sábado, 31 de agosto de 2013

La princesa rusa III


 

                         Cautiva en las miserias de los hombres

 

Sofía pasó la noche y casi todo el siguiente día, después de tomar la decisión de intentar afrontar el mayor obstáculo de todos los que la vida había puesto en su camino, en uno de los innumerables clubs de alterne de baja categoría, andrajoso y cutre, que rodeaban las afueras de la capital en todo su perímetro. Allí empezó a prostituirse, junto con mujeres que la mayoría de ellas habían sido desahuciadas de otros clubs de mayor “categoría” y veían en aquel local de mala muerte, el único sitio donde poder seguir trabajando en aquel oficio parar ganarse la vida.

El club era mantenido por un grupo mafioso ruso y les servía como tapadera para utilizarlo de calabozo y correccional para chicas que, como Sofía, no estaban muy decididas a prostituirse y con las que sin duda, por su belleza y juventud, pensaban sacar mucho dinero explotándolas en locales de lujo como el chalet-prostíbulo regentado por Denis.

Ese grupo moscovita no era excesivamente poderoso, como Sofía averiguaría más tarde, pero era capaz de alargar alguno de sus delgados y escurridizos tentáculos a los países de la Europa occidental, entre ellos España, donde introducía numerosos chicos y chicas rusos y de otros países del este, para explotarlos en el mundo de la prostitución y de la pornografía y con los beneficios obtenidos, nutrir en buena parte sus necesitadas arcas.

Ninguno de los jóvenes que introducían en aquel mundo sobrepasaba los 24 o 25 años de edad y todos eran de gran atractivo. Muchos de esos jóvenes venían voluntarios, animados y engañados por la idea de ganar muchísimo dinero trabajando en occidente. Otros, para saldar deudas o favores económicos contraídos con la mafia por familiares o por ellos mismos y que en sus países de origen les era imposible afrontar. Y otros, por castigo. Todos ellos eran sometidos a vigilancia, amenazas y correctivos durante su estancia en el país donde debían cumplir con su trabajo o castigo.

Sofía pertenecía al último grupo y por su juventud y belleza, debía de cumplir su castigo en un local de lujo, pero su inicial negativa a prostituirse, la llevó a aquel tugurio de mala muerte.

Los primeros momentos que paso en el club, los pasó entre un pequeño grupo de mujeres que la miraban como a un bicho extraño, algo que no era raro, pues la diferencia física y de edad entre Sofía y aquellas mujeres era casi abismal. Todas ellas pasarían de largo, casi con toda seguridad, de los treinta y la mayoría eran de color, por lo que Sofía, aun con su poco conocimiento práctico de cómo era la apariencia externa de las gentes de aquel país, imaginó que aquellas mujeres no serian españolas. Ninguna de ellas le hablaba, tan solo la miraban y hacían comentarios entre ellas que la joven no lograba entender.

Ella tampoco les habló. Se mantenía expectante, muy nerviosa, sudorosa, no solo por el intenso calor del recién estrenado mes de julio, sino también porque estaba a punto de que llegase el momento de afrontar aquello que tanto la llenaba de amargura y que tan solo unos días antes no hubiese ni podido imaginar que tendría que hacerlo.

Todo había cambiado tanto para ella en tan poco tiempo.

Cuando las mujeres empezaron a levantarse y a salir de aquel cuarto, ella las siguió cabizbaja y enseguida se encontró en una estancia alargada pero mucho más grande, que sin lugar a dudas era el bar. Observó como de una manera casi programada, la mujeres se iban distribuyendo en pequeños grupos o solas a lo largo del local, sentándose junto a la barra o bien en alguno de los sillones que había esparcidos por la superficie del bar. Esperando.

Ella se quedó de pie, mirando a ningún sitio y sin saber muy bien lo que hacer, durante unos instantes de increíble confusión, agonía y sinsentido. Sus pensamientos fluían embarullados a toda velocidad y su cerebro no era capaz de darlos el más mínimo sentido. ¡No! Había tomado una decisión y debía llevarla a cabo, no podía hacer pasar a su mente de nuevo por aquel infierno de angustia y depresión, aunque tuviese que estar toda su vida haciendo aquello. Cerró los ojos durante unos segundos y respiró profundamente, los volvió abrir y miró muy despacio entre la cansina y mortecina iluminación de aquel antro. Vio una banqueta libre junto a la barra y se dirigió hacia ella, despacio, ante la mirada de sus nuevas compañeras que la habían estado observando durante aquel momentáneo caos de su mente.

