domingo, 18 de mayo de 2014

La princesa rusa XX

                                      El niño Juan

En realidad, Sofía estaba más animada. Tal vez no fuese que había olvidado todos sus agobios, temores y dudas de golpe, sino que la visita a la hermosa ciudad maña y su basílica, le había hecho distraerse y apartar sus pesares momentáneamente y quizá, volver a retomar en su atolondrada mente, la idea de que la vida en cualquier instante, puede deparar momentos gratificantes por los que merezca la pena continuar viviendo con ilusión. Se había dado cuenta de que aún quedaba dentro de ella una llama que le alentaba a vivir y le decía que todo podía cambiar, que la vida era una continua sucesión de cambios y ella era aún muy joven, y con muchas posibilidades de poder acometer buenos momentos y buenas oportunidades.
Comieron en un pequeño bar cercano al río y el vino pareció animar a Sofía definitivamente. Cruzó algunas palabras más con Fernando que también se animó y recobró en parte sus sueños de aventura al lado de la chica, pero sin querer hacerse demasiadas ilusiones.
Sofía, entre trago y trago, intentó inventarse una historia sobre su pasado ante las incesantes preguntas de Fernando, ya qué tenía claro que no quería contarle que era la hija de un gánster ruso obligada por él a prostituirse muy lejos de su país. Y le pareció lo más sencillo inventarse una historia similar a las muchas que había oído en el club y en el piso de la calle Estrella a tantas y tantas chicas. Le dijo que había venido de su país escapando de la pobreza en busca de una vida mejor y buscando un trabajo que le permitiese vivir decentemente y ayudar económicamente a su familia en Rusia, pero al llegar a España, se había encontrado con que aquí también era difícil sobrevivir, y mucho más para los extranjeros que carecían de papeles y la vía más cercana y más sencilla para poder sobrevivir y pagar un lugar donde poder cobijarse, era la prostitución, en la que una mujer joven y atractiva tenía muchas posibilidades de trabajar y de ganar mucho dinero.
-¿Y por qué abandonas Madrid? -preguntó Fernando al que la historia de Sofía parecía haberle convencido.
La joven guardó silencio y bebió nuevamente de su vaso de vino intentando dar al hombre una respuesta convincente.
-En Madrid cada vez me siento más explotada -dijo-, estoy cansada de hacer esto. Quiero alejarme de todo esto, empezar una nueva vida lejos y en Barcelona podría tener esa oportunidad, lejos del mundo de la prostitución.
Fernando la miró con cierta compasión y dijo:
-Una noche en Madrid, en el club donde trabajabas, me dijiste que echabas de menos tu país y tú casa. ¿Por qué no vuelves? Según parece Rusia cada vez levanta más el vuelo.
En realidad echaba de menos su país, mucho, pero no recordaba haberle dicho eso a Fernando, ella intentaba que fuesen los hombres los que hablasen preguntándoles sobre su vida e intentando escucharlos con atención y así, mientras hablaban la dejaban en paz y no intentaban abalanzarse sobre ella como si fuesen verdaderos pulpos, aunque indudablemente podría haberlo hecho a lo largo de una de aquellas noches, a pesar de que intentaba no expresar sus sentimientos cuando estaba con algún cliente y mucho menos hablar de su vida, pero bajo los estimulantes efectos del whisky podría haber dicho muchas cosas que no deseaba en más de una ocasión.
-Allí..., al menos en mi casa todo está igual de mal. Sería una boca más para alimentar.
Sofía se levantó diciendo que iba al servicio, no quería seguir diciendo mentiras y tampoco tenía ganas de hablar de su verdadera vida con aquel hombre. Cuando regresó, Fernando ya había pagado la cuenta y la esperaba levantado. Él mismo sugirió pasear nuevamente por la ciudad y ella aceptó con indiferencia.
Se alejaron nuevamente del río y según iban pasando los efectos del vino, Sofía nuevamente volvía a sentirse desdichada y sobre todo cansada, muy cansada.
-¿Quieres que busquemos un sitio para pasar aquí la noche? -sugirió por fin Fernando cuando el sol empezaba a buscar refugio tras los edificios de las calles de Zaragoza y viendo que la chica volvía a estar parca en palabras. Durante los últimos minutos había desarrollado aquella idea con la intención de ganar tiempo y decidirse por fin si continuaba con aquella aventura. Si a la mañana siguiente la chica no parecía mostrar más ánimos, volvería definitivamente a su casa.
-¿Aquí en Zaragoza? -preguntó ella sin demasiados ánimos.
-Sí, aún nos queda la mitad de camino hasta Barcelona y conducir de noche sin conocer la carretera no me gusta nada, y de esta manera puedes descansar y llegar a Barcelona con mas energías -terminó diciendo con una sonrisa Fernando.
La chica aceptó prácticamente con un silencio la idea del hombre y se dirigieron a la zona donde se encontraba el coche aparcado para buscar una pensión que les pillase cerca del vehículo.
