de la acera para que pudiese pasar la gente que circulaba por los alrededores de la plaza.
-En los periódicos hay muchos anuncios de trabajos -dijo-. Lo sé porque en Madrid tenía mucho tiempo para ojear periódicos.
-Si lo sé, pero deja el trabajo para el lunes y vamos a disfrutar el fin de semana viendo Barcelona.
-No puedo perder tiempo Fernando -intentó decir Sofía con serenidad-. Yo no tengo mucho dinero y cuando se me gaste lo que tengo no sé como podré vivir aquí.
-No te preocupes de eso ahora –contestó el hombre mirando con una mezcla de compasión y deseo a la joven que tenía delante-. Conmigo no tendrás que gastar nada.
-Pero tú no puedes estar gastándote tú dinero conmigo -replicó Sofía con una voz dulce e increíblemente sincera-. Y ya no soy una prostituta para poder darte algo a cambio. También te lo dije.
Fernando no supo que decir cuando escucho aquellas palabras llenas de sinceridad delante de sus narices. Él, por supuesto, había mantenido la esperanza de que la joven le gratificase de alguna manera a cambio de correr con todos sus gastos. Estuvo a punto de dar media vuelta y decir “está bien, me marcho. Que te vaya bien”, pero volvió a mirar el dulce rostro de Sofía. Aunque sólo disfrutase de la compañía de la chica, sin nada de sexo, estaba dispuesto a permanecer con ella, al menos, todo aquel fin de semana.
-No te pido nada a cambio, Sofía. Sólo que me acompañes y seas mi amiga. Te lo digo de verdad -dijo intentando parecer sincero y que no se le notara su apesadumbrada resignación. Sabía que por su físico, no excesivamente agraciado por Dios y por la naturaleza en perfecta concordancia, no iba a convencer a la belleza que tenía enfrente, que le sacaba casi media cabeza y tenía el mismo aspecto de un precioso ángel-. Olvídate del trabajo durante esta tarde y vayamos a ver tu ansiado Mediterráneo. Sin que gastes tú dinero y sin que me des nada a cambio, de verdad te lo digo Sofía.
-Te agradezco lo que quieres hacer, pero no entiendo...
-No te han dicho nunca que pareces una princesa -interrumpió Fernando decididamente con su voz chillona-, pues el pasear con una princesa para mi es más que suficiente.
-Es muy bonito que digas eso -susurró tristemente la joven sin que Fernando se pudiese imaginar que su mente recuperaba en aquellos momentos el desagradable recuerdo de Andrei.
-Entonces aceptas -dijo resueltamente Fernando viendo como por fin se escapaba otra débil aunque encantadora sonrisa de los labios de la joven rusa-. Te prometo que el lunes contarás con toda mi ayuda para buscar tú trabajo.
Sofía pareció acceder después de aquellas últimas palabras del mecánico, aunque finalmente comprase dos periódicos de anuncios para poder ojearlos durante los ratos libres del fin de semana, según dijo, y así el lunes tener preparados algunos teléfonos donde llamar o alguna dirección a la qué acudir.
A pesar de que había terminado convenciéndola de que se olvidase del dichoso trabajo durante aquella tarde, Fernando había terminado perdiendo prácticamente las pocas ilusiones que le quedaban de que aquellos días que pasase en Barcelona, le ofreciesen interminables sesiones de sexo en su estado más puro en la acogedora habitación del hotel, disfrutando del deseable cuerpo de la preciosidad extranjera que le acompañaba, muy diferente a como lo había practicado en el chalet donde trabajaba la rusa, con algunas copas de más y con el tiempo de pasión pasando a la velocidad de la luz; sin embargo, estaba dispuesto a permanecer al lado de la joven durante aquel fin de semana en la ciudad condal, le apetecía mucho estar en compañía de la chica, y aunque sin sexo, aquel viaje si podría terminar convirtiéndose en una bonita y agradable aventura, y si al final era capaz de despertar la simpatía de la joven hacia su persona, quien sabría si finalmente...
Comieron en una pizzería cercana mientras examinaban el plano que compraron en la librería junto con los periódicos. Al parecer tenían un camino bastante recto hacia lo que debía de ser el puerto donde la chica podría contemplar las aguas del Mediterráneo. Fue ella la que sugirió ir paseando hasta allí, algo que a Fernando no le pareció una gran idea, ya qué la distancia del plano llevada a la realidad, podría ser de algún kilometro y él no tenía ningunas ganas de caminar, aunque no puso objeciones.
No resultó tan dura la caminata y Fernando prácticamente no se enteró de los metros recorridos por sus piernas. Desembocaron casi de lleno en el puerto y contemplaron el mar, aunque para Fernando no resultó una experiencia especialmente grata mirar todo aquel agua atrapada entre un sin fin de diques, barcos y muelles. Puso más atención en el cercano monumento de Colón, inmóvil sobre aquel gran poste y que tantas veces había visto en libros y televisión y que parecía ser uno de los monumentos más emblemáticos de la ciudad catalana. Sintió cierta sensación de privilegio.
Después de andar durante unos minutos por el puerto, subieron por el colorido y transitado paseo de La Rambla y enseguida se vieron envueltos por el gentío que componían una desconcertante mezcla de individuos e individuas de un sin fin de razas y nacionalidades.
