martes, 14 de enero de 2014

La princesa rusa XII


                                Los nuevos amigos


Sofía llegó al Parque del Retiro con su pequeña bolsa de deporte al hombro ya avanzada la tarde, después de haber paseado sin rumbo fijo por aquella zona de la ciudad. El parque madrileño estaba abarrotado de gente y de pequeños grupos de títeres y actores que a su manera, festejaban y daban un último y ruidoso adiós al verano. La joven había caminado lentamente desde el apartamento, envuelta en el calor e inmersa en un mar de dudas y desolaciones. Con su mente muy lejos de su cuerpo. Sin pensar en que alguien le pudiese estar buscando. Se sentía triste, depresiva y sola, muy sola y desamparada, y para colmo, el recuerdo de Alex muerto le atormentaba a cada instante. Había hecho un terrible esfuerzo desde que llegó a España por superar aquel cruel castigo que le había impuesto su propio padre y que le había hecho rozar el borde de la desesperación en más de una ocasión. Lo consiguió superar con resignación, pasando por momentos de increíble amargura, pero había intentado ser fuerte, sin quedarse agazapada en ningún rincón como le aconsejó Alex en aquellos primeros días, y cuando empezaba a sentir algo de felicidad...

Su consejero estaba muerto y tenía que obligarse a aceptarlo, o buscar ese mísero rincón donde acurrucarse y morirse de asco y de pena, y si era verdad lo que había dicho Alex en sus últimas palabras de que alguien la quería matar, fuese quien fuese, facilitarle la labor y esperar a que lo hiciese. En aquellos momentos no sentía ningún miedo ni respeto por la muerte.

Se sentó en un banco, mezclada con otras personas, sin prestar la mas mínima atención a los vistosos y coloridos grupos de mimos que sobre todo hacían las delicias de los niños y sin mirar a la gente que en gran numero paseaba por el parque, en contra de lo que hizo aquel día en la compañía de Alex y llena de felicidad en el que no perdió detalle de todo lo que sucedía a su alrededor; su rostro esta vez, tan solo reflejaba una tristeza y amargura que la joven solo podía disimular agachando la cabeza y mirando hacia el suelo.

Enseguida empezó anochecer. Los días largos en los que el sol brillaba hasta las diez de la noche habían quedado atrás, pero las temperaturas que recibían a la noche aun eran agradables.

Casi aturdida e inconscientemente, había tomado una decisión sin saber si sería capaz de llevarla a cabo.

Alex, en sus últimas y borrosas palabras, también había nombrado a Shirko y Barcelona, y aquella extraña palabra, Pasagess. Quizá había querido decir que Shirko estaba en aquella ciudad. No era una idea descabellada, pues su padre también podría haber querido castigar al joven con el que ella se había escapado y haberle traído hasta España para que cumpliese algún indeseoso castigo.

Iba a ir a Barcelona, no porque pensase en encontrar a Shirko, ni ser feliz, ni nada de eso, simplemente no quería estar ya en Madrid y no sabía que otra cosa podía hacer en aquella ciudad que no fuese la que tantas y tantas veces había imaginado de ir a la policía y que ellos decidiesen lo que hacer con ella, que no sería otra cosa, que la de mandarla nuevamente a Rusia donde su padre la estaría esperando y todo volvería a empezar.

Si alguien la matase, todo terminaría de una vez, pero si alguien, fuese quien fuese, la encontraba y la obligaba a continuar con la vida que había llevado en aquellos últimos meses, estaba segura de que ya no podría soportarlo.

Llegaría a Barcelona y si fuese necesario buscaría trabajo nuevamente como una marginal prostituta, pero esta vez ganando dinero. Ahorraría, intentaría preguntar por Shirko en algún sitio y si no le encontraba, se informaría como fuese de como poder viajar hasta Bulgaria, hasta Sofía. Allí intentaría buscar vestigios de la familia de su madre a los que apenas recordaba, quizá alguien la recordase a ella y le ofreciesen algún lugar donde poder vivir tranquilamente, en paz.

Allí, donde había pasado sus años más felices al lado de su madre, intentaría rehacer su vida.

