lunes, 1 de diciembre de 2014

Los Gegos (Cap. IV)


Hacía frío y un manto gris empezaba a cubrir el cielo anunciando que otra negra noche invernal llegaría antes de tiempo.
Aún era poco mas de mediodía pero yo ya tenía claro en mi mente, que se presentaba otra noche desapacible, esperaba que en cualquier momento nos asaltasen nuevos servidores de los Gegos, no dejaba de mirar a todos los lados. Nos dirigimos a mi coche sin que yo supiese dónde íbamos a ir. No pude evitar mirar a Eve con descaro. Dejé de sentir miedo y me relajé. Era el cuerpo femenino más sensual que había visto jamás. Sus curvas se dibujaban bajo sus ajustadas ropas negras y se reflejaban en las oscuras claridades del día con una calidez desproporcionada.
Antes de darme tiempo a preguntarle donde íbamos una vez más, la joven habló.
-Es una secta, o al menos se podría encuadrar en lo que tú conoces como secta, que utiliza la energía negativa de la “Madre Inteligencia” que desde hace millones y millones de años, rige el destino del todo –explicó con una pasmosa tranquilidad, como si estuviese hablando de famosillos de feria y de revistas amarillas-; esta Madre Inteligencia dirige o mueve los ciclos del Universo, donde los humanos tan solo son un mero instrumento a los que la madre inteligencia, tanto la positiva como la negativa, utilizan como un simple vehículo en su viaje infinito.
“¿Qué?” Quise preguntar, pero no me salían palabras, nuevamente dudaba de si la joven no estaba tomándome el pelo tan solo.
-La energía que mana de la inteligencia madre, es el poder que rige, no sólo los designios del hombre en la Tierra, sino el devenir de todo el Universo -continuó-, y algunos hombres, muy pocos, absorben esa energía de dos formas totalmente opuestas, lo que llamamos el bien y el mal; los que son capaces de percibir la energía madre son los lideres, los encargados de evangelizar al resto y de conducirles por los caminos adecuados según sus distintos tipos de creencias, y ahí podríamos incluir religiones, sectas y otros muchísimos grupos que son dirigidos por los más extraños personajes.
-Pero -dije intentando no liarme con lo que acaba de escuchar por boca de Eve-, aparte de esa poderosa inteligencia, en el caso de los Gegos, las gentes que los representan no dejan de ser personas como tú y yo, eso sí, delincuentes, que como en todas las sectas, utilizan las debilidades de las personas.
-Sí, al menos la mayoría de ellos –contestó impasible-, pero hay unos pocos que son especiales, su proximidad con la Inteligencia Madre les hace poseer dotes especiales. El peligro que mana de estas personas, es un peliro diferente.
Diferente. Sobrenatural.
-Tú has estado en la secta por lo que pude sacar en claro de lo que dijeron esos chicos en tu casa –se lo dije mirándola nuevamente, como si fuera una inocente e indefensa jovencita ¿Y qué era realmente? Pues que iba a ser, era una simple muchacha liada con historias sobre inteligencias poderosas y sobrenaturales que probablemente me podría meter en más líos-. ¿Qué pasó?  
-Sí, tienes razón, yo estuve con ellos pero me echaron –contestó sin más.
-¿Y por qué? –insistí con un cierto malestar en mis palabras.
Eve se encogió de hombros.
-Sé que percibo algunas cosas desde muy pequeña que a la mayoría de la gente les parecería, ¿cómo decís? Sobrenaturales, sí eso, y esa cualidad mía, al parecer, les molestó.
Nuevamente me asusté. ¿Sería Eve una especie de bruja? Sentí su mirada.
La noche empezaba a caer al tiempo que, según las indicaciones que la chica me iba dando, el coche empezaba a abandonar la ciudad. Conduje convencido de que pronto desaparecerían los edificios de la civilización normal hechos como Dios manda y enseguida enfilaríamos la carretera de la noche anterior y aparecería ante nosotros el siniestro cartel de madera que indicaba la localización de los Gegos. Sentí un terrible escalofrío que me recorrió como un calambrazo toda la espalda.
Pero no, no terminábamos de salir de la ciudad.
Que rápido había pasado el tiempo. Eve, sentada a mi lado, parecía estar en su mundo, con su belleza juvenil mezclada con un aurea de serenidad y oscura elegancia que me confundía totalmente. Mi mente luchaba por reconocer que aquella muchachita escondía algo..., ”especial”, místico, aunque yo no tenía muy claro lo que significaba esta última palabra, contra la parte más real de mi, la que siempre había dominado mi cabeza, que me decía que sólo era una joven alocada y probablemente algo marginada.
-¿Vamos a ver a los Gegos? -pregunté sin poder aguantarme por más tiempo, porque fuese lo que fuese aquella chica, de lo que ya no tenía duda, era de que a su lado me había embarcado en algo peligroso y desconocido para mí. Y tenía la extraña sensación de que yo había cambiado en las últimas horas.
-No. Vamos a ver antes a una persona, es una amiga.  
Eve me volvió a desconcertar y con tanta incertidumbre me hacía cabrear.
-Y como piensas ayudarme entonces -el tono agrio de mi voz me disgusto enseguida. No quería que Eve se enfadase. Puede que me estuviese tomando el pelo, pero me sentía en la gloria teniéndola a mi lado.
-Ten un poco de paciencia -no parecía enfadada por el tono que acababa de emplear en mis palabras, su voz seguía siendo dulce y tranquila-, algo me dice que ahora “ellos” están en alerta y podríamos correr peligro si nos precipitamos.
-Eve -dije mucho más suavemente-, te agradezco el interés por mi bienestar, pero yo no creo mucho en premoniciones.
-Te entiendo pero confía un poco en mí, he dicho que te voy a ayudar y lo haré.
Seguí conduciendo en silencio, sólo roto por las indicaciones que la chica seguía dándome sin que por el momento abandonásemos la ciudad, por el contrario, nos adentramos en una zona donde predominaban los bloques de pisos de no más de 4 alturas y que por su aspecto, no pertenecían a gente demasiado acomodada.
Eve habló por su móvil mientras yo aparcaba cerca de uno de los bloques donde una iluminación decente brillaba por su ausencia, al menos es lo que yo hubiese deseado en aquel momento. Una puñetera y decente iluminación.
Bajé del coche detrás de Eve que se puso rápidamente su abrigo y se ajustó un gorro de lana sobre su cabeza. La temperatura rondaría los 4 o 5 grados.
Dos oscuras siluetas se dirigieron hacia nosotros. Y verdaderamente eran oscuras. Una pareja de edades indefinidas, tal vez pasasen los 20 por poco, tal vez los treinta, se detuvieron ante nosotros. La mujer abrazó a Eve que observándola más de cerca, no parecía ser una chica mucho mayor que la propia Eve, tal vez veintitantos años. Sus ropas eran un autentico culto a lo negro y en mi opinión a lo hortera, además, la chica estaba pintada y maquillada abundantemente con unos macabros tonos que oscurecían incluso a la propia oscuridad. Los dos individuos estaban cubiertos de un buen número de pendientes por sus distintos órganos faciales.
-Es tu nuevo amor -dijo la chica con una voz cansada pero que ocultaba un tinte de sensualidad.
-Noooo -Eve me miró divertida-, Nika déjalo, está casado.
-Y eso a ti que te importa.
-Oye que no soy tan puta, ja ja.
-Bueno da igual, para que le traes, para que le lea su futuro.
Aquella bruja me miraba de arriba abajo con total descaro.
-No, necesitamos otra clase de ayuda -tuve claro que Eve tenía algún obstáculo para mentar su verdadera intención, pero aun así, habló con una provocativa tranquilidad-. Necesito que me ayudes con los Gegos.
Ahora fue el varón el que me miró. Enfurecido sin duda.
-Sabes que no queremos nada de ellos –intervino el chico que no parecía dispuesto a colaborar, pero Nika miró a Eve con preocupación-, y pensábamos que tú también te habías apartado de ellos.
Pero sus ásperas palabras de negación no parecieron doblegar a las dos jóvenes. Brujas, pensé.