Pronto abandonaron gran parte del gentío y desembocaron en un laberinto de callejuelas en cuyos viejos, aunque reformados pavimentos, se adivinaba el peso aguantado durante siglos de una bella y tensa historia. Anduvieron entre las estrechas calles mirando los antiguos edificios, en especial la princesa rusa, hasta que desembocaron en la plaza de la catedral.
Ahora, el sol se llevaba consigo la claridad del día y Fernando, sentado en aquel largo banco de piedra, empezaba a sentir frío y cansancio en sus pies por el largo paseo.
Sofía dejó de mirar a la catedral y volvió junto a Fernando ocupando un sitio junto a él en el banco.
-Es bonita, verdad -dijo la chica como si hablase para sí misma.
El mecánico se subió las gafas con su dedo para volverlas a su posición normal después de que éstas se hubiesen deslizado unos centímetros por su nariz, y con una expresión bobalicona en su rostro que le hacía parecer aún más infantil, contestó:
-A ti te gustan demasiado los edificios religiosos parece ser. ¿Debes de creer mucho en Dios?
Sofía quedó sorprendida, no esperaba ni por lo más remoto, escuchar una pregunta de esa clase en aquella situación. Fernando le parecía simpático y en su interior agradecía enormemente todo lo que estaba haciendo por ella, aunque sospechaba que al final de esas buenas intenciones hubiese otras no tan sinceras. No se lo reprochaba, él había dicho que era soltero y un hombre soltero era normal que sintiese deseos por una mujer. Ya le recordaba del club como uno de los pocos hombres, aun sin ser atractivo, que le hacía pasar al menos, ratos no demasiados desagradables, y no como con otros hombres, con los que pasaba el tiempo pensando tan sólo en como poder soportar su compañía y suplicando a su mente que aceptase si llegaba el momento de tener que acostarse con alguno de ellos. Con Fernando no pasaba ratos tan agónicos y se reía de vez en cuando haciendo que aquellas largas noches en el chalet se hiciesen más llevaderas. Pero él no era Shirko, ni Alex, ni siquiera aquel hombre de la barba blanca. No sentía nada mas por él que una cierta simpatía y gratitud y en aquel momento, Fernando no era la persona con la que le apeteciese hablar largamente de aquellas cosas. A pesar de que la había llevado hasta allí y le estaba haciendo compañía en sus primeras horas en aquella ciudad completamente desconocida, algo en ella deseaba que aquel hombre se fuese cuanto antes y la dejase sola de una vez.
-No -dijo sin demasiados ánimos-, simplemente me gusta contemplar los edificios antiguos y admiro a la gente que ha sido capaz de imaginarlos y construirlos.
-Pero crees en Dios entonces o no -insistió el mecánico.
-Realmente no mucho, pero no creo que tenga demasiada importancia que yo crea en él o no.
Fernando se quedó mirando algo sorprendido a la joven.
-La vida es dura muchas veces Sofía, pero Él siempre está ahí dispuesto para ayudarnos -continuó el hombre con cierta misericordia en sus palabras.
-¿Por qué nos hace sufrir entonces si lo que quiere es ayudarnos? -preguntó por fin la chica después de un corto silencio.
-Bueno, quizá no puede ayudar a todos los que tienen problemas -dijo Fernando dubitativo.
-Quizás... -susurró la joven rusa.
-Yo te voy a decir lo que pienso, tienes razón en que la gente sufre, pero estoy seguro que tarde o temprano, todos tenemos nuestra recompensa a ese padecimiento, si no es en esta vida, en la otra.
-Yo creo que no hay más vida que esta -dijo Sofía después de unos segundos, muy suavemente, como un leve soplo de viento, mientras empezaba a levantarse-. ¿Nos vamos? Es casi de noche y hace fresco.
Fernando se levantó y comenzó a andar al lado de la chica, lentamente, sin decir ninguna palabra.
Fue idea de Fernando coger un taxi para hacer el camino de vuelta al hotel, “aunque me cueste un ojo de la cara”, dijo, “pero no doy un paso más”.










jueves, 12 de junio de 2014

La princesa rusa XXI

                              Los hombres de Sofía

A pesar de que era un contacto peligroso por el riesgo que entrañaba para su labor profesional, el colombiano tenía total confianza en su colaborador policía español. Ya le había ayudado en más de una ocasión a localizar personas non gratas para los narcotraficantes colombianos y de otros países americanos; él se encargaba de que pagasen sus ofensas a cambio de una buena compensación, por supuesto. Por eso pensaba, que esta vez Antonio también haría todo lo que estuviese en sus manos para ayudarle a encontrar a la zorrita rusa con celeración.
Pero algo no iba bien del todo.
El dispositivo de búsqueda inicial no parecía que estuviese dando resultado. Realmente, a pesar de que para Fredo la mayoría de todos aquellos aprendices de sicario que cooperaban con él y con Daniel no tenían ningún futuro, era como buscar una aguja en un pajar, la ciudad de Madrid estaba abarrotada de muchachas extranjeras de similares características a la hija del gánster ruso.