Se sentó en la banqueta de una manera que no se podría considerar de las posturas convencionales que adoptan las mujeres de la vida cuando esperan a los clientes, mirando fijamente a una de las ventanas cerradas y cubiertas por unas gruesas cortinas oscuras por las que apenas conseguía entrar algo de claridad del aun soleado día. Permaneció quieta, sin apenas darse cuenta del transcurrir del tiempo y cuando la tenue claridad que entraba por las ventanas se desvaneció por completo y dejó todo el trabajo a la mortecina luz artificial del local, entró el primer cliente. Sofía se fijó atentamente en él desde su posición en la barra. Se sintió asustada. Su aspecto no la gusto nada, se asemejaba bastante al encargado-chulo del club, más delgado pero aun más viejo si cabía.

El hombre se colocó en el extremo de la barra más próximo a la entrada, pidió algo de beber y enseguida una de las mujeres se acercó a él.

Fueron llegando más clientes, no muchos, cuyas edades se aproximaban en la mayoría de ellos, a los cincuenta años y de aspectos que no mejoraban en mucho al del primero de ellos.

Sofía observó, entre temerosa, nerviosa y curiosa, que se repetía el mismo ritual una y otra vez: los hombres pedían una copa y se les acercaba alguna chica que pasaba con ellos más o menos tiempo, dependiendo de si los hombres las invitaban o no. Ninguno de los clientes había pasado a las habitaciones interiores hasta aquel momento, algo que llamó bastante la atención a la curiosidad de la chica.

Durante ese tiempo de observación, la joven rusa se tomó una coca cola mezclada con un chorro de un licor que la ofreció la camarera, en principio, la más agradable de todas aquellas mujeres y con la única que intercambió algunas palabras en su reciente aprendido español. Al principio, el combinado no la gustó mucho, pero la sirvió para tranquilizarse bastante, sin duda, por el efecto del alcohol de la bebida, y cuando le llegó el turno de cenar, se tomó otro de aquellos combinados para acompañar al bocadillo.

Su ánimo se fue elevando de una manera considerable y se atrevió a moverse unos pocos metros por el estrecho bar e intercambiar algunas palabras con sus compañeras, que para su sorpresa, no le contestaron tan desagradablemente como le cabría esperar en un principio.

Llegó rápidamente la una de la madrugada y Sofía voló a lo largo de aquel tiempo; se encontraba en un estado de semieuforia que no hubiese podido imaginar tan solo unas horas antes. Su curiosidad había aumentado y no dejaba de observar con detalle como trabajaban sus compañeras; y se encontraba mirando a una de ellas que reía animadamente junto a un hombre, cuando le sobresaltó el escuchar detrás de ella la voz de una de las mujeres:

-Vamos bonita, hay que trabajar -la dijo mientras señalaba sonriente a dos hombres con un movimiento de su cabeza.

La mujer de color, cercana a los cuarenta años, pero una de las más bonitas de todas las que trabajaban allí, se dirigió hacia los dos hombres que habían entrado en el local hacia muy pocos minutos, mientras hacia un gesto con la mano a Sofía para que la siguiese. Ésta, la siguió, al mismo tiempo que su curiosidad y euforia desaparecían como fulminadas por un rayo y eran sustituidas nuevamente por un intenso malestar emocional. La desazón y los nervios vencieron momentáneamente a los efectos eufóricos del alcohol e invadieron nuevamente su mente.

Su compañera saludó a los dos hombres muy efusivamente entre besos y abrazos como si ya se conociesen, mientras la joven rusa permanecía detrás de ella, inmóvil.

-Os voy a presentar a una chica nueva -escuchó como decía su compañera, apartándose y dejándola delante de los dos hombres.

A pesar de su estado de nervios y crispación, Sofía pudo percibir que los dos hombres quedaban como perturbados ante su presencia, sin que en principio comprendiese el porqué.

Escuchó como su compañera pronunciaba dos nombres masculinos, seguramente nombres españoles, además del suyo y sintió como los dos hombres se aproximaban a ella y la besaban tímidamente en las mejillas.

Durante unos interminables momentos, los dos clientes se quedaron como hipnotizados y paralizados.

-Es guapa ¿eh? -dijo por fin la mujer dominicana y los dos hombres parecieron despertar de su letargo, después, rodeó con sus brazos a uno de ellos y comenzó a hablar con él.