Todo lo había planeado con su mente completamente borrosa y su alma totalmente falta de esperanza y de ilusiones por vivir, pero aun así, se había forjado un plan e iba a intentar llevarlo a cabo.

Pero para empezar, no tenía ni idea de cómo ir a Barcelona.

Estuvo un rato sentada en el parque, intentando aclarar sus numerosas dudas y preguntas. Pero todo estaba embarullado en su cabeza y mezclado con un gran dolor en el corazón que no la permitía ver las cosas con claridad. Se levantó y comenzó a andar lenta y cansinamente entre la gente que ya en menor número, comenzaba a abandonar el Retiro.

La noche se hizo enseguida y aunque las temperaturas nocturnas eran bajas en contraste con las del día, todavía se podía pasear en manga corta, aunque ya había gente que se ponía un jersey o una chaqueta.

Sofía no sentía ni pizca de frío a pesar de que tan solo llevaba puesta una fina blusa de manga corta. Bordeó el estanque cuyas aguas empezaban a estar negras y tranquilas, y salió del parque poco antes de que este cerrase sus puertas, sin ser vista por algunos de los ojos que a esas horas ya la buscaban por la zona, desembocando en una transitada avenida, la cruzó y deambulo por calles más bien solitarias, y como no, la idea de que un buen combinado de whisky con coca cola le haría sentirse mucho mejor, llegó a su cabeza.

Pasó por debajo de un cartel luminoso con una clara forma de arco iris y un letrero en el que se leía claramente en letras de colores “Disco Bar”. Sofía no lo pensó mucho y entró en el local. No habría más de quince personas, todas ellas gente joven, que en parejas o en grupo tomaban algo y hablaban alegremente, era septiembre y aun había gente disfrutando de sus vacaciones.

Sofía se arrimó a la barra y enseguida se acercó a ella una joven mujer que al parecer hacia las veces de camarera. La chica la saludó muy sonriente y le preguntó que deseaba tomar. La joven rusa sonrió dulcemente --quizá no sabía hacerlo de otra manera-- y pidió un whisky con coca cola en un muy buen español, aunque todavía se notaba en su pronunciación que no era nativa del país.

Terminó de bebérselo y pidió otro, ante la atenta mirada de un grupo de jóvenes cercanos a ella. El alcohol añadido de aquel último cubata, hizo que por fin se serenase su alma y sus ánimos se empezasen a elevar. Notó como los pensamientos fluían en un gran número, aunque de manera un tanto alocada, por su cerebro. ¿Cómo podría llegar a Barcelona? ¿Debía coger un taxi que la llevase directamente y una vez allí, buscarse la vida? No creía que eso fuese una buena idea, aun no tenía muy claro el valor de la moneda de aquel país, pero había contado poco mas de cien euros en su bolsillo y un taxi hasta Barcelona podría ser caro y debía de estirar todo lo posible ese dinero hasta que tuviese oportunidad de ganar algo más. Suponía que Madrid y Barcelona estarían bien comunicadas mediante tren, avión o autobús, pero no tenía ni idea donde estaría el aeropuerto o la estación más cercana. Podría preguntar a cualquiera e ir andando o coger un taxi que la llevase hasta la estación más próxima que tuviese destinos a Barcelona y una vez allí, preguntando no tendría problemas para coger el autobús, tren o lo que fuese, pero ¿y si una vez en la estación era obligatorio identificarse para poder sacar un billete? Ella no podía identificarse de ninguna manera, ¿llamaría alguien entonces a la policía? No podía dar respuesta a esas preguntas. ¿Debía de arriesgarse e ir directamente a una estación e intentar sacar un billete para Barcelona? Cuanto deseaba en aquel momento el haber hecho alguna amiga o tener algún conocido que la pudiese asesorar y aconsejar sobre todas aquellas dudas.