Habían vigilado el piso de la calle Estrella por si la chica volvía por allí y donde la policía ya parecía haber encontrado los tres cadáveres y aunque eran de tres extranjeros, dos putas de un país lejano y un mafioso ruso por los que nadie seguramente se interesaría demasiado, sin duda se abriría una investigación policial, por lo que debería de andar con mas vista si cabía. También habían vigilado el club donde trabajaba por si volvía y a los chulos ucranianos por si le habían mentido y mantenían algún contacto con ella; habían vigilado otros clubs cuyos chulos mantenían constante intercambio de mercancía con el de los ucranianos, pero nadie parecía saber ya nada sobre la rusa. Habían peinado toda la zona en un radio de al menos dos kilómetros alrededor de la calle Estrella sin ninguna fortuna y para colmo, tampoco había tenido ninguna noticia de Antonio.
Fredo estaba en una situación lo más parecida a la desesperación que un hombre de sus nervios podría tener. Empezaba a pensar que probablemente la chica había sido mas lista de lo esperado y burlando a todos, o teniendo mucha suerte, había abandonado Madrid.
Por eso, sin que apenas pasasen dos días desde que hiciese el encargo al policía local, el colombiano de color ya no aguantó más y volvió a llamarle.
-¿Fredo? ¿Qué tal amigo? -gritó jovialmente el agente a través del teléfono.
-Bien, bien Antonio, me alegro de volver a conversar contigo. ¿Qué tal va la investigación? -preguntó directamente.
El policía pareció indeciso por unos momentos, pero enseguida dijo alegremente:
-Impaciente ¿eh? Esa joven parece más lista de lo que pensábamos. Pero tranquilo, podría tener algo interesante -anunció el policía nuevamente algo indeciso, pues aunque podría haber conseguido cierta información aquella misma mañana, realmente no había encontrado ninguna pista fiable de la rusa. Desde luego no había permanecido quieto, animado por la suculenta paga extra que recibió del matón y también, por cierto temor a lo que podría pasar si algún día le fallaba al pistolero colombiano.
Había puesto en marcha toda la maquinaria a su alcance para encontrar a la joven, sin perder tiempo, salvo parte de la mañana siguiente a la orgía que había tenido lugar en el chalet de Fredo, en la que se levantó con una impresionante resaca, fruto del champan y del vino tomados la noche anterior. Por supuesto, no fue a trabajar, poniendo como excusa una de las muchas que puede poner un policía cuando se siente indispuesto para el trabajo, siempre y cuando no se repitan esas disculpas con cierta frecuencia, y además, ya llevaba algunos años en el cuerpo y tenia cierto prestigio entre los compañeros y superiores, ni que decir de que era uno de los agentes que mas multas, informes y atestados hacía, por lo que evidentemente era uno de los policías que mas ayudaba a mantener el orden público, y eso quería decir que el cuerpo de la Policía Municipal de Madrid en particular, y la sociedad en general, le podían disculpar algunos deslices como el de aquel día.
Se quedó en la cama hasta bien avanzada la mañana y cuando se levantó, se tomó un café bien cargado con una pastilla para el dolor de cabeza.
Se encontraba solo en la casa, los niños estarían aún en el recién comenzado colegio y su mujer habría salido de compras; probablemente --seguramente-- estaría enfadada porque su marido había pasado gran parte de la noche fuera de casa y había llegado medio borracho y con una inmensa cara de placer y satisfacción. Se la pasaría, no era la primera vez y ella estaba advertida de que cuando llamaba el tal Alfredo, existían muchas posibilidades de que pasase aquello, pues Antonio le tenía dicho que era un policía colombiano con el que cooperaba de vez en cuando y se hacían mutuos favores. Y en cualquier caso, si no quería aguantar aquellas escapadas de su marido ocurridas cada miles de años, ella podía irse cuando quisiera, era libre, eso sí, los niños que ni los tocase. Él la quería, pero eso no iba a significar que ella dominase su vida ni le indicase el camino a seguir, ni mucho menos.
Antonio se tomó el café y se dio una larga ducha en la que aparecieron frescos, cercanos y muy intensísimos los recuerdos de la noche anterior junto a las hermosas prostitutas. Se arregló y sin comer nada salió de casa, dedicando lo que quedaba de mañana a realizar gestiones para comenzar la búsqueda de la rusa. Primero hizo unas cuantas copias de la foto de la chica en una imprenta donde a menudo llevaba igualmente fotos y papeles a fotocopiar relacionados con su trabajo, así no levantaría la mas mínima sospecha. Después, repartió las fotos entre conocidos, colaboradores suyos e individuos que le debían favores, entre los que se encontraban una extraña mezcla de gentes como chorizos y maleantes comunes, guardias jurado que prestaban sus servicios en estaciones de autobuses, de trenes y aeropuerto, detectives privados que a cambio de otras informaciones le podían echar una mano a intentar localizarla mientras cumplían con su diaria tarea de observar a la mas vario pinta gente por todos los rincones de Madrid, Policías Nacionales con los que colaboraba muy a menudo en una gran variedad de asuntos.
Algunos minutos después del mediodía, entró en un bar donde comió un sándwich muy ligero con una tónica y de postre otro café solo bien cargado para mantener su cuerpo tranquilo y no despertar los efectos de la resaca. Terminó de comer e hizo una llamada a las dependencias policiales donde le dieron los datos escasos, pero necesarios, de los dos hombres que más dinero habían gastado con la rusa y que probablemente más relación habían entablado con la joven prostituta mientras ésta había permanecido trabajando en aquel club de lujo; también pidió que le intentasen conseguir información sobre los registros en pensiones y hoteles de la zona, aunque sabía que eso era complicado porque aunque la mayoría de esos lugares ya utilizaban sistemas informáticos, aún quedaban pequeñas pensiones en Madrid donde el registro se hacía a mano y esa información probablemente tardaría algún día en ser conseguida.