El otro hombre se quedó mirando a Sofía. Bajaba ligeramente, por lo menos en apariencia, la media de edad de los clientes que habían visitado el club aquella noche y aunque no era ni mucho menos atractivo, su aspecto era algo más agradable.

-¿De dónde eres? -preguntó tímidamente el hombre sin acercarse mucho a la chica.

Sofía volvió a tranquilizarse. Aquel hombre parecía más cohibido y nervioso que ella. ¿Por qué pasaba aquello? Reflexionó rápidamente y enseguida creyó encontrar la solución. Sabía que era una chica considerada como “muy guapa y de bonita figura” como le decía su abuela paterna en ocasiones, de las pocas veces que le había hablado de una manera benigna hacia su persona antes de morir, “vas a tener un cuerpo como esas actrices extranjeras que salen en televisión, Sofía”, aunque ella muy rara vez en su vida se paraba a pensar y mucho menos a recrearse sobre su hermosura; pero en aquel momento, estaba segura que lo que había dejado a los dos hombres como paralizados, había sido eso, su físico, y por supuesto su juventud, que resaltaba de una manera notable entre aquellas mujeres. Seguramente en aquel lugar no habituaban a tener a chicas como ella, ni en otros lugares donde aquellos hombres acostumbrasen a tomar sus copas.

Si su teoría era cierta, era algo que le hacía ponerse en una situación de ligera ventaja con respecto a los clientes, por lo menos en aquel lugar, pero no conseguía ver la manera de sacarlo provecho.

Sofía sonrió al hombre melancólicamente, notando como desaparecían sus nervios.

-Soy rusa -dijo en español con su dulce voz y con su gracioso acento del este-, y tú, ¿eres de aquí? -se le ocurrió preguntar. Escuchó como su acompañante le contaba que era español, pero de un pueblo del sur, bastante lejos de allí y que se encontraba trabajando haciendo unas calles o algo así, cerca de Madrid. Observó cómo mientras hablaba y bebía largos tragos de su vaso, el hombre se iba tranquilizando y se iba aproximando más a ella hasta que sus cuerpos quedaron prácticamente rozándose.

Cuando el hombre terminó de hablar, agarró a Sofía de la cintura con sus manos y la presionó ligeramente contra su cuerpo; rápidamente, la joven notó como una de las manos del hombre se deslizaba por su espalda hasta alcanzar su trasero, mientras la otra subía lentamente por uno de sus costados.

No experimentó nada especial cuando sintió las manos del hombre en aquellas partes de su cuerpo. Se alegró. Se alegró mucho. Desde que tuvo plena certeza de que querían que trabajase como prostituta, pensaba que no podría resistir el momento en que las manos de un desconocido la rozaran simplemente, pero en principio, parecía que podía soportarlo.

El acompañante de Sofía empezó a acariciar con cierto ímpetu las partes del cuerpo femenino donde se habían detenido sus manos. Aquello gustó menos a la muchacha que se retiró suavemente pero con energía. Volvió a sentirse alegre al ver que el hombre no parecía enfadarse por su acción y permanecía quieto, como esperando a que ella diese el siguiente paso.

-Invítame a una copa -intentó decir melosamente y deseando hacer efecto una de las advertencias del encargado-, si no me invitas no puedo quedarme más contigo.

Fueron dos las copas a las que su nuevo amigo la invitó, si es que debía considerarlo como tal. El hombre quiso apurar el dinero que llevaba encima, en compañía de aquella atractiva muchachita y aunque le hubiese gustado pasar al reservado con ella, se vio obligado a desistir cuando ella le informó del precio.

Sofía aguantaba bien cuando el hombre la tocaba ligeramente y sus manos permanecían tranquilas, pero con resignación y cierta angustia cuando las manos del hombre recorrían su cuerpo y cuando notaba su dureza sexual al apretarla contra él. A veces, una parte de su cerebro protestaba airadamente por dejar que un extraño la tocase y ella sentía ganas de llorar y suplicaba a aquella parte su cerebro que la dejase en paz, que no la torturase. Las protestas desaparecían.

Cuando el hombre llevó una de sus manos hasta el borde del corto vestido y comenzó a subirla lentamente entre los muslos, Sofía no pudo aguantar más, agarró bruscamente la mano del hombre al tiempo que se apartaba de él. “¡Basta cerdo! ¡No aguantó que me sigas tocando!”, estuvo a punto de gritar, pero consiguió dominarse in extremis e intentó reunir toda la tranquilidad que pudo.