De mala gana, el chico nos abrió el paso hasta el pequeño bloque de pisos donde al parecer la pareja tenía su vivienda. Sí me sorprendió la habitación de Eve, aquella casa casi me dejó boquiabierto. Me recordó a una de aquellas casas de terror que había visitado alguna vez siendo joven en las ferias, incluso temí que algún monstruo disfrazado saliese de algún rincón con la intención de darnos un tremendo susto según nos íbamos introduciendo por el pasillo. El negro reinaba en la casa, incluso las paredes estaban pintadas de ese color; llegamos al salón donde como principal mobiliario, había una estantería llena de grandes libros, aunque poco numerosos. En un rincón, una enorme televisión de plasma reposaba junto a un gran mosaico de tonalidades oscuras, iluminado por dos grandes candelabros eléctricos que emitían una enigmática luz roja; el mosaico representaba un baile de brujas, fantasmas y gente famosa muerta antes de su hora en circunstancias no muy claras.
Junto al tapiz había un cuadro más pequeño con una cruz formada por tres triángulos, y que según yo había leído en alguna novela de misterio, se podía interpretar como un signo satánico. No me extrañó encontrar aquel símbolo en aquel lugar.
-Es un ankh, símbolo de la vida -me informó Eve como si adivinase mis pensamientos.
¿Símbolo de la vida? Me quedé calladito mientras Eve y su amiga volvían a charlar animadamente como si nada de la lúgubre decoración fuese con ellas, aunque desde luego, desde el nombramiento de los Gegos, parecía que nos acompañaba una invisible nube gris.
El chico nos puso de beber. Yo me tomé una cerveza, noté como el alcohol irritaba la herida del interior de mi boca, mientras respondía a algunas preguntas que la chica me hacía sobre mi hermano, con una gran educación y respeto, así como de su desaparición, pareció fijarse en mi mejilla un poco hinchada y Nika, con mucha delicadeza, me dio un mejunje que me alivió casi en el acto, después me ofreció un pantalón vaquero para poder cambiarme
-Este seguro que te viene bien –dijo mirándome de arriba abajo con unos ojos que irradiaban respeto.
-No, no, no puedo aceptarlo.
-Claro que sí –intervino Eve haciendo terminar la pequeña discusión.
Me cambié y enseguida entramos en una habitación completamente vacía, tan solo unas velas rojas en los rincones. Nos sentamos en el suelo. No había vaso ni ningún tipo de dibujo en el suelo, pero al instante adivine lo que pretendían, quise protestar nuevamente y decir que yo no creía en esas tonterías, pero sentí el calor y la dulce presión de la mano de Eve en la mía. Me quedé calladito, los cuatro nos dimos la mano y Nika comenzó a dirigir la sesión.
-Eve, tú eres necesaria, a través de ti veré el momento de su debilidad, a través de él (no tuve dudas de que se refería a mi) recibiremos la energía que su hermano nos pueda mandar. Nosotros el enlace -después de concluir sus palabras me miró muy fijamente a través de la penumbra del cuarto-. Quiero que cierres los ojos e intentes dejar a tu espíritu vagar libremente por la habitación.
No sé si advirtieron mis sorpresa, porque me quede pensando en cómo diantres podría hacer salir a mi espíritu de mi cuerpo para qué se diese una vueltecita por la habitación, eso contando con que yo tuviese alguna clase de espíritu dentro de mí. Pero cerré los ojos. Hubo un relajante silencio y después volví a escuchar la ronca voz de la amiga de Eve, “necesito que imagines a tu hermano, la última vez que lo viste”
La hice caso, claro, aunque más claro tenía aun que estaba perdiendo el tiempo con aquellas tonterías. Intenté recordar a mi hermano la última vez que le vi, sonriéndome preocupado, gordo, su físico se había estropeado un montón en los últimos meses, justo delante de su casa, de pie, mientras yo subía a mi coche y emprendía rumbo de vuelta a mi casa.
No sé cuánto tiempo estuve así, respirando el fuerte pero agradable aroma que soltaban las velas, sintiendo la cálida mano de Eve y escuchando el leve siseo de nuestras respiraciones. Tampoco supe si mi espíritu llegó a deambular por la habitación apartado de mi cuerpo, pero si noté en mis músculos la profunda relajación después de todas las tensiones vividas en las últimas horas. No percibí la presencia de ningún espíritu invocado, ni tan siquiera el más insignificante signo de que estuviésemos haciendo algún tipo de espiritismo. No sé si me llegué a quedar dormido, el caso es que la preciosa pero enérgica voz de Eve me hizo regresar a la realidad.
-Abre los ojos -ya me había soltado la mano y estaban todos de pie, todos menos yo. Les miré. Comentaban algo.
-Creo que lo mejor -decía la médium gótica amiga de mi nueva amiga bruja- es que vayáis a ver a esa persona, puede tener información y Eve..., por lo que más quieras, ten mucho cuidado.
Por lo visto, la sesión parecía haber tenido cierto éxito. Me sentí irritado, utilizado como un conejillo indefenso. No me podía creer que me hubiese quedado dormido, tenía ganas de reprochar un montón de cosas a Eve y a sus oscuros amigos, pero finalmente me quedé de nuevo calladito.
Les acompañé al salón maldiciendo para mí y Nika me invitó a sentarme en el sillón, un sillón sin patas pero comodísimo, negro por supuesto. Miré mi móvil, tenía alguna llamada perdida y varios mensajes, pero sólo miré la hora, eran las doce y media de la noche.
Nika me ofreció una bebida, negra por supuesto, pero olía deliciosamente; a pesar de todo, ya empezaba a caerme bien aquella bruja, o chica gótica, o lo que fuese, bebí sin preguntar que era, aún tenía mejor sabor que olor, sabía ligeramente a café mezclado con Dios sabría qué otra cosa.
Nika y Eve se sentaron frente a mí, el chico parecía haber desaparecido y yo no iba a interesarme por él, la gótica me volvió a hacer preguntas sobre mi vida, preguntas suaves, educadas, con sincero interés, empezaba a sentirme muy a gusto hablando con aquella joven oscura.
-¿Ya te habló de su gran “Inteligencia”? – me preguntó Nika cambiando de tema.
Miré a Eve sin saber que responder, adivinando que la pregunta era por ella, por toda su disparatada teoría sobre poderosas inteligencias que me había contado horas antes.
-Sí, algo me ha dicho –contesté-. ¿Tú también crees en esa teoría?
-Bueno, no sé si en esa inteligencia infinita de Eve de cuyo origen nadie quiere decir nada porque nadie lo sabe, pero en algo he de creer, sí no, no hubiésemos podido realizar la sesión de espiritismo que acabamos de hacer.
-Todo está relacionado –intervino Eve-, tú puedes hacer espiritismo porque hay una energía a la que dominas, o mejor dicho, a la que sirves de puente y eres capaz de encauzar para que nosotros la percibamos, puedes conducirla.
-Tal vez todas esas energías sean la misma –me permití apuntar y las dos chicas me miraron al unísono y se echaron a reír sin que yo entendiese el qué las había hecho tanta gracia; yo también las miré, irritado nuevamente, vaya pareja. Sentí que había llegado el momento de interesarme por cómo había ido la sesión de espiritismo y en ese momento, percibí las miradas de las dos chicas sobre mi pero con otro toque distinto, noté un intenso regocijo por dentro que me quitó todas las ganas de pronunciar palabra, estaba seguro de que Eve me miraba llena de sensualidad y pícaramente, quise percibirlo a través de la penumbra, tal vez sólo eran imaginaciones mías, pero me encontraba en la gloria; decidí dejar la pregunta para más tarde, pero la situación cambió en milésimas de segundo, las dos parecieron olvidarse de mí y comenzaron a hablar de sus cosas, cosas de mujeres, resignado dejé el vaso en el suelo, vacio.
El sillón era comodísimo, sentí que el cansancio me vencía, no en vano había dormido poquísimo en las últimas horas, y esta vez no era por ningún aroma ni porque mandase a mi espíritu a dar un paseo. Estaba agotado. Me dormí. También fue Eve quien me despertó, una ligera claridad entraba por el balcón, estaba comenzando a amanecer.
Eve me sonreía. “Nos tenemos que ir” me dijo. Me despedí de Nika encontrándome mucho mejor que cuando llegué a su casa, el chico continuaba sin aparecer. Salimos a la calle donde nos recibió otro día gris y frio, pero al menos no llovía.