Aquella misma tarde hizo una visita a esos dos hombres, existían muchas posibilidades de, como había dicho Fredo, que la joven intentase pedir ayuda a los dos clientes que más dinero habían gastado a cambio de sus encantos, dada la situación de angustia y desamparo de la chica. Empezaría, por supuesto, con el que más dinero se había gastado con la chica según los datos del club.
Encontró sin ningún problema y en no mucho tiempo, la dirección de Emiliano Sáez que así se llamaba aquel tipo. Era una céntrica y amplia calle donde se sucedían un gran número de comercios y tiendas de las mejores casas y marcas en los bajos de los tradicionales y elegantes bloques de pisos. Aparcó su coche en doble fila y puso en el salpicadero bien visible, el distintivo que usaban entre ellos para conocerse y no multarse, no porque fuese a pagar la denuncia si le multaban, sino para ahorrar tiempo y trabajo a los compañeros y que no se molestasen en hacer papeles que iban a ir al cubo de la basura.
Entró en el elegante y espacioso portal después de que él también elegantemente vestido señor mayor que oficiaba como portero de la finca, le abriese la puerta tras preguntarle quien era y que quería, y después de que Antonio se identificase como agente local de Madrid en busca de una información.
Llamó con cierta preocupación e inquietud al timbre del hombre que según los datos proporcionados por los compañeros, era consejero de una gran empresa transformadora de una sustancia que Antonio no sabía muy bien de que se trataba, en otra que seguramente era mucho más rentable económicamente, y dado aquel puesto y el lugar donde vivía, sin lugar a dudas era evidente que aquel hombre mantenía una inmejorable posición tanto económica como social, por lo que el tipo podría poner algún problema o traba a la hora de querer colaborar si es que había tenido algún contacto con la chica rusa, aunque habiendo problemas de “cuernos” de por medio, Antonio suponía que aquellas trabas y problemas pudiesen ser menores para no ver alterada su normal vida conyugal, suponiendo que fuese normal. Fuese como fuese, intentaría ser lo más suave posible.
Pronto su inquietud dio paso a una sensación de indignación y de estar perdiendo su valioso tiempo después de varios intentos sin que nadie contestase a los pitidos del timbre. ¿Estaría aún de vacaciones el maldito consejero adultero? Desde luego aquel tipo podría estar en miles de sitios. La tarde ya comenzaba a estar avanzada y el hombre bien podría haber salido a cenar con su mujer o simplemente a tomar un gratificante refresco para aliviar el calor soportado durante el día.
Esperó unos minutos y se dirigió nuevamente hacia la escalera por la que había subido al primer piso donde se encontraba, con aquella sensación de cabreo pensando en llamarle al día siguiente por teléfono, bien a su casa o al número de la empresa que también se los habían proporcionado desde la comisaría, y pedirle que se reuniesen para hacerle sólo un par de preguntas sobre una desaparecida joven extranjera envuelta en un problema relacionado con un accidente de tráfico. Eso le diría.
Se dispuso a bajar cuando el ascensor, colocado entre la escalera y la puerta del piso de aquel hombre, se detuvo. Esperó, aconsejado por su instinto policial y por las infinitas ganas de poder mantener la entrevista con el hombre aquella misma tarde. La puerta del ascensor se abrió y salió un hombre alto y bien parecido con un maletín negro de piel en su mano, probablemente bastante más mayor que Antonio, pero muy bien conservado, con barba blanca y un porte altivo y señorial que hacia recordar a los duques y condes de muchas películas sobre la aristocracia. Detrás de él salió una mujer, quizá algo más joven que el hombre y con notables restos en su cara de la que sin duda fue una singular belleza. Se dirigieron, sin percatarse de la presencia del policía, hacia la puerta de la casa al otro lado del pasillo donde minutos antes había estado Antonio llamando al timbre sin demasiada fortuna.
-¡Disculpen! -dijo enérgicamente el policía pero sin gritar, haciendo que con sus palabras la pareja se volviese hacia él algo sobresaltada-. Emiliano Sáez ¿por favor?
Después de titubear unos segundos, el hombre habló, dando un paso por delante de la mujer y con un ligero tono de alarma en su voz.
-Soy yo, ¿qué quería?
-No se alarme, soy policía -dijo Antonio enseñando su distintivo que ya había sacado de su bolsillo-. Disculpen si les he sobresaltado, tan sólo quería hacerle unas preguntas. Colaboro con la Policía Nacional en una investigación sobre un accidente de tráfico -terminó diciendo con una de sus sonrisas especiales.
Emiliano miró con cierta desconfianza la identificación y sin ninguna intención de invitar a entrar en la casa a aquel hombre, preguntó con una voz ya más serena:
-¿Un accidente? Que yo sepa no he tenido ningún accidente últimamente.
-No se trata de usted, sino de alguien al que podría conocer.
Antonio sacó un papel pulcramente doblado y desdoblándolo con mucho cuidado, se lo extendió a Emiliano. El semblante del hombre cambió por completo ante la atenta mirada del policía, dando paso a una expresión de confusión e incertidumbre mezclado con temor. Volvió a doblar la foto de papel muy rápidamente y echó una fugaz e incierta mirada a la mujer que permanecía detrás de él.