-¡No! Por ahí no -exclamó suave pero enérgicamente Sofía, mientras ladeaba la cabeza e intentaba sonreír.

El hombre nuevamente quedó quieto para satisfacción de la joven que nuevamente se sintió dominadora de la situación. Se sintió feliz. Durante el tiempo que permaneció con aquel hombre, no le costó demasiado trabajo controlarle en sus ataques cuando éstos le hacían sentirse demasiado mal.

Aquella noche se acercó a dos hombres más. Uno de ellos no pareció dispuesto a invitarla a ninguna copa, pero enseguida llevo sus manos a su trasero y Sofía, nuevamente con energía se apartó del hombre y se fue rápidamente de su lado diciéndole que no podía acompañarle si no la invitaba a una copa. El otro, un hombre bajito con el poco pelo de su cabeza ya de color blanco y probablemente cercano a los sesenta años, le invitó a otras dos copas de coca cola con un chorrito de whisky. A Sofía le agradó mucho permanecer al lado de aquel hombre mayor, que intentaba hacerla reír y ser simpático con ella y cuyos contactos se limitaban a llevar las manos a su cintura y en ocasiones a su pecho o a alguno de sus muslos, y que para su sorpresa, no le disgustó demasiado el contacto de las manos de aquel simpático señor.

Cuando la muchacha apuró el tiempo de acompañar al hombre y se separó de él, se sentía maravillosamente. Había ganado la primera batalla a su nuevo “trabajo” que tanto le había estado atormentando y llenando de amargura hasta tan solo unas horas antes. Si conseguía llevarlo por ese camino durante el tiempo que tuviese que realizarlo, que esperaba con toda su alma que no fuese mucho, conseguiría soportarlo, aunque sabía que le quedaba un camino bastante duro por delante.

Pero no tuvo demasiado tiempo para saborear su victoria. El local se quedó vacío de clientes y el encargado apagó las luces exteriores dando por terminada la jornada y algo después, cuando las chicas y el chulo se hubieron marchado, Sofía se quedo sola, encerrada en aquel edificio, aunque afortunadamente no la encerraron en el cuartucho y tenia libertad para acampar a sus anchas por el local, a excepción de los cuartos que el encargado había dejado cerrados con llave.

Se encontraba cansada aunque muy animada y feliz, ayudada seguramente por la notable cantidad de whisky que había tomado en sus copas, y no se arrepentía en absoluto de haber bebido tanto alcohol, pues pensaba que seguramente no se encontraría tan bien si no lo hubiese hecho. Sofía recordó con nostalgia la última vez --y la única-- que había bebido más de un vaso de vino o un sorbo de vodka. Fue en las últimas fiestas navideñas, en la fiesta donde había conocido a Shirko. Se había divertido como nunca antes en su vida de adolescente. Lo recordaba muy gratamente, a pesar de que el malestar y el dolor de cabeza producidos por la resaca la habían acompañado durante casi una semana.

Sofía se preparó otro combinado de escocés con coca cola, que desde aquella noche estaba segura sería su bebida favorita, y empezó a deambular por la semioscuridad del club con el vaso en la mano, dando trompicones en más de una ocasión. Lo primero que observó era que no se podía salir de allí, aunque tampoco lo hubiese intentado, ¿dónde podría ir en medio de aquella oscuridad y sin conocer para nada aquel lugar? Pensó nuevamente en Shirko, en lo que le hubiese gustado que se encontrase con ella en aquel momento, aunque fuera en aquel siniestro lugar, y hacer el amor un montón de veces seguidas, como hicieron durante el poco tiempo que duró su corto, pero bello e intenso romance.

La euforia empezó a desaparecer.

También recordó al hombre que la había acompañado desde el chalet, su “consejero”, el afecto que había notado en sus palabras y como la había agarrado suavemente para sacarla del coche.

Se terminó la bebida de un trago y la euforia desapareció por completo, dando paso a una desesperante tristeza. Pensó nuevamente en que tal vez debería intentar escapar y por primera vez se hizo aquellas preguntas, ¿dónde iría?, ¿a quién denunciaría? y ¿qué pasaría cuando la volviesen a coger?

Se sentó en uno de los descoloridos sillones y pensó en su padre. Él no la quería. Sintió como la amargura aumentaba de manera incontrolable y un espeso nudo taponaba su garganta hasta casi asfixiarla. Él había sido la persona que la había mandado allí. Se hizo un ovillo en el mismo sillón y comenzó a llorar.