                                 

















martes, 11 de noviembre de 2014

"Vida T". Otros mundos habitables.

Será el primero, pero seguro, llegarán más.

La vida en el Universo, aparte de la conocida en la Tierra, es un hecho incuestionable para un gran número de científicos, incluso hay astrobiólogos que aseguran que en las próximas décadas se descubrirá el planeta similar a la Tierra en sus condiciones para albergar vida. O tal vez ya se haya descubierto y solo sea cuestión de tiempo para que se haga público.

Otra cuestión muy diferente, es hablar de cuando se producirá el encuentro entre dos civilizaciones avanzadas y separadas por años luz de distancia. Pero para eso están los escritores, para que ese encuentro se haga imaginable, muchos han sido ya los que lo han descrito en innumerables novelas y películas y yo, como humilde narrador de historias he querido aportar mi granito de arena con mi novela "Vida T".

Bienvenidos al fascinante mundo de la ciencia ficción.



https://drive.google.com/file/d/0BxYRkOE_vaepekpfaFVOUjU1bnc/view?usp=sharing



martes, 7 de octubre de 2014

Los Gegos (Cap. III)

Aquella jovencita me desconcertó. Ya no sólo su belleza, según me iba fijando en ella, todo parecía fascinante, sus gestos, sus movimientos, todo en ella parecía chorrear un áurea de serenidad y confianza, como si de una anciana que ha vivido toda clase de experiencias en la vida estuviese metida en el cuerpo de aquella bella muchachita.
Chocolate. Y me chantajeaba con una invitación de chocolate y churros. Tenía claro que aquella hermosa y serena joven no me serviría de gran ayuda, pero aun así, accedí a invitarlas. Conduje mi coche según me iba indicando la chica, como no, de una forma pautada y clara, como si fuese una experta conocedora de la inmensa mayoría de calles.
Abandonamos enseguida la zona de casitas bajas donde había tenido lugar la pelea, para mi fortuna, y nos acercamos a la playa donde todo era diferente.
-Es aquí -anunció serenamente.
Aparqué y fuimos a una pequeña chocolatería donde ya se agolpaban algunas personas.
Me encontraba cansado, sucio y dolorido, entonces, me di cuenta de que mi aspecto no era el mejor y de que me miraban, no sin disimulo, algunas de las personas que estaban dentro de la chocolatería; le dije a la chica, aún no sabía su nombre, que fuese pidiendo y me dirigí al baño. Me enjuagué bien la boca hasta quedar limpio de sangre, la herida ya no sangraba, me lavé bien la cara, el ojo no se me había puesto morado afortunadamente, pero si tenía una zona colorada todo alrededor, me acondicioné todo lo mejor que pude, por mis vaqueros rotos en uno de los bajos ya no podía hacer nada, y salí nuevamente al encuentro de la chica y la niña. Total, ya cualquier cosa podía esperar.
Las dos devoraban su chocolate con churros, pero no de manera ansiosa, limpiamente, la pequeña tenía una servilleta de papel sobre su cuello, y la joven, comía con ganas pero con una fluida educación.
-Se te va a enfriar tu café -me dijo ojeándome como si se diese cuenta de que había intentado mejorar mi imagen.
Aún no estaba del todo frío. Di un buen trago del café y devoré un par de churos mientras miraba a las dos bellezas que tenía ante mí. Me sentí mejor, mucho mejor.
La niña me miraba intermitentemente. Tenía el mismo rostro bello y angelical que..., su hermana. No quería pensar aún que aquellas dos jovenzuelas fuesen madre e hija.
La joven no me miró una sola vez mientras terminaba su chocolate.
-¿Cómo te llamas? -le pregunté por fin.
-Evelina –dijo. Vaya, su nombre al menos, no me pareció tan... cautivador-, pero puedes llamarme Eve.
-Y cuando… -titubeé. Miré el precioso rostro de Eve que ahora me miraba directamente a los ojos. Joder, siempre me había sentido algo intimidado en el primer contacto con las mujeres que superan los niveles, digamos normales, de belleza femenina, o sea, me cohibía un poco con los bellezones, pero esta era casi una niña- ¿cuándo podemos ir a ver a los Gegos?
-Bueno, hay que elegir el momento -contestó ella después de intercambiar unas palabras con la niña en el idioma de la región en la que nos encontrábamos y que yo apenas entendí-, ellos tienen sus puntos débiles, claro que sí, pero tampoco es cuestión de ir a verles de una manera directa, exactamente ¿qué quieres de ellos?
Me levanté, intentando hacerlo con tranquilidad. Estaba cansado, había vivido una nochecita de mil demonios por decirlo de buena manera, y no estaba dispuesto a dejarme tomar el pelo por aquella jovencita, por muy guapa que fuese.
-Creo que no me puedes ayudar -me di la vuelta, algo en mi sentía pena de abandonar a la chica aunque me estuviese tomando el pelo, pero ya estaba bien.
-Tu hermano puede que aún esté bien.
Me giré inmediatamente y me acerqué a ella notando como empezaba a ponerme nervioso. La cogí de un brazo.
-¿Cómo sabes que es por mi hermano?
-Te escuché cuando peleabas con el Candy, sólo eso -con un suave gesto soltó su fino brazo de la presión que hacían mis dedos.
Claro. Me había escuchado, solamente era eso. Desde luego había algo en aquella mujercita que no era normal. Yo no creía en esas tonterías desde luego, en eso de que algunas personas poseen o son envueltas por un áurea mística que les hace..., bueno, diferentes. Pero todo lo vivido durante aquella noche, sin duda unas de las noches más poco corriente de toda mi vida, parecía haber abierto mi mente. Pero por encima de todo, a parte de áureas y extraños acontecimientos nocturnos, hacía que me latiese el corazón con fuerza por lo que Eve había dicho de mi hermano. Me podía haber escuchado durante la pelea que seguía el rastro de mi hermano, eso era evidente, pero ella había dicho que podía estar bien, y eso era algo que no tenía nada que ver con lo que ella hubiese escuchado.
Montamos de nuevo en el coche y conduje cerca de la línea de playa. El mar estaba increíblemente hermoso. Me relajé.
Eve me guió nuevamente hasta su barrio después de asegurarme de que no pasaríamos por la casa del chico del Ford. El tal Candy. Quería dejar el capítulo de la pelea totalmente apartado.
Aparqué ante una pequeña fachada pintada de blanco con la pintura descorchándose por numerosos sitios, con una puerta de madera flanqueada por dos ventanas igualmente de madera viaja y descolorida. Una casa humilde.
Indeciso e inquieto, vi como las dos chicas bajaban del coche. Tal vez ya no las volvería a ver más.
-Puedes pasar si quieres, nadie te va a molestar, aquí estás seguro -dijo la cara de Eve asomada por la ventanilla a escasos centímetros de mis ojos.
No me lo pensé mucho. Bajé del coche y seguí a las dos chicas hasta el interior de la casa. Todo era humildad y aunque había cierto desorden, polvo y algunos trastos por el medio, nada estaba sucio.
La pequeña salió corriendo y se perdió tras una arrinconada puerta, probablemente el cuarto de baño. Atravesamos el salón, el pequeñísimo comedor, oscuro, pintado de un azul tenebroso, con un sofá de dos plazas y una enorme tele que probablemente arrastraría algunos años.
Como un tonto pasé detrás de Eve a un cuarto contiguo, era su dormitorio, el dormitorio de las dos chicas porque estaba dividido en dos bajas camas, la mitad (de Eve imaginé), tenía alguna prenda juvenil y femenina tirada por la cama, un ordenador portátil encima de una pequeña mesita y un decorado un tanto peculiar, con grandes postes, la foto de un enorme perro corriendo en un radiante día soleado por un verde campo, la virgen abrazando a un pequeño niño Jesús, unos extraños y oscuros seres, tal vez demonios, un cuadro del espacio, del universo, donde entre los puntos de luz de unas cuantas estrellas se dibujaba una gran cabeza, Lucifer, se leía claramente en la frente. Extraña decoración pensé, claro-oscuro, bueno-malo. Sentí un leve escalofrío.
Aunque pronto esa sensación y toda aquella decoración se difuminaron en mi mente cuando Eve se quitó el jersey. Sólo quedo cubierta por una fina camisetita de tirantes que dibujaba unos grandes y perfectos pechos y dejaba parcialmente al descubierto, un liso y moreno vientre. Su belleza angelical delataba su juventud, pero su cuerpo descubría una mujer sensual y deseable.
-¿Puedo pasar al cuarto de baño? -pregunté medio embobado deseando salir de aquella situación.
-Es aquella puerta, puedes ducharte si quieres.
El aseo era pequeño, sencillo y modestamente limpio. Me volví a enjuagar la herida de la boca que ya no sangraba en absoluto y me aseé lo mejor que pude. Claro que no me iba a duchar allí. Aún no tenía claro que pintaba en aquella casa a solas con una niña y una medio ángel medio mujer fatal.
Volví a salir al comedor con el móvil en la mano dispuesto para llamar a mi hermano mayor y decirle que estaba bien y de paso preguntarle si había noticias nuevas. La pequeña veía unos dibujos en la tele, la puerta de la habitación de Eve se había quedado abierta, no puede evitar mirar.
Eve estaba de perfil. Se cambiaba. Tan solo estaba cubierta por un sujetador y unas bragas pantalón o culote como se llaman ahora.
La imagen me desconcertó por completo. Guardé el móvil en mi bolsillo nuevamente sin hacer la llamada.
La pequeña dejó sus dibujos por un instante y corrió hasta la puerta cerrándola y mirándome con reproche.
-¿No sabes qué está mal mirar a una chica mientras se viste? -su voz era de niña pero increíblemente natural y espontánea.
-Si -contesté avergonzado ante una niña de siete años. Me senté.
-¿Cómo te llamas?
-Marian -contestó sin demasiado interés.
-¿Vivís solas?
-Sí y a veces con mi tía –dijo con un gesto de su mano señalando al exterior.
No supe deducir que querría decir la niña con aquella respuesta, imaginé que tendrían alguna tía que las dedicaba ciertos cuidados y compaginarían el tiempo con la tía y sobreviviendo solas en aquella casa.
La pequeña no parecía demasiado interesada en seguir hablando conmigo y prestó nuevamente más atención a la televisión.
Eve no salía y el sillón, aunque viejo, era comodísimo, sentí como mi cuerpo se relajaba, mis ojos se cerraban. No pesadamente. Agradablemente, con dulzura.
Me vi desnudo. Y con una tremenda erección que no era por otro motivo que por una preciosa mujer de una indudable e indefinida belleza que estaba muy juntita a mí, casi pegada. Y totalmente desnuda. La podía tocar, la tocaba, la tersura de su piel era exquisita. Mi erección aumentaba. Deseaba con toda mi alma aquel cuerpo femenino. “¡Deja eso!” Solté el cuerpo desnudo de la chica. Era mi hermano desaparecido. Miré a mí alrededor. “Ven anda que me tienes que ayudar”. La voz de mi hermano sonaba con una increíble naturalidad muy cerca de mí. Pero no conseguía verle. Sentí una tremenda angustia y ganas de llorar. La joven desnuda había desaparecido sin darme cuenta. Quería salir corriendo. Empecé a ver sombras. Todo se oscureció a mí alrededor y mi cuerpo fue invadido por el pánico. Eran las sombras de la carretera. De repente, la chica desnuda volvió a aparecer. Me sentí mucho mejor y más protegido, quería volver a tocarla. Esta vez y muy claramente tenía el rostro de Eve. Estiré mis brazos para tocarla, pero ella me los apartó.