-No sé quién es, siento no poder ayudarle -dijo intentando mantener la serenidad en su voz. Puso una mano suavemente sobre la espalda de la mujer y comenzó a abrir la puerta de la casa.
Antonio pensó que había metido la pata. El hombre delante de la que seguramente sería su esposa, iba a negar siempre si conocía a la joven prostituta y si sabía algo sobre su paradero, algo lógico por otra parte. Pero ya que estaba allí debía de intentar averiguar si verdaderamente sabía algo o no sobre la chica.
-Verá -insistió el agente-, tan sólo necesito su confirmación de que no ha visto en los últimos días a esta persona y no sabe donde podríamos localizarla. Al parecer, la han identificado como acompañante del conductor de un vehículo involucrado en un accidente donde murió un hombre y no prestaron ayuda. Únicamente necesito saber si usted sabe algo de ella.
-Le repito que no la he visto en mi vida. ¿Hace falta que llame a mi abogado, oiga?
-No, en principio no -dijo Antonio nuevamente decepcionado y pensando que al final no iba a sacar nada en claro de aquel tipo-. Tan sólo hemos tenido una información de que usted podría conocer a esta persona y la posibilidad de que supiese algo sobre su paradero y de esa manera poder llegar hasta el conductor del vehículo. Pero si no sabe nada de ella... -Antonio hizo una pausa y miró a la mujer que se encontraba detrás del hombre, prácticamente dentro de la casa, atenta a la conversación-. Disculpen por las molestias.
Antonio dio media vuelta y se dispuso a marcharse con gran desilusión. No podía saber si el hombre sabía algo de la chica y tampoco podía seguir presionándole a riesgo de que llamase a su abogado. Aprovechó de que nadie había llamado al ascensor y abrió la puerta del mismo.
-¡Agente! -escuchó como llamaba alguien. Era Emiliano y se dirigía hacia él con la puerta de su casa ya cerrada y con la mujer dentro.
-¿Sí?
-Mire -dijo Emiliano en voz baja cuando llegó a la altura del policía-, vi a esa joven de la foto durante algunos días de este verano. Pero hace días que no la he vuelto a ver. Y en todo caso, mi relación con ella tan sólo era de...
-Lo comprendo señor Sáez -interrumpió suavemente el policía-. Sólo necesito saber si usted sabe algo de la chica y no volverá a tener nada que ver con este asunto.
-Se lo repito -dijo esta vez con gravedad-, no sé nada de ella desde hace tiempo.
-Perfecto, pues disculpe las molestias y todo este asunto queda zanjado por su parte. Buenas noches señor Sáez.
Bien. Al final no había perdido su tiempo. Ese hombre aparentemente decía la verdad y se quitaba del medio un obstáculo más en la búsqueda de la chica.
Ahora debía visitar al otro hombre, pero eso sería al día siguiente porque su cuerpo nuevamente le recordaba que el día anterior se sobrepasó con ciertas bebidas y volvía a sentir un cierto malestar. Al día siguiente se levantó sin rastro de resaca, aunque su mujer parecía haberlo tomado peor que otras veces y apenas le dirigía la palabra. Él había intentado ser cariñoso, pero ella nada; por una parte mejor, después de las cosas que le habían hecho aquellas divas del sexo en el chalet del matón..., no es que tuviese excesivas ganas de practicarlo con su mujer de una manera tan inmediata, y por otra parte el sexo con ella, ya era pura rutina.
Se vistió con el uniforme reglamentario y se fue a trabajar.
Tuvo toda la mañana mas ocupada de lo normal en poner al orden cierto trabajo atrasado del día anterior, pero poco antes del mediodía encontró un rato libre, que por otra parte eran bastante frecuentes para él durante su jornada laboral; ya hacía mucho tiempo que lo de dirigir el tráfico, asistir como una flecha a los lugares de accidentes y esas cosas, habían quedado atrás para él. Ahora su ocupación principal era mucho más tranquila y gratificante, ya qué se ocupaba de hacer como enlace y dar apoyo a la Policía Nacional en la preparación de golpes contra toda clase de delincuentes.
Abandonó la ciudad con el coche oficial y se dirigió a la pequeña localidad donde se encontraba la casa y al parecer, el lugar de trabajo del otro hombre que, presumiblemente, podría tener contacto con la rusa.
Encontró el taller mecánico en los bajos de un edificio de dos plantas no muy antiguo, por el aspecto de su construcción hecha con materiales modernos, incrustado en una hilera de viviendas de similares características.
Antonio enseguida se llevó una pequeña desilusión cuando después de preguntar al joven moreno y con un mono lleno de grasa, éste le dijo que Fernando había salido de viaje, pero rápidamente la desilusión dio paso a la esperanza, cuando el titubeo y el nerviosismo aparente de aquel joven se mostraron palpantés ante la presencia, al aparecer turbadora para él, de un agente del orden público. Si sabía algo sobre la posible relación del otro mecánico con la rusa, no le iba a costar demasiado esfuerzo sacárselo de la boca.
El agente, después de controlar su inicial desilusión por la ausencia del tal Fernando, puso su gorra bajo su brazo en posición militar y después de echar una mirada confabulativa al coche de servicio que esperaba aparcado en la puerta del taller, rozó suavemente su arma con la otra mano y con una expresión acusadora en su rostro juvenil y risueño, dijo con voz grave:
-Tengo que hacer unas preguntas al señor Pastor -insistió-. Es un asunto urgente y sería importante que me pusiese en contacto con él. ¿Usted no sabe dónde ha ido de viaje?