Muy tristemente, pensó otra vez en Alex y nuevamente se apoderó de ella un punzante dolor y un sentimiento de infinita tristeza y soledad muy cercano a la desesperación. Cogió su vaso y de un trago apuro casi por completo su copa. No conocía a nadie allí que le pudiese ayudar... Por un instante, una pequeña duda voló por su cabeza como una ráfaga de aire fresco... ¿O si conocía a alguien? ¡Claro que si conocía a alguien! Los clientes del chalet. Aquel verano, algunos de aquellos clientes con los que había entablado una cierta “amistad”, le habían dado sus números de teléfono y aunque ella pensaba que nunca los utilizaría, los apuntaba en una pequeña agenda donde tenía anotados los números que le podían ser útiles, el del piso, el de los móviles de Alex y sus compañeros, el de Denis. No sabía si querrían ayudarla, pero le parecía mejor opción una llamada telefónica a uno de aquellos hombres, que preguntar al primer desconocido que viese por la calle sobre cuál sería la mejor y más barata forma de viajar por España de un lugar a otro y si se necesita identificación para hacerlo. Haría aquella llamada. No tenía nada que perder.

Bastante más animada, pensó que lo intentaría a la mañana siguiente pues ya no eran horas de molestar a nadie y menos para que una joven y, hasta hacia muy poquito tiempo prostituta, llamase a un honrado caballero para pedirle su ayuda. Ahora debía preocuparse en buscar un sitio para dormir y descansar a ser posible, pues a pesar del “puntillo” que le hacía estar más animada y pensar menos en todo lo negativo, también había llegado la claridad física, que no era otra que el sueño y lo agotada que se encontraba.

Llamó a la camarera haciendo un gesto con la mano, quizá aquella chica que parecía simpática podría informarla de algún sitio cercano donde poder pasar la noche.

-¿Te puedo hacer una pregunta? -dijo cuando la camarera estuvo en frente suyo al otro lado de la barra-. Es que no soy de aquí y estoy completamente desorientada.

-Claro -sonrió la chica.

-Me podrías decir si hay por aquí algún hotel pequeño -Sofía puso cara como de no saber muy bien cómo explicarse.

-Un hotel pequeño -repitió la camarera mas sonriente-, te refieres a una pensión o un hostal.

-No sé qué es eso -admitió Sofía.

-Llevas poco tiempo en España verdad. Pues mira, es como dices tú, un hotel pequeño y más barato.

-¡Ah! -exclamó la rusa haciendo un gesto de asentimiento y muy sonriente-, eso es lo que quiero.

Sin saber porque, Sofía se sintió mucho mejor después de cruzar aquellas pocas palabras con la camarera que le explicó cómo llegar a una pequeña pensión a unos cuantos metros de allí, cercana a la calle Doctor Esquerdo.

Por un momento, se olvidó de sus penas y esperó a que la chica le devolviese el cambio del billete que le había dado para pagar su bebida. Quizá también le pudiese pedir información sobre cómo podría llegar a Barcelona.

-Perdona -escuchó que decía una voz juvenil y masculina muy cerca de ella.

Sofía se giró y vio un hombre joven, probablemente poco mayor que ella, moreno con el pelo corto y bastante atractivo, que la miraba sonriente con unas pupilas brillantes.

-Veras -continuó el chico señalando a sus dos amigos que detrás suyo miraban muy expectantes-, no hemos podido evitar oírte que llevas poco tiempo aquí y sin que pienses mal de nosotros, queremos ofrecernos por si necesitas unos guías para ver Madrid y sino, por lo menos saber el nombre de una chica tan guapa.

No pensó si aquel chico con aquellas palabras tan solo quería ser simpático con ella, solo notó como una parte de su cerebro de la que nunca antes en su vida había sentido su presencia, le hizo pensar en que hasta hacia tan solo unas horas, había sido una puta cualquiera a disposición de cualquier hombre y que siempre lo llevaría escrito en la cara, y que aquel cabrón que tenía en frente tan solo quería follar con ella. ¿Estaba cambiando tal vez? ¿Aquella asquerosa vida la estaba haciendo cambiar? No quería cambiar, si de algo había estado segura en toda su vida, era que la gustaba ser tal y como era, aunque las cosas no fuesen por la senda que ella deseaba, pero ¿qué podía hacer ahora? todas sus fuerzas estaban puestas en intentar seguir viviendo y no le quedaba ninguna para luchar contra ese nuevo problema.