Encontraron una pequeña, pero en apariencia, acogedora pensión en una larga y estrecha calle a pocos metros del coche de Fernando. Reservaron las dos habitaciones y salieron de la pequeña recepción a por el equipaje, Sofía sintió frío meteorológico en su piel por primera vez desde que estaba en España. Había anochecido rápidamente y soplaba una suave pero fresquísima brisa y su fino top no era suficiente para protegerla de aquel fresco aragonés. Cruzó los brazos y se encogió sin decir nada.     
A la chica le pareció una buena idea cuando pasaron a un pequeño y casi vacío bar de la zona para comer un bocadillo o alguna ración antes de irse a dormir, no porque tuviese hambre, que no tenía nada, sino más bien porque deseaba tomar algún combinado de whisky qué sin duda le iba a sentar muy bien. Se pidió uno bien cargado ante la sorpresa de Fernando que la miraba con cierto temor y preocupación, viendo como se bebía el whisky con notables ganas, sin pinchar apenas de las raciones de calamares y patatas de la casa que les había servido la pequeña señora ya entrada en años y de aspecto agradable que regentaba la barra del bar.
Además de la señora, en el pequeño bar tan solo había dos hombres que no dejaban de beber cerveza y reír exageradamente. Sofía apuró su bebida y pidió otro combinado ante la cada vez mas sorpresiva mirada de Fernando que comía calamares y patatas con bastantes ganas a la vez que bebía de su segunda cerveza, y que no hubiese imaginado ni por lo más remoto que aquella dulce, tierna y atractiva jovencita, bebiese cubatas de aquella manera, aunque hubiese sido una prostituta.
La chica cogió su segundo cubata sonriendo con amabilidad a la señora del bar que la miraba a su vez con cierta pena, y dio un primer trago sin fijarse en la pareja que acababa de entrar en el bar. Un hombre, que seguramente rozaba los cincuenta, de aspecto rudo y desaliñado, pasó al recinto empujando un carrito en el que apenas se distinguía el bulto de lo que sería una muy joven persona. Le seguía una mujer bastante más joven que él, seguramente rozando los treinta años, de rostro feo, aunque con unos rasgos suaves que reflejaban una triste y conmovedora indiferencia.
Fernando les miró con cierta alarma.
La mujer se volvió y dirigió unas palabras ininteligibles de amenaza hacia la puerta. Enseguida entró un niño de unos ocho años que se parecía inequívocamente a la mujer. Protestó amargamente con su voz infantil, pronunciando de una extraña manera la cadena de palabras y se sentó resignado en una silla, cruzando los brazos y apoyándose sobre una de las tres mesas que poblaban el bar.
-Encima no cabrees que te pego una ostia... -amenazó la mujer embarulladamente y con una pobre pronunciación.
-Déjale que esta noche se va a ir calentito a dormir -gruñó toscamente el hombre.
Fernando continuaba mirando a los recién llegados con cierto temor mientras apartaba el plato con los últimos calamares. Se le había quitado el apetito y estaba seguro de que su guapa amiga no iba a comer más.
La mujer de la barra sonrió amablemente y saludó con simpatía a la pareja, dirigiendo unas palabras de ánimo al niño, como si ya les conociese.
Sofía les miró con desgana por primera vez y sin saber porqué, recordó a la simpática camarera de aquel club en el que pasó sus primeros días, y como aquella mujer le ofreció su amistad, o al menos su apoyo. ¿Qué sería de ella? Notó como se le formaba uno de aquellos asfixiantes nudos que desde que vivía en aquel país, poblaban con cierta frecuencia su garganta, y rápidamente intentó beber otro trago de su bebida mientras miraba como el hombre recién llegado cogía en brazos al bebe del cochecito y le dirigía una amplia sonrisa y unas tiernas palabras que contrastaban profundamente con las anteriores amenazas al otro niño.
-Juan que quieres tomar -soltó de repente y nuevamente de una manera embarullada la mujer.
-¡No quiero nada! -chilló el niño que permanecía sentado en la silla.
El hombre, sin mediar palabra, se acercó bruscamente al niño y le dio un fuerte pescozón en la cabeza.
-Ahora si quieres vuelves a gritar -dijo y volvió a su sitio cogiendo con ternura nuevamente al bebe.
El pequeño no lloró, tan sólo miró a la mujer que había bajado la cabeza, y con ojos brillantes, sacó de una bolsa de plástico unas cuantas piezas cubicas que parecían representar unos dibujos, las dejó sobre la mesa y empezó a juntarlas sin demasiados ánimos.
Sofía observó con una infinita tristeza al niño y esta vez pensó en la pequeña Natalia. Deseó con toda su alma que aquella niña estuviese bien y que fuese feliz. Tragó saliva y se acercó al niño. La joven se acuclilló al lado del pequeño y puso su mano sobre el respaldo de la silla ante la cada vez más sorpresiva mirada de Fernando.
-¿Es un rompecabezas? -preguntó con una sonrisa al niño.
-Si -contestó éste al tiempo que volvía su cabeza hacia Sofía y la miraba fijamente.
-A mí cuando era como tú de pequeña me gustaban mucho los rompecabezas, ¿quieres qué te ayude a formarle?
El niño hizo un lento gesto afirmativo con su cabeza y con un ánimo renovado en su rostro, corrió su silla para dejar sitio a Sofía, que cogiendo otra silla, se sentó a su lado.