Los nervios de José se multiplicaron al infinito y quedó completamente perturbado, sin atinar a preguntarse con serenidad en qué clase de lío podría estar metido su jefe y mucho menos como podría él ayudarle, y peor aún, si el problema le podría salpicar; pero lo que si tenía claro es que no podía, no sería capaz, de mentir al hombre del uniforme azul.
-Ha ido a Barcelona -intentó decir con naturalidad el joven mecánico.
El agente local hizo un gesto de asentimiento y volvió a decir con voz grave y sin cesar en su pose amenazante:
-A Barcelona. Y no tiene una dirección, un teléfono donde se le pueda localizar.
José hizo un gesto afirmativo y volviéndose hacia la pequeña oficina del taller, dijo embarulladamente:
-Tengo el número de su móvil para que pueda hablar con él -dijo José sin pensárselo dos veces. El joven entregó al policía un pequeño trozo de papel en el que había escrito el numero del móvil de Fernando; el policía se guardó el papel y despidiéndose escuetamente, dio media vuelta preguntándose si aquella información le sería útil al colombiano y antes de salir del taller, se volvió y preguntó sabiendo que aquellas palabras podrían parecer improcedentes si no hubiese tenido delante a un joven perturbado por la presencia de la autoridad.
-¿Y ha viajado a Barcelona solo?
-No lo sé -balbuceó José con los nervios a flor de piel-. De repente dijo que se iba y yo no sé nada más.
El policía enseguida se dio cuenta de que el chico no mentía y su mente rápidamente catálogo la información obtenida como más valiosa de lo que cabría esperar al principio. Si el mecánico hubiese viajado por asuntos laborales, sin dudad la persona encargada de quedarse en el taller lo hubiese sabido y por supuesto estaría más tranquilo. De modo que aquel hombre había emprendido un viaje repentino sin tener ninguna relación con su negocio. Extraña coincidencia. Enseguida se puso en contacto con un compañero de la Policía Nacional que le podía indicar si el individuo podría haber reservado algún alojamiento en Barcelona.
Antonio regresó a su casa pensando que la información recogida en el taller podría significar algo positivo en la búsqueda de la chica y con la intención de llamar al mantón negro nada mas comer y darse una larga ducha, pero el colombiano se había anticipado y parecía impaciente.
-Al parecer uno de los amiguitos de la chica ha viajado con cierta premura a Barcelona -le explicó a Fredo después de contarle la entrevista con el empresario y el joven mecánico-. Pero no tenemos la certeza de que esté acompañado por la chica.
-Tranquilo -dijo el negro-. ¿Tienes algún dato de ese hombre?
-Un número de teléfono y espero que en las próximas horas podamos saber en qué hotel se hospeda.
Fredo colgó el teléfono después de apuntar el número de móvil del mecánico e inmediatamente hizo una nueva llamada, en aquel momento no tenía ningún contacto en aquella ciudad, pero si uno en Madrid que conocía perfectamente Barcelona y que rápidamente se desplazaría hasta allí y en muy poco tiempo, le podría proporcionar la información necesaria, algo que le parecía mejor opción que llamar directamente a aquel hombre y preguntarle si iba acompañado de una bella prostituta extranjera.
Al otro lado de la línea, un hombre blanco de unos cincuenta años, de facciones agradables a pesar de que su piel comenzaba a envejecer y con una barba grisácea y esponjosa, colombiano y dueño de un pequeño pero coqueto y agradable bar de copas en una céntrica calle madrileña, respetado y estimado por sus vecinos y clientes al igual que su señora y sus dos hijos españoles con los que compartía el negocio, descolgó el teléfono.
El hombre enseguida reconoció a Fredo y memorizó inmediatamente lo que éste le dijo. Entró en la habitación que hacía las veces de despacho y tras unos minutos, un moderno y sofisticado aparato, escupía por una ranura la reproducción del retrato de una joven con unos preciosos rasgos del este de Europa. Se guardó cuidadosamente el papel y salió tranquilamente del piso situado en la planta superior al bar, detuvo a un taxi que le condujo directamente al aeropuerto. Allí, sacó un billete para el siguiente puente aéreo a Barcelona.
























lunes, 2 de junio de 2014

EL VIEJO PALACIO

Alguien dijo una vez, en la RELIGION se han de encontrar valores, tales como

Tolerancia, solidaridad, comprensión, concienciación, altruismo, generosidad, humildad…

Y por supuesto, nunca encontrar defectos humanos, tales como

Intolerancia, imposición, absolutismo, lujo, despotismo, jerarquía, incomprensión…


Por eso, yo no soy una persona religiosa.




EL VIEJO PALACIO

El tren se deslizó suavemente junto al andén, levitando magnéticamente sobre el grueso y único raíl hasta detenerse envuelto en una silenciosa suavidad. Las puertas totalmente acristaladas se abrieron en un suave bufido y los pasajeros, casi todos ellos turistas procedentes del Aeropuerto Internacional de Roma, comenzaron a bajar.
El niño miró a sus padres y cuando adivinó el permiso de éstos, corrió por el andén, limpio y bañado por una suave luz blanca, mezclado entre la gente que ordenadamente buscaba la salida. Ni un guardián, ni un policía; hacía décadas que la seguridad en los espacios públicos había dejado de ser un problema en las grandes ciudades europeas, remitida únicamente a las cámaras de seguridad que enfocaban todos los movimientos de las personas.