“Despierta”.
-Despierta, despierta -abrí los ojos. Eve estaba zarandeándome. Me había dormido. La joven iba vestida todo de negro con ropa que se ceñía a cada centímetro de su cuerpo-. Vienen, tienes que esconderte.
Me metí en la habitación de Eve casi a empujones y aún adormilado. Por un momento, ni siquiera supe donde estaba ni recordaba nada de lo sucedido en las últimas horas.
“Escóndete” me parecieron las últimas palabras de la joven mientras cerraba la puerta de la habitación de manera apresurada.
Me quedé solo. No sabía si sentía miedo, rabia, incertidumbre. Sólo conocía a la chica de horas, pero, atisbar preocupación en la joven me hacía sentir zozobra. La habitación estaba a oscuras, tan solo reflejos de los postes de Eve. Noté como se me aceleraba el corazón.
“¿Esconderme?” “¿Dónde?”
La voz de Eve al otro lado de la puerta me serenó, al menos mínimamente. Hablaba con dos chicos, así me parecieron sus voces, al menos dos, dos chicos jóvenes, parecían buscar revancha por la pelea con el joven del Ford. Me buscaban. Pero Eve me había asegurado que no me encontrarían en su casa. Como había podido dejarme llevar por una jovencita.
-Os vuelvo a repetir que no está aquí.
-Déjanos mirar entonces -la voz de uno de los chicos contenía respeto hacia su jovencísima interlocutora. Eve seguía pareciendo una vieja en ese sentido. Su serenidad hablando y su sarcasmo, parecían las de una monarca. Dominaba a aquellos jóvenes, o así lo parecía en la conversación.
-Esto no va contigo -continuó uno de los jóvenes-, y lo sabes, pero no deberías seguir tentando a tu suerte.
Comprendí que se referían a los Gegos, por algún motivo el siniestro grupo respetaba a Eve. La noticia me desconcertó aún más.
-Eres muy guapa y....
De repente, escuché unos gritos, alguien o algo moviéndose rápido por la estancia.
-¡No la toquéis! -esta vez, la voz de Eve no era nada serena, en absoluto.
Claramente escuché un forcejeo.
-Maldita idiota -los jóvenes parecían perder su temor. Un golpe. Otro.
Sentí un agobio como nunca en mi vida. A pesar de todo lo experimentado aquella noche, me sentí muy mal. Mi mente y mi espíritu no estaban acostumbrados a vivir aquel tipo de situaciones.
Pero debía de salir. Por Eve. Abrí la puerta.
Uno de los jóvenes, al menos, tenía un arma en una de sus manos, y ninguno de ellos parecía tan calmado. Otro, con un dorado y notorio pendiente en su oreja, sangraba ligeramente por la frente.
Eve le había lanzado algún objeto. La joven abrazaba a la niña y les miraba con unos ojos desafiantes que realmente asustaban. Desvió su mirada y entonces me miró a mí con una ligera resignación en sus ojos y sin aparentar apenas sorpresa.
-Son los lacayos de los Gegos –dijo-, insignificantes gusanos.
-Y tú la puta de Cristo -contestó uno de los chicos mirándome con atención y con un brillo de victoria en sus ojos.
Tragué saliva.
-¿Qué queréis de mi? Yo sólo busco a mi hermano. Vosotros o ellos lo habéis secuestrado o matado -mi voz debió de sonar desgarrada-. Yo no os he hecho nada.
-No sé que de hablas -dijo amenazante uno de los chicos-, has pegado a un amigo nuestro y no va a quedar así.
-Os importa una mierda el Candy -intervino enérgica pero nuevamente serena, Eve-, sólo les servís a ellos por qué os han lavado el cerebro.
-Calla zorrita.
-Decidme si ha muerto y donde está y os dejaré tranquilos, os lo juro -notaba mi desesperación, notaba las lagrimas brotar de mis ojos. Entonces, sonó mi móvil. El pequeño aparato permanecía extrañamente en mi mano, seguramente lo había cogido para mirar la hora o estaba en espera de que le utilizase para llamar a mi hermano mayor. En cualquier caso no recordaba haberlo dejado en mi mano. Su exagerada vibración estuvo a punto de hacerlo caer de entre mis dedos, pero más raro aún, era su desproporcionado sonido de alarma. El “ring” llenaba el pequeño comedor de una manera alborotada e... ”ilógica”
El televisor de Eve se encendió. Pensé que era la pequeña que quería ver más dibujos animados. En unos instantes comprendí que no era el caso. Alguien disparaba dentro de la pantalla una ráfaga de ametralladora. El sonido se hizo ensordecedor.
Entonces miré a los chicos y pude apreciar su desconcierto. Casi tan grande como el mío. Por un momento vi a dos chiquillos asustados que en nada se parecían a servidores de aquellos siniestros Gegos. Al pensar en éstos últimos, un nuevo escalofrío recorrió todo mi cuerpo y me hizo sentirme amargamente derrotado.
Pero también estaba Eve.
La joven soltó a la niña que aprovechando el desconcierto, se perdió como un rayo por una de las puertas, y con una rapidez irreal en perfecta concordancia con aquella estúpida sensación, Eve lanzó una botella de plástico de coca cola que había encima de la pequeña mesa de salón y que alcanzó en pleno rostro al joven del arma.
Como alcanzado por un enorme bloque de hierro en vez de por una inofensiva botella de plástico, el chico se desplomó envuelto en el líquido oscuro del refresco que escapaba por entre el plástico roto de la botella.
No quería ni podía buscar una explicación a todo lo que estaba ocurriendo.
La voz de Eve alentando a la niña en su huida me sacó del aturdimiento. Tiré mi móvil y corrí hacia el chico que se debatía envuelto en coca cola y arranque la pistola sin mucho esfuerzo de su mano.
Temblaba. Después de aquello... ya no podía imaginar lo que podría pasar. En mi vida no había cogido un arma más peligrosa que una escopetilla de aire comprimido. Ni siquiera había hecho el servicio militar.
Apunté al otro chico rezando para que no se disparase la pistola.
El sonido del televisor seguía siendo ensordecedor y mi móvil seguía sonando enloquecidamente perdido por algún rincón.
El efecto de aquel escándalo amortiguaba la siniestra sensación y la desazón que la pistola producía en mi alma.
La tele se apagó y mi móvil también. Como si estuviesen compenetrados.
La juvenil voz de Eve sonó serena ahora en medio del silencio.
-Iros y decidles que sólo quiere a encontrar a su hermano.
El chico del pendiente salió sin ni siquiera mirar a su compañero que lentamente se incorporó con su rostro manchado mezcla de coca cola y algo de sangre. Sin mirarnos siquiera, salió detrás de su amigo.
Me quedé a solas con Eve. Con aquella extraña y hermosa jovencita que sin duda tenía algo espacial. Sentí un benévolo miedo de encontrarme a su lado.
-¿Por qué me ayudas?
-No lo sé, el destino ha hecho que nos encontremos -me miró y sonrió pícaramente-, aunque no pienses que yo puedo hacer gran cosa. Yo no les quiero, les conocí y supe que eran malos y el hecho de que te haya encontrado, pienso que significa algo.
Su cálida y segura voz pareció hacerse diferente con sus últimas palabras.
-Además nos invitaste a chocolate -la mire con aire gracioso pero en su cara no parecía haber ningún gesto de broma-. Tu hermano está vivo y el bebe no creo que esté en su poder.
Me quedé de piedra. Me pudo haber escuchado en la pelea con el Candy nombrar a mi hermano, pero no creí, mejor dicho, estaba seguro no haber nombrado al bebe para nada.
Intente guardar la calma.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Esos chicos son simples peones de los Gegos que ni siquiera querían hacerte mucho daño, sólo asustarte, pero les ha salido todo al revés, son unas simples marionetas de los Gegos y ni siquiera han hecho bien su trabajo, es pura lógica, si tú hermano estuviese muerto y el bebe en su poder, tal vez te hubiesen matado ya para que no les molestases mas.
La tranquilidad con que aquella chiquilla decía aquellas cosas me asustaba aún más que su reciente anuncio sobre las posibilidades que podía correr mi vida.
“Asustarme”.
-Pues claro que me han asustado, llevaban una pistola Eve -respiré hondo intentando serenarme a la vez que dejaba el arma en un rincón apartándola de mi vista como si fuese el artefacto más diabólico construido por la humanidad-. Y entonces, ¿dónde están mi hermano y el bebe?
-No puedo decírtelo ahora, no lo sé ahora mismo, tengo que percibir su energía para decirte algo con cierta seguridad.
-¿Qué quieres decir entonces? ¿Puedes o no puedes ayudarme?
-Conozco a la persona ideal –Eve me guiñó un ojo con un sonrisa que derretía.
Mi boca se abrió para decir no sé muy bien que palabras, cuando volvió a sonar mi móvil. Esta vez de una manera normal. Recogí el aparato del suelo. Era mi hermano mayor que seguramente llamaba para interesarse por mi estado. Descolgué el auricular. Mi hermano, después de preocuparse un poco por mí y de cerciorarse que me encontraba bien, me contó que había vuelto a tener una mini entrevista con el déspota comisario y que no había nada nuevo. Él y su mujer debían regresar.
“¿Dónde estás?” Me preguntó finalmente.
-Estoy... -no supe que decir, miré a Eve que se ponía encima un abrigo negro que la cubría hasta los pies-, bueno para que te lo voy a ocultar, he contratado a un detective privado.
A mi hermano pareció sorprenderle la noticia a través del teléfono, siempre chocaba con mis ideas, pero no puso demasiadas pegas, colgó y quedamos en que nos llamaríamos si teníamos noticias nuevas y me quedé nuevamente a solas con Eve.
-Vámonos -dijo la chica-, no creo que estemos seguros ya aquí.
-Mira -le dije. Quería ser sincero con ella y yo sabía que con lo que la iba a decir, no lo era-, no quiero causarte más problemas, te lo agradezco de veras, pero deberías quedarte aquí. Yo no te molestare más.
-No me causas problemas, tú no has elegido esta situación. Quiero ayudarte, pienso que es mi deber.
No iba a discutir con ella. Además, quería que siguiese conmigo.
-¿Y la niña?
-Ella está bien.
-Es... ¿es tu hermana?
Eve me miró divertida, como si supiese lo que estaba pasando por mi cabeza.
-Ja ja -rió-, si claro, ¿pensabas que era mi hija?
Me puse colorado. No me veía pero lo notaba. Sentí que aquella muchacha bella y sensual, ocultaba tras de sí un montón de cosas, sobre todo, me interesaba cual habría sido su relación con los Gegos. Presentí que lo averiguaría en un futuro cercano al mismo tiempo que presentía que me había metido irremisiblemente en una zona totalmente peligrosa y desconocida para mí.
-Bien de acuerdo, pero si me vas a ayudar, al menos dime algo de los Gegos.