Lloró hasta que el sueño la fue invadiendo poco a poco y le hizo quedarse completamente dormida.

domingo, 18 de agosto de 2013

La princesa rusa II


                                              Decisión amarga

 

Después de un tiempo que a Sofía le fue imposible calcular, quizá algunas horas, alguien abrió la puerta y dos hombres distintos a los que acompañaban a Denis, la condujeron fuera del chalet, y muy rápidamente, la subieron en un coche.

Los dos hombres la condujeron a su nuevo destino sin decir palabra, mientras la mezcla de sentimientos que Sofía había experimentado en el pequeño cuarto, se fundían en una única sensación muy próxima al pánico. En aquellos momentos la joven estaba plenamente convencida de que la conducían a algún lugar solitario donde llevarían a cabo su ejecución, después de violarla y torturarla salvajemente.

Cuando el automóvil se detuvo, un escalofrío recorrió todo su cuerpo. “Ha llegado el momento” pensó, mientras que curiosa y sorprendentemente, el pánico empezaba a disminuir y comenzaba a retomar el control sobre sí misma, a resignarse, como había hecho con éxito en toda su vida. “Quizá sea rápido y no me entere de nada” volvió a pensar con resignación.

Se fijó en que las luces de la inmensa ciudad habían desaparecido y el automóvil se había detenido junto a un edificio de una sola planta, aparentemente aislado de cualquier otra construcción y en cuya parte superior se veía un luminoso letrero que Sofía no supo leer, junto a un dibujo igualmente iluminado con luces de neón que parecía representar a una mujer tumbada y desnuda, bebiendo de lo que parecía ser una copa. Ambos se encendían y apagaban en tonalidades rosas y verdes, resplandeciendo débilmente en la noche recién nacida de aquel primer día de julio. Sofía imaginó enseguida que en aquel sitio se llevaba a cabo la prostitución, al igual que en el chalet, pero su aspecto externo no se podía comparar con la limpieza y el lujo de aquel. Aquel lugar era lúgubre y tenía un aspecto increíblemente descuidado. El lugar se asemejaba más a la leve idea inicial de miseria y marginación que la joven tenía de la prostitución.

Repentinamente desapareció de su cabeza la idea de que le iban a matar.

Uno de los dos hombres la bajó del coche agarrándola del brazo con suavidad, gesto que ayudó a que subiera aun más su nivel de autocontrol, al mismo tiempo que bajaba más el del pánico.

-¿Que me vais hacer? -se atrevió a preguntar en ruso.

-Tranquila. No te va a pasar nada -contestó el mismo hombre que la había sacado del coche en perfecto ruso y con una voz tan sincera que casi se podía palpar.

El hombre miró a Sofía, con un afecto tan inesperado que la joven llegó incluso a asustarse, mientras le hacía gestos para que les siguiese.

La condujeron dentro del local por la parte trasera, donde los recibió un hombre cuyo aspecto no inspiró mucha confianza a la joven que hasta ese momento había empezado a tranquilizarse.

Enseguida la volvieron a meter en un cuarto completamente oscuro.

Sofía pensó que aquello, decididamente, no se podía comparar con el chalet. El olor era nauseabundo y las paredes pringaban sus manos de Dios sabría que sustancia. Intentó buscar un interruptor de luz sin mucha fortuna. Se hizo un hueco entre los numerosos objetos inidentificables con los que tropezaba y se quedó allí, agazapada nuevamente, aguantando aquel nauseabundo olor. Esperando.

No tuvo que esperar mucho tiempo. Enseguida se abrió la puerta y se encendió la luz; fugazmente pudo comprobar que se encontraba en lo que debió de ser un cuarto de baño, aunque su atención se centró enseguida en el hombre que acababa de entrar, el mismo que la había sacado del coche con suavidad y la había mirado con tanto afecto; y con ese mismo afecto, pero al mismo tiempo con voz solemne, la dijo:

-Este será tu nuevo lugar de trabajo. Estarás aquí hasta que decidas llevarlo a cabo y cuando lo hayas aceptado, volverás al chalet, donde continuaras trabajando -el hombre hizo una pausa-. Allí estarás mejor que en este antro. Aquí te dejo algo de ropa -terminó diciendo mientras dejaba una pequeña bolsa de deporte sobre una vieja banqueta. Dio media vuelta y se dispuso a salir de aquel cuartucho.

-Pero yo no puedo hacerlo, no puedo, no lo soportaré... -se vio obligada a soltar, aunque suponía que aquel hombre no le haría el menor caso y la dejaría allí, con sus pesares, pese al afecto mostrado.