Su fiel escocés, o quizá su propio subconsciente martirizado por el sangrante dolor que el recuerdo de la muerte de Alex producía en el alma de la joven y que deseaba guardarlo o abandonarlo cuanto antes en un oscuro rincón, fue lo que casi con toda seguridad la hizo cambiar su respuesta final en vez de contestar airadamente como pensó en un principio.

Una melancólica sonrisa se dibujó en su boca y miró con simpatía al joven.

-Sofía -dijo-. ¿Y tú?

-Paco -contestó el atractivo joven con una voz áspera y segura al igual que su rostro, aunque al mismo tiempo afable y conciliadora. Se aproximó a la joven y le dio dos suaves besos en sus mejillas-. Nosotros somos del barrio y conocemos a una señora que alquila habitaciones a buen precio y en buenas condiciones, si te interesa podemos hablar con ella.

Una vez oculto de una manera un tanto falsa el recuerdo de Alex y con él, gran parte de su mal estar emocional, Sofía en muy poco tiempo, dio carpetazo a su supuesto recién estrenado mal carácter y decidió que no tenía nada que perder por entablar amistad con aquellos chicos y quien sabía si ellos la podrían ayudar en su intento de llegar a Barcelona.

Paco enseguida llamó a sus dos amigos e hizo las presentaciones que la joven aceptó algo tímida; la chica pensó que aquellos jóvenes podían suponer una nueva experiencia en su vida en España y tal vez beneficiosa en su actual situación. Sin duda eran españoles, jóvenes de su edad que seguramente solo pensaban en divertirse y en ligar con chicas, muy diferentes a los hombres con los que había tratado en el club, ya que en contadas ocasiones se presentaban jóvenes como aquellos en el chalet, y cuando lo hacían, era en grupos que tomaban alguna bebida y se reían mucho y rara vez invitaban a una copa a las chicas o pasaban al reservado con ellas.

Sin apenas darse cuenta, la joven rusa se vio caminando en compañía de los tres chicos en busca de la señora que alquilaba habitaciones.

Los jóvenes no dejaron de atosigarla durante todo el trayecto con preguntas sobre su país, cuánto tiempo llevaba y que tal la iba en España, si la gustaba estar aquí, sobre su ocupación; por suerte para ella, apenas le daban tiempo para contestar muy brevemente con una sonrisa incluida. Enseguida fue el propio Paco quien intentó entablar una conversación de una manera más seria y más intima con ella y el que primero se detuvo junto a un pequeño portal y apretó el botoncito del portero automático que había bajo un pequeño letrero donde se podía leer la palabra “camas”.

-Conocemos a la señora Ángela desde que éramos unos enanos así -explicó Paco con una risueña sonrisa y con su voz increíblemente segura, a la vez que con su mano abierta señalaba una altura de poco más de un metro-. Seguro que no hay ningún problema para que te alquile una habitación. 

Subieron por el antiguo y ruidoso ascensor hasta el segundo piso donde los atendió una señora entrada en años, con una muy recién permanente en su corto cabello grisáceo y con un aspecto saludable, y que a todas vistas, si conocía a los tres jóvenes. Les saludó amablemente y les invitó a pasar al espacioso piso, y enseguida, Paco le explicó que su nueva amiga buscaba una habitación donde pasar sus primeras noches en Madrid.

Ángela miro a Sofía mientras su rostro tornaba a volverse algún grado menos amable.

-¿Y para cuantas noches quieres la habitación guapa?

La pregunta le pilló totalmente desprevenida, realmente, ¿cuántas noches iba a necesitar? Iba a ir a Barcelona, eso lo tenía claro, o al menos lo intentaría, pero ¿cuando pensaba hacer la llamada a uno de los clientes del chalet para obtener la información de cómo viajar hasta allí? ¿A la mañana siguiente? ¿Y si la información obtenida no le permitía viajar de manera inmediata y necesitaba pasar en Madrid alguna noche más?