Eve me miró, me dedicó otra de sus sonrisas que en mi opinión podrían derretir iceberg enteros, y salimos a la calle. 

sábado, 20 de septiembre de 2014

"Los Gegos" (Cap. II)


Ya casi temblando de frío y con buena parte de mis ropas empapadas, caminé hacia el centro de la ciudad, pasé a un bar y me tomé unas cervezas. El alcohol me sienta bien sí lo ingiero en dosis controladas, sobre todo cuando estoy algo apático (también cuando me encuentro preocupado) y deprimido, y en ese momento estaba un poco de todo en bastantes dosis.
Salí del bar y busqué mi coche mientras llamaba a mi hermano mayor para contarle que no iría a casa de mi cuñada a pasar la noche, que no se preocupase, me apetecía estar solo y me buscaría un hotel. Mi hermano no dijo nada aunque tampoco pareció entender mi actitud.
Conduje durante casi una hora, siguiendo las indicaciones de los mapas y sobre todo del GPS.
Nada más dejar atrás la señal indicadora de 14 kilómetros al Poblé, me adentré por una carretera comarcal, enseguida me tragó la oscuridad y empecé a subir por una estrecha carretera. Casi camino. La luz de los faros apenas me daba visibilidad entre la densa oscuridad y las gotas de lluvia que bailaban revoltosas en el aire y se estrellaban contra el cristal de la luna justo en mis narices.
Después de 20 minutos más conduciendo, acepté que me había perdido y empecé a ponerme bastante nervioso. A pesar de las cervezas que me había tomado, sentí como una desagradable sensación de agobio invadía mis sentidos. Apagué la música. ¿Y sí me perdía en medio de aquellas montañas a esas alturas de la noche con aquel tiempo de mil diablos y sin que se viese un solo alma? ¿Y sí la lluvia arreciaba y me arrastraba alguna riada?
Mierda. Mi insensatez podía empeorarlo todo. Cogí el móvil. Tal vez llamando a mi hermano mayor, que ya probablemente estaría durmiendo, conseguiría tranquilizarme. Le pediría que diese aviso a la guardia civil y que me buscasen por la zona. Mierda, que estúpido que era.
Reduje bastante la velocidad buscando un lugar en la cuneta donde poder parar. La oscuridad pareció entonces, hacerse más negra, pareció cobrar vida. Una extraña vida. Lo oscuridad emitía voces, y no precisamente las voces de la lluvia y del viento. ¿Qué coño pasaba ahora? Nunca había pasado por una situación así. Aquella insensatez mía desde luego se me estaba haciendo muy grande. Justo en frente de mi, la oscuridad pareció abrirse. Unas negras siluetas de lo que parecían edificios apuntalados por unos haces de luz roja, bailaban ante mí. Debería de alegrarme por descubrir vida en medio de aquella situación tan agobiante que estaba viviendo. Pero todo lo contrario. La sensación de que todo era sobrenatural, era estremecedora. Unas figuras “humanas” empezaron a desprenderse de las siluetas. Caminaban. Apenas unas decenas de metros delante de mí. Caminaban hacia mí. Extrañamente, dejé de sentirme nervioso. Ahora me sentía aterrado. Instintivamente pisé el freno a fondo. El coche hizo un extraño tras resbalar en el empapado piso del asfalto. Conseguí dominar el volante antes de salirme por el lado contrario de la estrecha carretera. Se me caló. Rápidamente di al contacto. Pero qué coño. No conseguía arrancar el maldito coche. Debía de ser mi miedo. Apagué las luces para que no sufriese la batería. Rápidamente volví a dar al contacto. Tampoco. Noté como mi cuerpo empezaba a temblar obedeciendo a alguna maldita parte de mi cerebro. Tenía miedo, mucho miedo. Miré, pero la desorientación después del derrape era total, ante mí, sólo se distinguía una negra oscuridad. Por fin, el maldito coche arrancó, encendí las luces a velocidad de vértigo. Mi corazón dio un vuelco y solté un grito. Pegadas a las ventanillas había varias figuras. Se movían. Metí marcha atrás y aceleré. Mi pie temblaba en el pedal. El coche estuvo a punto de salirse de la calzada nuevamente, metí la primera y enderecé la dirección en tan solo un par de maniobras alejándome de allí a una velocidad poco aconsejable. No quería. Pero miré por el retrovisor. Dios santo. Las figuras estaban en medio de la carretera, se movían en una espacie de siniestro ritual, parecían decirme adiós con sus manos, ¿qué demonios eran? No lo sabía, por supuesto que no, pero me alejaba de ellos, escapaba. Solté una carcajada y sentí unas inmensas ganas de llorar.
La oscuridad pareció ser nuevamente normal. Llegué a un cruce. Detuve el coche bastante aliviado. Allí había unas señales. Me encontraba a 15 kilómetros de la casa de mi hermano. El Poblé a 8 km en la otra dirección. La lluvia parecía ser más fuerte, pero mi alivio fue indescriptible. Detrás de las señales metálicas, en lo que parecía un viejo madero, se leía claramente detrás de una flecha negra: “El Caseron de Los Gegos”, pero lo más extraño era que aquel poste parecía haber removido la tierra donde estaba clavado, como si lo hubiesen puesto muy recientemente. Aquello no era lógico. ¿Qué estaba pasando aquella noche? Miré temblando a la oscura carretera, mis músculos respondían a una extraña sensación de malestar. Aliviado, comprobé definitivamente que las sombras no bajaban por la empinada carretera detrás de mí. Todo parecía normal. La oscuridad y la lluvia bañadas por las luces del coche parecían llenas de vida. Bajé. Dejé que la lluvia mojase mi cara, sentí algunas nauseas pero enseguida me encontré mucho mejor.
Entonces, ya más relajado, dudé si aquella experiencia había sido real y no un producto de mi imaginación producida por mi tensión. Dudé. Pero yo nunca había sido una persona propicia a ver espíritus. Nunca había visto un fantasma. De que hablo, no creo en fantasmas y siempre he estado orgulloso de ser una persona dominadora y con pleno control sobre mis ilusiones, sobre mi conciencia que a lo largo de mi vida ha dominado a mi inconsciencia.
Pronto mis dudas desaparecieron. Había sido real. Las sombras patéticas rodeando mi coche tan cerca de mí, habían sido reales.
Intenté apartar las imágenes de mi cabeza.
Metí primera y me dispuse a salir de allí pintando. Iría a hablar con mi sobrina nuevamente y le pediría que me dijese exactamente que tenían que ver los Gegos del diablo con todo lo que estaba ocurriendo, y más concretamente, con la desaparición de mi hermano. Si no sacaba nada claro, iría otra vez a la policía y les anunciaría la posible relación de los Gegos en el asunto.
Lo haría a la mañana siguiente. Ahora debía de regresar, buscar una habitación, tranquilizarme y descansar.
El ruido del motor de otro vehículo se hizo sonoro entre la lluvia y borró el del mío. En cuestión de segundos, un pequeño Ford blanco pasó prácticamente rozando la chapa de mi coche a bastante velocidad y enfiló la carretera en dirección al Poblé; provenía de la dirección que yo acababa de dejar atrás acompañado de un desconocido terror. Provenía de los malditos Gegos. Le seguí. Desafiando nuevamente al sentido común, enfilé la carretera detrás del Ford blanco intentando no perderle de vista, algo que me resultó tremendamente difícil por la lluvia y sobre todo, por su velocidad, no me explicaba como el pequeño auto podía llevar tal velocidad por aquella carretera y en condiciones tan adversas. Conseguí no perderle del todo y gracias a que tengo muy buena vista, pude divisar en la distancia sus luces de freno; pude ver como hacía un brusco giro a la derecha, seguramente para abandonar la carretera por algún camino subyacente; aminoré la velocidad para no pasarme el desvío. Si se podía llamar desvío, porque el embarrado firme por el que me adentré, apenas tenía el ancho de un vehículo. Prácticamente a 20 por hora, conseguí llegar a una especie de poblado, sí, poblado, porque aquellas cuatro casas mal puestas que se recortaban en la noche, me hicieron recordar un poblado medieval, sin castillo claro, y diferente también porque había unos cuantos coches, todos ellos tuneados y algunos deportivos de gran cilindrada, en definitiva, coches de juventud. Entre ellos estaba el humilde Ford blanco.
Paré a cierta distancia y bajé sin saber exactamente donde me estaba metiendo. Se escuchaba música a un volumen bastante desaconsejable para las horas que eran, aunque probablemente no habría vecinos a quien molestar. 