Para su sorpresa, el hombre se volvió nuevamente hacia ella.

-Sofía, debes trabajar como prostituta, nadie va a poder ayudarte a hacer otra cosa. Solo tú puedes elegir, o te mueres de asco en ese rincón o afrontas con valentía tu nueva situación -la joven miró directamente a los hermosos ojos azules del hombre que le devolvían la mirada con un inesperado cariño y comprensión, y que encajaban perfectamente en el atractivo rostro masculino que le hablaba con una voz llena de sinceridad-. Cuando decidas comenzar, díselo al encargado y enseguida vendremos a por ti. Y tranquila, nadie va a hacerte daño –añadió y enseguida abandono el cuarto dejándola nuevamente sola.

La primera noche que paso encerrada en aquel cuarto, fueron de los peores momentos de su corta estancia en aquel club. Había pasado un buen rato desde que se volvió a quedar sola y su olfato se había adaptado ya al asqueroso olor, y a pesar del asfixiante calor que hacia dentro del cuarto, se estaba quedando adormilada en su rincón, cuando se abrió la puerta al mismo tiempo que se encendía la luz, dejando a la vista al mismo hombre que les recibió a su llegada y que tan malas sensaciones la había causado. En sus manos llevaba una bandeja con comida y agua que enseguida dejo sobre un destartalado mueble.

El hombre, que debería tener 50 años o más, o al menos aparentaba esa edad, cerró la puerta por dentro guardándose la llave en uno de sus bolsillos, y se dirigió lentamente hacia Sofía con una sonrisa que más bien parecía una grotesca mueca en su rostro moreno y mal cuidado.

La chica se levantó rápidamente adivinando que aquel individuo no llevaba muy buenas intenciones.

Cuando el hombre llegó a la altura de la joven, le dijo algo, en español supuso Sofía, aunque no comprendió nada y enseguida, la empujo ligeramente contra la pared. Entonces sintió un poderoso brazo sobre su pecho intentando inmovilizarla, apretándola con fuerza, mientras notaba a través de sus vaqueros y con cierta repugnancia, como la otra mano de aquel individuo intentaba abrirse camino ansiosamente entre sus muslos. Sofía se sintió nuevamente dominada por el pánico y cerró los ojos sin fuerzas para resistirse. Sintió los pringosos labios y la lengua del hombre subir por su cuello hasta llegar a su boca, mientras notaba como la mano que había estado entre sus muslos, subía y comenzaba a acariciar frenéticamente sus pechos a través de su camisa.

El asqueroso aliento que desprendía la boca de aquel hombre, una mezcla de alcohol, tabaco y porquería y que la joven no pudo evitar respirar, fue lo que la hizo gritar con todas su fuerzas al mismo tiempo que las palabras “tranquila, nadie te va hacer daño” emergían entre el pánico que la invadía. Si aquel hombre que la había tratado con tanto afecto había hablado con sinceridad, ese cerdo que tenia encima no debía causarla ningún daño.

El cerdo, durante unos instantes pareció sorprendido por el grito de la joven extranjera y puso una mano sobre la boca de la chica, al tiempo que sentía un fuerte e inesperado golpe en su entrepierna proveniente de la rodilla de Sofía que ésta había levantado con todas sus fuerzas.

El hombre la liberó y durante unos instantes se debatió de dolor, mientras ella le miraba expectante y aterrada. Al fin, el hombre se incorporó y levantó su puño con intención de golpearla, mientras la miraba con unos ojos brillantes y llenos de rabia. Sofía protegió instintivamente su cara con las manos, pero no llegó a recibir ningún golpe. El cerdo le dijo algo que tampoco entendió, probablemente alguna palabrota en español y después, abandonó el cuarto, aun con indicios de dolor en sus zonas genitales.

Después de aquel angustioso momento, la joven se sintió bastante más aliviada. En realidad parecía que no le iban hacer daño. Por lo menos de momento. Puso todo su esfuerzo en tranquilizarse y cuando lo consiguió, dedicó el tiempo a meditar sobre su situación. ¿Qué pasaría si no accedía a trabajar como prostituta? ¿La mantendrían allí encerrada toda la vida? Seguramente no. Llegaría el momento en que alguien se cansaría de la tozudez de aquella insignificante muchacha y todos los males que había imaginado que le iban a hacer, podrían hacerse realidad. Sabía que por mucho que pensase y meditase siempre llegaría a la conclusión de que solo tenía una elección, al no ser que dejase a su mente derrumbarse y hundirse en el pozo de la sinrazón, aquella extraña y nueva sensación que en aquellas últimas horas se había instalado muy cerca de ella.