-Fabián ven –ordenó armoniosamente la voz de uno de los padres. El niño en el acto volvió a la vera de sus padres a los que cogió de ambas manos colocándose entre ellos. Los tres ascendieron por la rampa móvil hasta el inmenso vestíbulo- ¿Estás nervioso?
El niño sonrió indeciso.
-¿Por qué iba a estarlo? –los tres salieron al radiante día romano. La esencia de la ciudad italiana había sabido codearse con los imparables avances tecnológicos que no habían dejado de aparecer en las últimas décadas; el tráfico a distintos niveles limpio y fluido y prácticamente sin atascos, había ido sustituyendo al bullicioso y humeante tráfico de las últimas décadas del siglo XX y primeras del siglo XXI-. No tengo miedo si te refieres a eso.
-No se refiere a eso –aclaró Daniel, el otro padre de Fabián-, sabemos que eres un chico valiente.
Subieron a un taxi aéreo que sobrevoló los grandes rascacielos de la parte más moderna de la ciudad, descendiendo ligeramente según se iba acercando al centro histórico que había conseguido mantener toda la magia del que le dotaban sus centenarios monumentos.
La gran cúpula, antaño brillante y llena de colores dorados, se hizo visible, ahora sucia y descorchada, entre los inmemorables monumentos romanos; los edificios del antiguo imperio, los jardines, todos resplandecían orgullosos y perfectamente cuidados en perfecta armonía con los nuevos edificios y los nuevos artefactos tecnológicos creados en el nuevo orden social que se había ido desarrollando durante las últimas décadas; sólo ese punto negro entre tanta belleza, el antiguo símbolo de siglos de fe y poder ahora deteriorado y rodeado de un jardín espeso, oscuro e irascible que hacía casi imposible el acceso al viejo palacio.
-¿Es allí donde viven los monstruos? –preguntó el niño señalando con su dedo al negro jardín.
-No son monstruos –aclaró Raúl, el padre mas mayor, un hombre de aspecto saludable, alto e inequívocamente culto y educado-, son personas como tú y como yo, pero que piensan de otra manera.
-Son malos entonces.
-Sus pensamientos son diferentes, intolerantes, y hace tiempo esa intolerancia creaba maldad, pero ahora ya no, ahora debemos respetarlos, eso ya deberías saberlo tú.
-Claro que lo sé –contestó Fabián con decisión.
-Ellos mismos se han convertido en marginados, pero no son monstruos, no los vuelvas a llamar así –terminó diciendo Raúl. Contaba cerca de los 60 años y era el único de los tres que había estado en Roma anteriormente, y por su edad, el único que había sido testigo directo de “los grandes cambios”, pero sólo de los últimos años, cuando contaba con once tiernos años; tenía vagos recuerdos de aquella época, pero todos le conducían a proporcionar a su espíritu de una serena tranquilidad.
El tuvo la suerte de poder ser testigo de la consolidación de una nueva sociedad con unos nuevos valores éticos, sociales y religiosos, más bien estos últimos no eran nuevos, simplemente habían desaparecido. O casi.
La paz y los enormes logros sociales habían echado unas profundas raíces en la nueva sociedad, las desigualdades entre clases se habían reducido casi a la mínima expresión, y por supuesto, las desigualdades por creencias, razas o tendencias sexuales. Todo el mundo parecía más feliz y la intolerancia había pasado a la historia de los libros negros.
Paradójicamente, la religión había desaparecido y el mundo era mejor. 
Y éste hecho no había sucedido porque el nuevo orden hubiese atacado los principios religiosos, simplemente, los siglos en busca de las libertades individuales, de la justicia y de la tolerancia, habían acabado devorando la intransigencia y la incapacidad de apertura de las religiones.
Sólo quedaban algunos focos donde se refugiaban los nostálgicos de las épocas pasadas en la que las diferentes doctrinas religiosas habían acaparado y perpetuado los ideales de millones de personas.
Y uno de esos puntos estaba muy cerca.
Los tres disfrutaron del paseo recorriendo el casco antiguo de la hermosa ciudad, disfrutando de sus mágicos rincones y de los adormilados monumentos; principalmente los dos adultos, Fabián más bien, prestaba mayor atención a las palomas de las plazas y a los colores y ruidos de la bulliciosa capital italiana.
Por un momento, el niño dejó esa atención y pareció pensativo.
-¿Qué te ocurre? –preguntó Raúl.
-Papa, aunque no sean monstruos, ¿por qué no salen a pasear como nosotros, como todas estas personas?
Desembocaron en la gran avenida. Al fondo, se recortaba el oscuro edificio. La vieja cúpula que habían divisado desde el aire, sobresalía ahora como queriendo recuperar su perdida majestuosidad entre los árboles y los arbustos.
Raúl suspiró. Su hijo sólo tenía 11 años, era inteligente, desde luego, pero aun así, no sabía cómo explicarle aquello.
-Les parecemos raros –volvió a insistir.
El niño abrió sus grandes ojos y escrutó a su padre con una graciosa perplejidad.
-¿Raros? Pero si son ellos los que están encerrados –la lógica del niño era aplastante.
-Sí, pero en un tiempo no fue así. Mira a tu alrededor.