Sin duda, aquel apartado lugar, mezcla de poblado medieval y zona nocturna de botellón, era el punto donde se juntaba la densa pandilla de mi sobrina Mariela, de la que ella misma nos había hablado a su padre y a mí. Y ya que estaba allí, ya que había llegado hasta allí, al menos debía de intentar sacar alguna información sobre la desaparición de mi hermano, sobre los Gegos, sobre el hijo de Mariela, no sé, algo. Ahí podía estar la clave de la desaparición de mi hermano, esos jóvenes de alguna manera, debían de estar relacionados con los Gegos. Sentí un escalofrío y a mi mente llegó con nitidez la experiencia vivida tan solo unos minutos antes.
Así que, me persigné y anduve por una especie de plaza de pueblo embarrada y llena de charcos, aunque en ese momento la lluvia parecía haber cesado en intensidad. Me dirigí hacia lo que parecía el edificio principal y del que provenía la música. Una nave pintada de rojo y verde y con numerosas muestras de grafiti. A cada paso tenía más claro que en cualquier momento se abalanzaría sobre mí un grupo de jóvenes llenos de coraje hacia el forastero e intruso recién llegado. Mi corazón sonaba demasiado inquieto. Entré. Un sin fin de ojos se posaron sobre mí. Soy buen observador, pero el miedo me atenazaba. Podría haber una veintena de personas dentro de aquella nave, la mayoría chicos y chicas jóvenes que bebían y bailaban pausadamente. Y contrastando con la sencillez de la construcción, todo parecía estar lleno de modernos aparatos electrónicos, pantallas, ordenadores, terminales, consolas.
También había algunas personas más mayores, hombres adultos que ya habían dejado bastante atrás los 18 años, dispersados por los oscuros rincones del recinto, quien sabe si los mafiosos que movían los hilos de aquellos jóvenes ambiciosos.
Entonces comprendí que me había metido en un asunto demasiado grande para mí.
Todos parecían mirarme pero curiosamente, nadie se acercaba a mí.
Me acerqué a un grupo de jóvenes que me inspeccionaron de arriba a abajo. Las chicas parecieron apartarse como si fuese a suceder algo. Yo sentía miedo, por supuesto, pero también sentía una acogedora e inesperada relajación que me impulsaba a seguir con mi “misión”.
Detrás de ellos, a escasos metros, en la penumbra, percibí, porque no les veía bien, uno de los grupos de adultos, coroneles en la retaguardia.
-Disculpad -dije-, estoy... -”buscando pistas sobre la desaparición de mi hermano sobre la que seguramente vosotros tendréis que saber algo”.
No sé cómo me contuve, no podía presentarme de aquella manera delante de los supuestos agresores, tal vez uno de ellos podría estar frente a mis narices en aquel mismo momento. Los cuatros chicos me rodearon.
-Soy periodista de Madrid y hago un reportaje sobre los “Gegos” -mi voz pareció sonar firme porque noté dudas entre los chicos, murmullos inquietos. Uno de ellos se acercó a mí, con cierto titubeo, noté. Probablemente no pasaría de los 20 años pero me sacaba al menos 20 centímetros y su físico aparentaba bastante buen estado, atlético; pero aunque hubiese sido un escuálido enano de metro veinte, tampoco hubiese pasado por mi cabeza pelearme con él en medio de toda aquella tribu. Desde luego que no.
-No sabes de que hablas -dijo el joven en un claro tono de amenaza. Su aliento inundado de aromas de licores, penetró por mis narices. Mis oídos percibieron claramente como bajaban la música machacadora de tímpanos que tenían puesta.
-Entiendo que os parezca raro, puede que tuviese que estar durmiendo a estas horas -dije intentando sonreír en tono conciliador-, pero para los periodistas el tiempo es oro.
Noté como el joven se tensaba haciendo que los otros se removiesen a su alrededor. Mi miedo aumentó unos cuantos grados más y me preparé para lo peor, rezando para que lo peor fuesen unos cuantos golpes nada más y que me dejasen irme de allí sin más.
Una sombra se hizo paso entre los jóvenes que se apartaron al instante.
Ante mí se plantó un hombre de un metro 70 más o menos, porque situado justo en frente, me pareció de mi estatura. Su edad parecía mucho mas indefinida, tal vez 40, o 30, o tal vez 45 o incluso 50. No lo pude descifrar. Su aspecto parecía bastante normal, pero a la vez, todo en él se mostraba demasiado aparente. Llevaba un traje claro, deportivo, de sport, pero había en aquel tipo algo diferente.
-¿Eres periodista? -me preguntó con una voz amistosa pero al mismo tiempo penetrante. E inquietante.
-Sí –contesté algo más relajado a pesar de la presencia de aquel personaje- así es, trabajo para una revista joven, hacemos reportajes sobre temas poco conocidos y con un toque de misterio.
No sabía cómo era capaz de expresarme con tanta fluidez y soltar todo aquel rollo, ni yo mismo me lo podía creer dada la situación. El hombre del traje claro me miró sonriente. Pero con una sonrisa que ni mucho menos trataba de ocultar lo que expresaba. Una gran ironía.
-No pareces periodista, es más, me recuerdas a alguien.
Noté como mi mano empezaba a temblar. Mi relajación comenzó a desaparecer a medida que comenzaba a aumentar nuevamente mi miedo. No supe porqué, pero empecé a tener la seguridad de que aquel tipo sabía quién era yo.
-Sí, la verdad es que no parezco periodista, a estas horas, con este aspecto -debía de seguir con mi cuento, ya no podía volver atrás. Intenté controlar el temblor de mi mano y esconder mis crecientes nervios ante sus ojos-. Sólo me interesa saber algún dato sobre los Gegos.
El hombre no pareció inmutarse ante mi insistencia, pero si escuché los murmullos aumentar de tono a su alrededor; gran parte de la nave, o toda, ya estaba pendiente de mi.
-Veté de aquí -me dijo sin borrar su irónica sonrisa y con el mismo tono sereno, demasiado sereno para mi gusto-, creo que te has equivocado en tu investigación.
Tenía claro que no iba insistir más.
-Si claro -dije dando media vuelta-, disculparme por las molestias.
Me alejé sin mirar atrás. Estaba muerto de miedo, caminé intentado prepararme para lo peor. Pero no pasó nada. Cuando llegué a mi coche, volví mi cabeza por fin para mirar hacia atrás. Nadie había salido de la nave. Arranqué, ya había hecho bastantes tonterías en un solo día, eran las cinco de la madrugada y me di cuenta de que estaba agotado y muerto de sueño. Ya no llovía. Conduje despacio desando llegar a la ciudad. Unas luces se empezaron a hacer cada vez más intensas en el retrovisor. Un vehículo me adelantó como una exhalación, atiné a ver un BMW que estaba seguro era uno de los coches aparcados fuera de la nave. Más luces. Al parecer algunos de los jóvenes ya habían decidido terminar su noche de fiesta y recé para que ninguno viniese a por mí. El coche me adelantó un poco menos deprisa que el BMW. Era el jodido Ford blanco. Aceleré decidido a seguirle.
Esta vez, sin lluvia, me costaba menos. Pero me costaba. Abandonamos las carreteras secundarias y desembocamos de lleno en la autovía. Al menos el pequeño Ford, se lanzó a 160 km por hora porque yo pisé el acelerador hasta que la aguja temblorosa del cuenta kilómetros marcó los 140; no me sentí capaz de seguirle a tal velocidad. Le perdí de vista. Bueno mejor, asentí con cierto alivio. Realmente no sabía lo que quería hacer. Me di cuenta de que me había perdido en la carretera. Continué hasta que vi el indicador de una salida conocida. Abandoné la autovía y después de recorrer algún kilómetro por una carretera secundaria y totalmente oscura, me adentré en la ciudad desembocando en una larga calle iluminada, al final, parado en un semáforo en rojo, se divisaba un auto blanco. Sí, era el Ford. Aceleré al tiempo que el semáforo se ponía en verde y el pequeño coche blanco arrancaba con gran rapidez, aunque algo más tranquilo que minutos antes recorriendo la autovía. El semáforo se puso en ámbar. ¿Cómo podía cambiar de color tan rápidamente el estúpido semáforo a aquellas horas del día en las que apenas había circulación? ¡No iba a llegar! Aceleré, madre de Dios. Sólo faltaba que me parase la Guardia Civil o peor aún, que tuviese un accidente.
El semáforo volvió a ponerse en rojo pero me lo salté rezando a Dios para que no apareciese ningún coche o moto por el cruce. Giré a la derecha por donde había desaparecido el forito sin que por fortuna apareciese ningún otro vehículo, maldiciendo en chino. El pequeño coche se había detenido a unos pocos metros. Paré.
A los pocos minutos salió una jovencita del coche que se perdió rápidamente en el interior de uno de los portales. El niñato acababa de dejar a su novia, por un momento, sentí rabia y pena hacia la chica. Volví a seguirle.