Al cabo de casi dos días encerrada en aquel maloliente cuartucho, sin apenas pegar bocado y en compañía del agobiante calor del verano madrileño, Sofía tomó una decisión.

Desde la muerte de su madre en Bulgaria, cuando ella contaban con tan solo once años, y después de irse a vivir con su padre otra vez a Rusia, nada había sido fácil para ella, pero había conseguido afrontar y adaptarse a todas las dificultades que se le habían presentado, y el que ahora le quisieran obligar a trabajar como prostituta, sin ninguna duda era la mayor de todas. Pero no podía derrumbarse, tenía que afrontarlo fuese como fuese. Como le había dicho su “consejero”, nadie iba a ayudarla, eso lo tenía muy claro. Quizá en algún momento todo volviese a cambiar y nuevamente podría llevar una vida más o menos normal.

Aprovechó el tiempo en que le dejaban la luz encendida para quitarse la reseca ropa que había llevado puesta durante los últimos días y darse una larga y refrescante ducha, al menos salía agua de los mugrientos grifos de la destartalada ducha.

El agua fría cayendo sobre su cuerpo desnudo, fue como un autentico bálsamo después de haber permanecido allí arrinconada, soportando el hedor y el calor, solo levantándose para realizar sus necesidades elementales cuando ya no podía aguantar, o beber agua y mordisquear alguno de los bocadillos que la llevaban periódicamente.

Miró entre la ropa que había en la bolsa de deporte y se puso unas prendas, y cuando la bajita y rellenita mulata que le llevaba los bocadillos y el agua desde que aquel cerdo desistiese de hacerlo después de recibir el golpe en su entrepierna, volvió a entrar en el cuarto con una bandeja, Sofía le anunció que estaba lista para trabajar.

La mujer, sin aparentar sorpresa, la condujo delante del cerdo, que era el encargado del club. El hombre la miró sorprendido primero y luego de una manera increíblemente lujuriosa y llena de deseo, no en vano, la joven rusa había experimentado un espectacular cambio después de ducharse, maquillarse ligeramente, dejar suelta su larga melena que había estado llevando recogida en una coleta, y ponerse uno de los minúsculos vestidos semejante a los que había contemplado en el chalet. Y no era que los pantalones y la amplia camisa que llevaba anteriormente borrasen su fascinante belleza, simplemente, la hacían menos llamativa y disimulaban su sensual figura que ahora resaltaba en todo su esplendor.

El fino vestido de una pieza, se ceñía espectacularmente desde su cintura hasta su pecho, donde un generoso e insinuante escote dejaba al descubierto el inicio de la hechizante curva de los senos, hermosos y perfectamente erguidos, terminando en su parte inferior en un ligero vuelo que cubría hasta la mitad de sus bonitos muslos de patinadora. Su largo cabello castaño, ahora suelto, caía en una impresionante cascada de pelo suave y sedoso hasta casi la mitad de su espalda, y sus preciosos ojos verdes resaltaban tristes, pero armoniosamente sobre la tez morena y suave de un rostro increíblemente bello.

El gordo y mal aseado encargado, después de limpiarse la baba que literalmente se le escapaba a chorros de la boca, marcó un número en un teléfono móvil y habló muy brevemente en un pretendido idioma ruso. Sofía a duras penas pudo entender algo como “la chica ya esta lista”.

El hombre se mantuvo escuchando muy atentamente al teléfono durante unos minutos, haciendo grandes gestos de asentimiento con la cabeza, después colgó y dijo dirigiéndose a Sofía esta vez en español:

-Mañana vendrán por ti si como dices decides trabajar, así que esta noche y mañana trabajaras aquí. Solo dos cosas preciosa, no folles por menos de ciento veinte euros y no te quedes con los clientes ni un puto minuto si no te invitan a una copa. Ella te enseñara el club -terminó diciendo a la vez que señalaba a la mulata con un despectivo gesto.

Sofía salió de aquella habitación tras la pequeña mujer con la mirada del encargado fija en la parte trasera de su cuerpo.

 

viernes, 2 de agosto de 2013

PRESENTACION DE "La princesa rusa" Capítulo I


“La princesa rusa” es una historia de superación.

Existen submundos de marginación, violencia y corrupción que rodean a las personas normales, sin que estas, en la mayoría de las ocasiones, tengan constancia de ello.