Juan terminó de colocar con gran entusiasmo la última pieza del rompecabezas y volvió nuevamente su cabeza hacia Sofía con una gran sonrisa de satisfacción. Ella le sonrió igualmente satisfecha rodeándolo con uno de sus brazos y dándole la enhorabuena.
-Toma Juan -escucharon como decía una voz y Sofía y Juan volvieron sus cabezas hacia la mujer que tendía su mano al niño con una bebida.
Juan, sin prestar demasiada atención a la bebida que le ofrecía su madre, dijo con una exaltada voz y con aquella extraña pronunciación:
-Mira mama hecho el rompecabezas.
La mujer sonrió a su hijo con infinita ternura. Sofía la miró y no pudo evitar ver, que detrás de la sonrisa de aquella mujer, se ocultaba una incomprensible amargura y desesperación por sólo Dios sabría qué motivos.
-Da las gracias a la señora por ayudarte.
-Ha sido él solo, ¿verdad Juan?
El niño miró con verdadero entusiasmo a Sofía.
-¿Quieres que hagamos otro? -preguntó.
Entonces, el hombre se acercó ya sin el bebe, al que había vuelto a tumbar sobre el carricoche y dijo secamente:
-Juan, no molestes mas a la chica que tendrá cosas más importantes que hacer que estar jugando contigo.
Sofía no supo que decir. Miró al hombre que le devolvía la mirada con cierto desafío sin que ella comprendiese el porqué. Miró a Juan que volvió a dejar apartado en un recóndito rincón de su mente el efímero entusiasmo y volvía a tener un rostro lleno de desilusiones e indiferencias, igual que la madre, que nuevamente con su cabeza agachada, parecía completamente indiferente a todo lo que le rodeaba.
-Guarda ya el rompecabezas y bébete la coca -dijo la mujer. 
El niño se levantó y después de guardar lentamente el juguete en la bolsa, fue junto a su madre. Cogió su coca cola y se acercó al cochecito mirando con indiferencia al bebe que parecía dormir.
-Sofía, ¿nos vamos? -la joven volvió la cabeza sorprendida. Fernando estaba ya a su lado con inocultables ganas de marcharse de aquel lugar. Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza y se levantó de la silla.
Fernando salió del bar apresuradamente y sin despedirse, seguido de la chica que se detuvo junto a Juan que ya no le prestaba atención y estaba sumido en un extraño ritual de gestos con sus brazos, al lado del cochecito.
-Adiós Juan -dijo dulcemente Sofía poniendo una mano sobre la cabeza del niño. Entonces, el niño pareció despertar de un estado de hipnotismo y miró a la chica como si se tratase de un buen amigo al que no veía desde hacía mucho, mucho tiempo. Sin decir palabra, acercó su boca a la cara de la joven que se agachó para que el niño la besase en la mejilla. La rusa se volvió con una extraña alegría y no pudo evitar que su mirada se encontrase con el feo rostro de la madre en el que unos profundos ojos, le devolvían la mirada reflejando una conmovedora y profunda tristeza.
Sofía apenas durmió aquella noche y no porque la cama de la pensión fuese incomoda. Un gran número de pensamientos no dejaban de rondar por su cabeza y el recuerdo reciente de aquel triste niño y su madre encabezaban todos ellos. Intentaba imaginar qué clase de vida llevaba y llevaría aquella mujer y sus hijos junto a aquel hombre y por más vueltas que lo daba, sólo conseguía ver penuria y pesar. ¿Qué le depararía el inmediato futuro a esa mujer completamente resignada e indiferente ante la vida? ¿Y al niño? Sin duda la vida era ingrata para mucha gente y aquella mujer y su hijo tan sólo eran un ejemplo. Ella misma estaba amargada y hundida por cómo le había tratado la vida durante muchos años y en especial en aquellas ultimas semanas, y aunque todo en sus dieciocho años no había sido fácil, había conseguido aguantarlo y ser más o menos feliz intentando disfrutar al máximo de las escasas cosas buenas que se la presentaban. Ahora, todo era más complicado, pero seguramente no era la única persona, ni en aquel país ni en el mundo entero, que sufría. Por lo tanto, le quedaban dos opciones, agazaparse en el maldito rincón al que parecía abocarse a una velocidad de vértigo y terminar de hundirse en la oscuridad en la que estaba empezando a penetrar y que alguien algún día la mirase a los ojos y viese en ella una conmovedora tristeza, o plantarle cara, como había hecho hasta entonces, sin perder la esperanza y la ilusión de que algún día podría ser feliz.
Aquella noche pasó muy deprisa y prácticamente de incógnito para la joven, que estaba inmersa en un mundo de meditaciones y pensamientos.
Ya se había duchado y vestido cuando escuchó llamar a la puerta. Abrió y allí estaba Fernando, mirándola de arriba abajo con una impaciente y gran sonrisa.
-¿Has descansado bien? -preguntó indeciso.
-Me encuentro mucho mejor -contestó ella con una preciosa y radiante sonrisa-, podemos irnos a Barcelona cuando quieras.