El momento se le hizo eterno a la joven que percibió claramente las miradas impacientes de Paco, los amigos, y sobre todo de la señora Ángela.

-Para dos noches, creo... -dijo titubeante intentando luchar contra aquellas nuevas dudas que se habían instalado con fuerza en su cabeza; pero..., ahora tenía aquellos nuevos amigos y quizá ya no debería hacer la comprometedora llamada a los clientes que probablemente ya ni se acordarían de ella. Una nueva ráfaga de aire fresco llegó a su mente y enseguida se mezcló con la tranquila y turbadora neblina de los escoceses tomados aquella noche.

La mujer hizo un gesto de asentimiento y les condujo a un confortable y amplio cuarto de estar. Sacó una tarjeta en blanco de un cajón y poniéndose unas gafas, dijo:

-Me dejas tu carnet, bonita.

-No tengo carnet señora -dijo dubitativamente Sofía tras un nuevo silencio mirando a sus nuevos amigo como si estos la pudiesen sacar del apuro-. Llevo poco tiempo y...

-Vamos Ángela -interrumpió vigorosamente Paco-, la chica es nueva y está intentando abrirse camino. No se lo compliques más. Además, nosotros respondemos por ella -terminó diciendo a la vez que hacia un guiño de complicidad y cogía cariñosamente los hombros de la mujer.

-No me des problemas niña -dijo la señora Ángela haciendo un gesto con su mano-, conozco a estos jovencitos desde que eran niños y espero que no me defrauden. Me tienes que pagar ahora 28 euros por esta noche y si mañana decides quedarte otra noche me avisas con tiempo.

Sofía comprendió enseguida lo que quería decir la mujer, así que sacó el dinero de su bolsillo y pagó la cantidad señalada.

Ángela cogió un llavero de plástico que representaba al pato Donald y que contenía tres llaves, y nuevamente se puso a andar con los jóvenes detrás de ella.

Desanduvieron el pasillo por donde habían entrado y atravesaron la gruesa puerta de madera que al parecer separaba la zona de la vivienda de la señora Ángela de la zona donde se encontraban las habitaciones de los clientes.

-Esta es la habitación -dijo abriendo una de las puertas de la zona de hospedaje. Pasaron a la no demasiada ornamentada habitación, aunque limpia y con un agradable olor-. Esta es la llave de la habitación y estas otras, una la del portal y otra la de aquí arriba.

Ángela entregó el pato Donald con las llaves a Sofía que echó una primera mirada a la confortable cama donde podría tumbarse y llorar hasta que consiguiese resignarse ante su suerte. Debían de ser bastante más de las once de la noche y después de un buen rato sin tomar un trago de alcohol, la euforia empezaba a bajar considerablemente como le pasaba a menudo durante sus jornadas en el chalet. Durante aquel verano y desde aquel primer día en el antro, había descubierto que le gustaba tomar alcohol porque casi siempre actuaba en ella de la misma manera, enseguida la hacía sentirse eufórica y con una incuestionable seguridad de que aquella vida era pasajera haciéndola pasar de una manera más llevadera su jornada laboral.

La tentación de tumbarse en ese mismo instante en la cama desapareció de inmediato cuando volvió a escuchar la segura voz de Paco.

-Ya tienes habitación. Ves como no era tan difícil. Ahora te vendrás con nosotros a tomar algo por ahí y a ver un poco Madrid. No te puedes negar.

Claro que no se podía negar; la joven pensaba que estaba en deuda con aquellos chicos por haberla ofrecido su ayuda y sin duda, a los que podría pedir más ayuda. No se lo pensó dos veces y dijo:

-Claro, dejo mis cosas y tomamos algo.

-Te esperamos en el bar que hay junto al portal.

-Bueno guapa, que te vaya bien en Madrid -añadió Ángela.

Sofía se quedó sola en la habitación y sin perder demasiado tiempo, se refrescó la cara con agua fresca, se cambió alguna de sus prendas y después de contar sus reservas económicas que ya habían empezado a reducirse de manera notable, bajó a la calle en busca de sus nuevos amigos.