El joven conducía más despacio, como si estuviese cansado; dejamos la zona de pequeños bloques de pisos donde había dejado a su novia sin cruzarnos con ningún otro vehículo en aquella noche de lluvia y viento y entramos en una zona de casa bajas, parecía que estuviésemos en un pueblo prolongación de la ciudad. Las casitas enseguida dieron paso a, bueno, aún en la noche, se adivinaba una zona bastante humilde. Al menos me di cuenta de que el niñato no era un niño de papa, al menos por su lugar de residencia.
Nos detuvimos.
La tensión de mi cuerpo apenas me dejó percibir la aparición de la primera claridad del alba. Todo estaba silencioso, envuelto en un tranquilo manto dominical, ni una luz aparecía por ninguna de las pequeñas ventanas.
-¡Oye! -apenas nos separaban 20 metros y después de seguirle hasta allí, no iba a permitir que entrase en su casita sin más y yo me quedase allí pasmado.
El chico me miró y dio muestras de reconocerme al instante porque se lanzó directamente hacia mí.
-¡Hijo puta! -gritó. Sí, seguro que me había reconocido.
Sentí como me entraba un desconcertante temor hacia lo que estaba a punto de suceder. El niñato venia por mí con toda la decisión del mundo y no traía buenas intenciones.
Me quedé quieto. Aquella noche había pasado por mil vivencias que se alejaban un poco de lo corriente, totalmente diferente a lo que en los últimos años solía vivir durante los fines de semana, pero al parecer, las emociones fuertes aún no se habían terminado.
Como una ágil gacela, el joven saltó sobre mí. Su cara infantilada abanderando su flacucho pero fibrosos cuerpo, me dio a entender que aquel chico no sobrepasaría por mucho los 18 años. Noté dos fuertes golpes en mis mejillas. Uno de los puñetazos, al menos, me cogió de lleno, porque enseguida sentí como a un terrible calor, le seguía una caliente humedad en el interior de mi boca.
Voy camino de los 40 años, mas bien ya casi estoy en ellos, no he sido un broncas, ni siquiera sé pelear, pero más o menos me he defendido a lo largo de mi vida y ahora no iba a permitir que me diese una paliza un niñato en proceso de delincuente.
El chico continuó soltando sus puños con tremenda agilidad. Otro golpe me alcanzó cerca del ojo, pero esta vez no sentí calor, ni un mínimo de dolor. No podía permitir que el niñato continuase atacándome de aquella manera. La rabia me invadió. Una rabia poco conocida por mí, una rabia agresiva y beligerante. Me enderecé. Notaba la sangre en mi boca. Vi como se me venía encima una nueva descarga de los finos y fibrosos brazos del chico, pero esta vez no alcanzaron mi cara, ni mi cuerpo, los detuve con mis brazos; no hago deportes para mantenerme en forma, pero me mantengo ágil, mi cuerpo está en buen estado, no tengo grasas que me sobren en exceso, no fumo y de joven siempre he sido una persona activa y con reflejos. Sus manos rebotaron sobre mis brazos. Aquello me dio ánimos. No me lo pensé. No sé de donde saqué la rapidez y sobre todo la dirección, pero conseguí coordinar el movimiento de mi puño derecho que alcanzó de pleno la cara del niñato. Mi fuerza debió de ser desproporcionada con el joven, porque escuché como mi adversario lanzaba un angustioso grito de dolor y de sorpresa.
Mi golpe le detuvo en su incesante ataque, pero sólo durante unos mínimos instantes, porque nuevamente me lanzó sus puños, pero esta vez, con menor furia. No le di tiempo. En pocos segundos, yo, un cuarentón poco violento, me había convertido en un camorrista de armas tomar. Volví a parar sus brazos y lancé mi pie que debió de impactar muy dolorosamente sobre su pierna porque gritó nuevamente y se dobló prácticamente quedando de rodillas ante mí, y sin darle tiempo, lancé mis manos abiertas sobre su cara que le atinaron directa y sonoramente. El chico casi cayó al suelo, pero sin rendirse aún porqué me lanzó una serie de insultos e intentó incorporarse con rapidez. Pero yo ya tenía claro que la situación no se me podía escapar. Le lancé nuevamente mi pie con gran fuerza contra su espalda y me abalancé sobre él soltándole guantazos sin parar.
-¡Cabrón de mierda! ¡Te voy a joder bien! –mi adversario ya sólo intentaba defenderse, parecía haberse rendido físicamente, pero no moralmente porque continuaba insultándome de manera desafiante.
Me detuve jadeando, mirando al joven que ya no se movía. ¿Pero qué estaba haciendo? Yo no era un camorrista. Era un hombre tranquilo y pacifico a punto de ser padre y aquel chico no dejaba de ser un adolescente.
Cesé completamente en mis golpes. Le cogí del pelo intentando que la fuerza fuese la justa para que no se recuperase. Quería serenarme pero mi excitación era tremenda y no dejaba de estar alerta. Me aseguré de que el chico no pudiera contraatacar aprisionándole con mi rodilla. No sangraba en abundancia pero parecía tener arañazos y hematomas por toda su cara que por otra parte, ya había perdido toda su compostura, asumiendo su derrota. 
Me llenó una sensación de malestar diferente, imagino que por la situación en sí, por lo que pudiera pasarle al chico con mis golpes y por lo que se podría derivar de aquella estúpida pelea callejera. Sentí un angustioso malestar en mi interior, pero ya debía de seguir adelante.
-Ya está bien jilipollas, niñato de mierda -observé con el rabillo de mis ojos como varias personas se habían ido agrupando alrededor atraídas por el escándalo de la pelea, me volví a asustar, ahora sentí miedo por si un grupo de familiares del chico, despavoridos y enfurecidos, me rodeaban y empezaban a apalearme y terminaban linchándome en aquella misma calle.
Nada pasó, al menos de momento nadie salía en defensa del chico.
-Te vas a enterar cabrón -me gritó desde el suelo.
Y yo, a pesar de mi inquietud, estaba harto, quería que aquel niñato me dijese algo sobre los malditos Gegos o sobre mi hermano y salir pitando de allí y no verle nunca más.
-¿Ah sí? ¿Qué vas hacer atontado? ¿Decírselo a los Gegos?
-No hace falta -gruñó el chico, o tal vez reía, maldito cabronazo-, no sabes dónde te has metido, te van a fundir y a borrar como a un gusano.
No me metió miedo porque ya bastantes miedos tenía yo en mi cuerpo. Me irritó.
-Mira jilipollas no soy periodista, mi hermano ha desaparecido y es el padre de Mariela, seguro que la conoces porque iba al poblado -el chico no respondía, parecía haberse quedado mudo de repente-, tú y los Gegos me importáis una puta mierda, sólo quiero saber algo de mi hermano y estoy seguro que tú sabes algo.
Le solté una fuerte colleja. Noté como nuevamente me dejaba llevar por sentimientos de furia.
-¿¡Qué sabes de los Gegos!? ¡Dime joder!
Ahora sí que se reía. Escuche las carcajadas perfectamente claras de aquel joven como entraban en mis sorprendidos oídos.
-Esto es mucho para un insecto como tú -sus palabras sonaban extrañamente envueltas entre risas y quejidos- olvídate de tu puto hermano y del hijito de Mariela. Ellos son Dioses.
Imaginé que aquel desgraciado estaba totalmente a los pies de los malditos Gegos y que cuando le vi por primera vez bajando por el camino de las sombras a toda velocidad, vendría de verles y de cerrar con ellos algún macabro trato.
Le solté. Abatido. Me levanté y caminé como un zombi hacia mi coche intentando no echar a correr. Sangraba por la boca y empezaba a notar una desagradable sensación en mi ojo derecho.
El chico se levantó y rezando en chino se dirigió hacia una de las casas. Continuaba riéndose pero su aspecto era lamentable. El mío no era mejor, me toque la boca y sentí un terrible escozor, escupí un salivazo lleno de sangre. Sentí una profunda tristeza, había hecho barbaridades a lo largo de toda aquella noche y de nada me había servido. Tal vez lo había empeorado todo.
-¿Quieres que te ayude con los Gegos? -la voz sonó inmensamente dulce en medio de aquella marea que mi mente y mi cuerpo habían levantado, pero tan inesperada y cercana que di un salto.
Era de una jovencita. Tal vez pasaría de los 18 años, tal vez no, no sabría decirlo. Era tan preciosa como un ángel, porque para mí los ángeles tenían que ser criaturas preciosas. Era un ángel mujer-niña. Me quedé agarrotado, como hipnotizado. Sujetaba de su fina y morena mano a una niña de unos siete u ocho añitos, una niña preciosa. Ambas se parecían.
-¿Quieres ayudarme? -balbuceé. La luz del día ya cobraba terreno y las nubes que habían dejado tanta lluvia durante la noche parecían retroceder.
-Son peligrosos- dijo a la vista de que mi respuesta a su pregunta no se concretaba con claridad. Su voz era inmensamente serena, a juego con su belleza.
-Ah sí, ¿y tú no tienes miedo de ayudarme?