El niño, extrañado por las palabras de su padre, miró a su alrededor. Las gentes  caminaban por la amplia avenida, alegres y distraídas. Muchos niños como él y de edades similares, caminaban entre sus padres y sus madres. Muchos de ellos se dirigían hacia la cúpula negra.
-¿Qué pasa papa?
-Sigue mirando.
Todo era normal. La gente paseaba alegre y tranquila. Había niños con sus papas, como él, otros con sus mamas. Una señora rubia de pelo corto y muy guapa, dio un cariñoso beso en la boca a su mujer, o a su novia. Él aún no tenía novio, era muy joven, pero sabía que algún día lo tendría.
También había parejas de hombres con mujeres. Pero menos. Pero también era normal.
-Papa no veo nada extraño.
-En algún tiempo, hace mucho –Raúl no sabía si emplear el formato de cuento para decirle aquello a su hijo, sería la manera más correcta. Pero de todas formas continuó-, todas las familias debían, o estaban formadas por una mama y un papa.
La sorpresa se hizo patente en la cara del niño.
-Y el qué tú tuvieses dos papas –prosiguió Raúl-, para mucha gente era considerado… -“un pecado”. Raúl pensó en aquella palabra, pero Fabián no lo entendería, los términos que hacían referencia a las ofensas religiosas ya estaban en desuso. O habían desaparecido del diccionario-, como algo que estaba mal.
El niño volvió a mirar a su alrededor con más atención.
-¿Y por qué eso era lo normal papa?
Raúl miró de reojo a Daniel. El niño pronto aprendería en el colegio como se reproducían las especies, entre ellas los mamíferos, entre ellos el ser humano. Afortunadamente, ya no iba relacionado el que dos personas se amasen y quisiesen estar juntas, con el acto de la reproducción.
La especie humana no corría peligro de extinción, ni mucho menos. Todo lo contrario, gozaba de una magnifica salud, la tecnología, la genética, la medicina y las leyes, permitían tener hijos sin que fuese necesario el acto sexual entre un macho y una hembra.
Todo eso lo aprendería Fabián en el colegio.
Pero ahora…
-Eso era lo normal para ellos, que todos tuviésemos un papa y una mama, a la gente como nosotros incluso nos llamaban enfermos.
El niño llevó su mano a la boca en un gesto de incredulidad.
El inmenso palacio y antaño glorioso, por fin se levantaba ante sus pies, pero ahora semidestruido, tan solo separados de los majestuosos muros y las imperturbables columnas, por la Plaza de San Pedro, cubierta por arboles viejos y cansados, y arbustos que habían agrietado las losas del pavimento; pequeños roedores paseaban entre la espesura como si aquel cambio que había sucedido a lo largo de numerosas décadas, les hubiese proporcionado una inesperada y acogedora vivienda.
Todo el recinto estaba blindado por una alta, gruesa y oxidada alambrada.
Fabián se acercó a la valla. Y a pesar de la ira que a su joven corazón había llevado las confesiones de su padre, lo hizo con precaución. Carteles de "Propiedad privada" y "Prohibido el paso" empapelaban la alambrada. Dentro también se divisaban figuras humanas, todas parecían hombres, pero también parecía haber alguna mujer. Ancianos.
El niño miró a las figuras con curiosidad y temor. Pero no tenía nada que temer, sus padres estaban a su lado.
Una de las figuras pareció mirarle en la distancia, desde el centro de la plaza.
Raúl se percató y observó con interés a su hijo que, ante el avance de la figura, se removió inquieto. Pero no se separó de la valla. La figura se plantó al otro lado de la verja y Fabián pudo apreciar con más detalle que se trataba de un hombre mayor. Anciano. Muy anciano. Encorvado y apoyado en un bastón. Su larga túnica vieja y desgastada, aún dejaba entrever restos de su esplendor y ostentosidad.
El anciano dio otro paso. El suelo, lleno de ramas y hojas secas, crujió bajo las pisadas de los frágiles y viejos pies.
-¿Son tus padres? –pronunció la voz helada, áspera y desgastada de la figura al tiempo que levantaba su dedo y señalaba a Raúl y a Daniel que en esos momentos observaban cogidos de la mano.
Fabián por fin retrocedió. Sin contestar.
-Espero que seas feliz –continuó el anciano-. El Señor os perdonará a pesar de todo.
Daniel hizo intento de protestar, pero Raúl apretó su mano.
Fabián se acercó de nuevo a la valla y volvió a mirar, esta vez, fijamente al rostro sereno y arrugado del anciano.
-Mis padres no han hecho nada malo. ¿Qué Señor y de que habría que perdonarles? –Dijo la voz infantil pero tremendamente decidida del niño-. Yo espero que quien tenga que perdonar, les perdone a Ustedes por llamar a mis padres enfermos.
El niño se retiró de la valla y volvió a coger a sus padres de la mano. Los tres se alejaron y se volvieron a mezclar entre las gentes, familias libres de prejuicios, solamente guiadas por sus sentimientos y por el respeto hacia los demás.
El viejo palacio quedó atrás con sus ancianas figuras en su interior. Tal vez arrastrando en sus viejos muros la enfermedad que sus viejas doctrinas habían querido adjudicar a las gentes que no eran como ellos deseaban.
Pero tal vez no fuese una enfermedad terminal y los viejos muros y sus ancianos moradores, aún estuviesen a tiempo de curarse.

                                                       FIN