-No, yo no, ya les conozco -dijo como si tal cosa-, te ayudo si nos invitas a desayunar chocolate con churros.

jueves, 4 de septiembre de 2014

LOS GEGOS


El mar. Sus olas, su color tan bellamente indefinido cuando lo miras al atardecer. Su inmensidad, su hipnotizante magia. Siempre ha tenido la capacidad de relajarme, de llenarme de energía, de energía positiva. El mar me hace sentir bien, me hace sentir libre.
Vivo en el interior, por lo que sólo tengo oportunidad de contemplar su majestuosidad y su belleza contados días al año, normalmente en verano, cuando la luminosidad le hace, tal vez, más bello, más amistoso.
Pero aquella noche era pleno mes de enero, el interior más recóndito del invierno. La fina llovizna, que probablemente arrastraba minúsculos copos de nieve de las montañas interiores, me helaba la cara, el mar rugía, protestaba al estrellarse contra el muelle de piedra; la brillante negrura del Mediterráneo iluminaba la noche invernal en un mágico combinar de oscuras tonalidades.
A pesar del frío y de la humedad, el mar volvía a relajarme. Pero esta vez me reñía, me abroncaba, pero no ofensivamente, me gritaba que me deshiciese de la energía negativa que se estaba apoderando de mí en los últimos tiempos y del desánimo que llenaba mi cuerpo y mi alma.
El mar me ofrecía su hombro para desahogarme y yo necesitaba un amigo que me arrancase de mi pesada apatía.
-¡Hostia Puta! –mi grito se perdió en la oscuridad estrellándose contra la lluvia y el viento. El mar se debió de comer sus restos, pero al menos, me sirvió para relajar la tensión que cada uno de mis músculos y órganos habían ido acumulado, sobre todo en las últimas horas, en las que apenas había dormido y comido, sólo alimentado por las partículas de alcohol de alguna bebida y la cafeína del café.
Mi hermano había desaparecido junto a su nieto.
Y ahora yo tenía tres opciones. La de irme a mi casa y esperar tristemente a que la policía me llamase para comunicarme la aparición del cuerpo sin vida de mi hermano (lo más probable, según las propias palabras del comisario que se había hecho cargo del caso); la de volver a casa de mi hermano donde mi cuñada me tendría preparada una cama para pasar la noche e intentar consolarla a ella y a mis sobrinos, sobre todo al mayor de la pareja al que la desaparición de su padre le había asumido en una especie de agresiva depresión infantil; o la última opción, tomarme un bocadillo y alguna cerveza más en algún bareto cercano y seguir, como si recién titulado en investigación privada fuese, la pista que mantenía en secreto y de la cual la policía no parecía tener noticia, y ni yo mismo comprendía aún porque la tenía tan bien guardada.
Estaba desesperado, amargado y triste, muy triste, mi hermano desaparecido y probablemente asesinado por una pandilla juvenil simpatizantes de una extraña secta dirigida por unos mafiosos comunes, siempre según la primera impresión hecha por la propia policía.
A pesar de que lo veía venir.
Hacía tan solo unos 20 días, en una fecha cercana al Año Nuevo, no recuerdo exactamente el día, el tiempo parece que está perdiendo su mecánica sensatez en mi cabeza, mi hermano, en una conversación telefónica, algo que hacíamos con frecuencia dentro de nuestra cordial relación, aunque algo enfriada por la distancia, empezó a contarme algo y yo enseguida, por su tono de voz, supe que se trataba de algún problema. Otro problema. Conocía a mi hermano demasiado bien y aunque en los últimos años sabía que no estaba del todo contento con su vida, sobre todo en los últimos meses, donde la relación con su actual pareja no parecía pasar por un buen momento (pasaba por su peor momento) y mi hermano bebía algo más de lo normal, además de tener algunos problemas de salud cada vez más acentuados y, en fin, su vida estaba “un pelín” desordenada, pero a pesar de todo eso, él era una persona que se adaptaba bien a las dificultades, era un luchador nato y un gran optimista.
Pero lo que empezó a contarme era distinto, un pesar más tangible, más cercano, como cuando muchos años atrás me llamó a parte para decirme que se separaba de su primera esposa sabiendo el dolor que la noticia iba a causar entre mis padres (por aquel entonces bien vivos), sobre todo entre mi madre; esta vez noté un tono similar y me preparé para escuchar una mala noticia, o al menos no grata. Su hija (la menor de los dos hermanos habidos de su primer matrimonio), mi sobrina, una jovencita de 17 años, había sido madre unas pocas semanas antes y él ni siquiera había tenido noticias de su embarazo; por desgracia para mi hermano, la relación con sus dos primeros hijos no era muy fluida por razones y circunstancias que se habían ido acumulando con su ex mujer y su ex familia política desde su separación, yo soy consciente de que él adora a sus hijos, por lo que también soy consciente del sufrimiento que durante estos últimos años esa situación le había causado, por tanto, soy capaz de imaginar lo que debió de sentir cuando su hijo mayor le contó que su hermana acababa de dar a luz y él no había tenido ninguna noticia de su embarazo y del posterior nacimiento del bebe. Desconocía tanto de su propia hija. Pero a pesar de la distancia entre ellos, mi hermano hizo un esfuerzo por ver a su hija e interesarse por su salud y la de su recién nacido; ella accedió, después de que mi hermano insistiera casi suplicándola, a concederle una pequeña recepción; al parecer, en los pocos minutos que mi hermano pudo hablar con su hija, de una manera fría y distante, según me contó después, la joven le informó que tenía algún tipo de problema con su pequeño recién nacido. Un problema bastante gordo. Sin que entrase mucho en detalles sobre dicho problema.
Eso es lo que mi hermano me contó. Yo sentí su aflicción, y sin pensármelo dos veces, le dije a mi mujer que me iba a verle, algo que por supuesto a ella no le gustó en absoluto, nuca en mis ocho años de relación con ella le había gustado que yo hiciese algo, fuese lo que fuese, sin que ella estuviese a mi lado, y ahora mucho menos que acabábamos de descubrir que estaba embarazada; pero pareció entender a regañadientes que mi hermano me necesitaba, por lo que el fin de semana siguiente me cogí el coche y me hice los casi 400 kilómetros que nos separaban en un soleado y frío día de principios de año.
Mi hermano estaba mal, mucho peor de como yo esperaba encontrármelo, parecía sumergido en una especie de depresión aguda; a los problemas con su mujer, su salud, se le había unido el reciente problema de su hija Mariela. Casi no me esperaba, porque en muchas ocasiones le había dicho que iba a verle y luego me echaba atrás, por lo que noté su alegría cuando me vio allí, en su casa. Me contó con un poco mas de detalle, lo que ya me había dicho por teléfono, la inesperada noticia del embarazo y parto de su joven hija y que pudo hablar con ella, eso lo dijo feliz a pesar de todo, pero al parecer, la chica tenía otro tipo de problema.
Aquella misma tarde fuimos a ver a mi sobrina, mi hermano y yo, ella accedió a vernos. Mariela se había convertido en una jovencita preciosa a punto de cumplir los 18, y el ser madre la había convertido en una autentica mujer, yo hacía al menos 6 años que no la veía (la última vez que la vi fue con mi madre aún viva, ¡toda una eternidad!), y a pesar de eso, mi sobrina me abrazó y me besó de una forma simpatiquísima en contraste con el agrio saludo que dirigió a su padre; su forma de hablar también denotaba madurez, dentro claro está, de sus 17 años; nos habló con una seriedad y serenidad impropia de su edad (y con un extraño temor que yo noté en sus palabras), de lo que ya le había contado algo a su padre, al parecer su ex-pareja, el padre de su hijo, había ofrecido al bebe para una adopción. Yo me quedé perplejo. Por supuesto, Mariela no había querido oír hablar de aquello al sinvergüenza de su ex novio (afortunadamente en mi opinión, ya no estaba con él); eso nos dijo, pero el gran problema era, que la “donación” de bebes por parte de las jóvenes madres era una práctica un tanto “común” entre los jóvenes de la pandilla con los que mi sobrina había estado saliendo. O salía, eso no lo dejó muy claro. Práctica común el alquiler de bebes entre mamas de 16  y 17 años, yo no había escuchado algo semejante en toda mi vida, por lo que mi perplejidad aumentaba por segundos. Nos contó (cada vez más temerosa, o tal vez dubitativa), que su pandilla y otras de jóvenes similares, se reunían en “El Poblé de los Monjes” donde esos contratos eran habituales entre ellos. Increíble. Dónde pillaba eso, le preguntó mi hermano. Pillaba en pleno corazón de la Sierra de los Monasterios, cerca del Caserón de los Gegos, al pronunciar esta última palabra, yo noté como su temor aumentaba, como si le hubiesen dado una descarga eléctrica y sus labios titubeasen e incluso temblasen, transformando su valiente y armoniosa voz en un sonido de miedo. Guardó un silencio. Mi hermano la cogió de la mano y yo no supe que hacer, me hubiese gustado decir a mi sobrina muy claramente que vivíamos en un país donde había justicia y que esas cosas se arreglaban yendo a la policía y denunciando..., pero entendí, no sé, como una súbita revelación, que tal vez no fuese tan sencillo como ir a la policía. ¿Quiénes son los Gegos esos? Volvió a preguntar mi hermano. “No nadie, bueno, es para ellos como Dios para los cristianos, para muchos una fantasía que seguro no existe pero a la que hay que respetar por encima de cualquier cosa”, bonito símil salido de una joven y en aquel momento temerosa jovencita de 17 años, pensé. Mariela no volvió a pronunciar ese nombre.
Mi sobrina enseguida recuperó su compostura y la vitalidad en su voz, como si no hubiese mentado nada que le hubiese producido terror tan solo unos segundos antes. Su padre no insistió y a mí enseguida se me olvidaron “los Gegos”.
Se me olvidaron, hasta que esta misma tarde regresaron a mí memoria con una increíble nitidez cuando declaraba ante la policía por la desaparición de mi hermano.
Después de la conversación con Mariela, yo me despedí de ella y al día siguiente regresé a casa despidiéndome de mi hermano, mi cuñada y mis sobrinos pequeños, prometiéndole que le llamaría con asiduidad a ver qué pasaba con el problema de su hija, los dos estábamos seguros de que nadie iba a tocar al bebe.
No he vuelto a ver a mi hermano.
Ayer, tan solo una semana después de mi última visita, mi cuñada me llamaba llorando a lágrima viva anunciando la desaparición de mi hermano. Hacía dos días que había desaparecido y me llamaba ahora. No me lo podía creer, mi hermano desaparecido durante dos días y ella no había sido capaz de hacer una simple llamada.
Intenté no dirigir mi cólera hacia mi cuñada. Con esa actitud sí que no iba a solucionar nada.  
Después de su llamada, todas las alarmas se dispararon dentro de mí, anunciándome que un problema gordo, de esos que te caen encima una o dos veces en la vida (o ninguna con un poco de suerte), estaba a la vuelta de la esquina; sentí miedo y sobre todo desasosiego por el anuncio de la desaparición de mi hermano.
Yo tampoco atravieso un situación digamos, idónea, tal vez la monotonía en mi vida está haciendo que me encuentre con muchos momentos de desanimo de esos que hacen que uno se pregunte muchas cosas; el embarazo de mi mujer me ha dado nuevas ilusiones aunque también nuevos miedos, sin saber si alegrarme o desanimarme definitivamente.
Nuevamente anuncié a mi esposa que la dejaba sola con su embarazo, tampoco le gustó, intenté meterme en su pellejo y comprender su postura, pero esta vez la desaparición de mi hermano sirvió para que me pusiese menos obstáculos, y aprovechando que era fin de semana, nuevamente me hice los 400 kilómetros, en esta ocasión acompañado por una lluvia fría e incesante y algo de nieve, enero, después de un inicio soleado, parecía que no quería seguir ofreciéndonos ningún beneplácito meteorológico.
Me junté en casa de mi hermano desaparecido con mi otro hermano, el mayor, y su mujer, que también habían venido espoleados por la siniestra noticia, allí, todos pasamos unas horas similares a un velatorio, donde mi cuñada no nos informó de casi nada nuevo envuelta en una inconsolable tristeza y donde todo era caos; decidimos ir a la comisaría donde ella había puesto la denuncia, allí, la policía aprovechó para tomarnos declaración a mí y a mi hermano mayor sobre todo lo que pudiese servir para la aclaración del caso. Pero como he dicho antes, la policía, el comisario, el viejo bigotudo y, a mi juicio, prepotente policía que lleva el caso de mi hermano y que parecía haber salido de una mala serie policiaca americana en la que el patoso jefe de policía sólo sirve para empeorar las cosas, nos dijo, que los primeros indicios eran de que mi hermano había querido actuar por su propia cuenta tras la desaparición de su nieto (al final Mariela tenía algo de razón y el bebe había sido arrancado de sus manos) y había topado con alguna pandilla violenta, afín a los amigos de su hija que tal vez contasen con el apoyo de alguna mafia; el comisario nos habló escuetamente, de lo que yo ya sabía por boca de mi sobrina y que no me había tomado demasiado en serio, sobre la practica entre algunas bandas juveniles de tráfico de seres humanos (bebes), pero lo que era más extraño, era que la policía no tenía constancia de ningún tipo de delito en la zona, o sea, nada sobre posibles secuestros de bebes, extorsiones, amenazas, ninguna prueba de la existencia de las mafias de las que nos hablaba. Nos dijo, con la boca pequeña, que detrás de todo aquel asunto bien podría haber alguna mafia no tan juvenil. Los Gegos. La palabra que tanto temor causó en mi sobrina apareció entonces en mi mente. Esperé inquieto a que el comisario nombrase la palabrita, pero no fue así, y sin saber muy bien por qué, yo tampoco dije nada. No supe si pensar si es que la policía nos quería ocultar aquella pista, o simplemente, es que no tenían ni pajotera idea de la existencia de los tales Gegos.
Después de dejar a mi hermano mayor y a su mujer nuevamente en casa junto con mi cuñada y mis sobrinos, les dije que necesitaba dar una vuelta y me dirigí a la playa a meditar con mis pensamientos y desahogarme lanzando gritos al mar envuelto en la fría e invernal noche de enero.



                                                                                                               Continuará...