Estos submundos son reales y cualquiera, en algún inesperado momento, puede ser atrapado por ellos.

 

Empecé a escribir “La princesa rusa” ya hace algunos años y conseguí dejarla terminada hace tan solo unos meses.

Desde entonces, de una manera pausada y tranquila, he buscado la posibilidad de publicarla. Pero soy una persona que escribe casi totalmente desconocida, ¿qué editorial apostaría por publicar mi libro? También puede ser que no tenga la suficiente calidad literaria.

Para mi es una buena y entretenida historia.

En cualquier caso, recibí varias ofertas para publicarla, todas ellas de coedición, algunas muy interesantes, pero finalmente he decidido mostrarla en mi blog y de esta manera, “muy íntimamente” iré publicando todos los capítulos.

 

Espero, que a los que comencéis a seguirla, os guste y disfrutéis con su lectura.

 

 

  

                                    De incognito en el infierno

 

Eran casi las siete de la mañana, cuando el potente coche de color oscuro se detuvo delante de uno de los portales de la calle Estrella, dejó bajar a sus tres jóvenes pasajeras y continuó su marcha lentamente.

Una de las tres chicas, levantó su mano y saludó al camarero que las observaba atentamente desde el pequeño y cercano bar situado justo en frente, al otro lado de la calle; el hombre, con una gran sonrisa, le devolvió el saludo muy efusivamente agitando también su mano, no obstante, aquellas y otras bellas jovencitas que entraban y salían prácticamente todos los días de aquel portal, habían hecho que el veterano y regordete camarero, comenzase con un inusual y estimulante agrado sus agotadoras y calurosas jornadas laborales de aquel ardiente y ya, prácticamente terminado verano, además de protagonizar sus más atrevidos y sensuales sueños.

Una de las muchachas, la más bonita de las tres pensó el camarero, mientras sus dos compañeras entraban en el portal, se quedó mirando pensativamente hacia la dirección por la que se alejaba el coche, pero al cabo de unos breves instantes, los músculos de su preciosa cara tornaron para dejar paso a una conmovedora expresión de resignación. Bajó la cabeza y entró en el portal siguiendo a sus compañeras. Era algo que el camarero la había visto hacer en más de una ocasión, y cada vez que la chica realizaba aquel ritual, el hombre se llenaba de deseos de acercarse y poder consolar a la atractiva jovencita, fuese cual fuese su preocupación; sin duda, en uno de aquellos momentos no le hubiese importado abandonar a su mujer y a sus dos hijos y escaparse con la chica para siempre, lejos de todos y de todo.

El camarero también agachó la cabeza con resignación y se dirigió hacia la barra, mientras que al otro lado de la calle se cerraba lentamente la pesada puerta de hierro del portal, dejando dentro de sí a las tres jóvenes mujeres.

Sofía, una vez más, volvió a subir al piso completamente resignada. Seguiría llevando aquella vida que le habían impuesto hasta que alguien decidiese cambiarla. Una vez más, había pensado durante un efímero momento, en ser ella la que, por lo menos, intentase cambiarla. Pero había vuelto a tener miedo de escapar, de huir, de perderse en aquella gran ciudad que apenas conocía. ¿Cuanto tiempo pasaría antes de que la cogiesen? ¿Unas horas? ¿Un día? ¿Dos? Porqué con total seguridad la encontrarían y todo seria aun peor, como cuando llegó a Madrid y se negó a realizar el trabajo y la condujeron a aquel antro.

También podía ir a la policía y... ¿a quién iba a denunciar y de qué? Probablemente a ella misma que no tenía ni un solo papel en regla, ni siquiera de identificación. Lo más seguro es que la metiesen en la cárcel para después deportarla a su país y allí, con toda seguridad la estarían esperando y no precisamente con los brazos abiertos.

Estaba convencida de que no tenia opción, pero al menos y afortunadamente para ella, era capaz de llevar la pesadilla en la que se había convertido su vida con bastante resignación, debido en gran parte a que casi todo en sus 18 años, había sido a base de imposiciones que muy a menudo no eran demasiado gratas, motivo por el que había desarrollado una gran capacidad para aguantar los sin sabores y el sufrimiento con paciencia y serenidad.

Además, algo muy bonito e imprevisto estaba consiguiendo que ella empezase a concebir ciertas esperanzas de que todo podría cambiar muy pronto, y si no, al menos, aquellos últimos sucesos, si que la estaban ayudando a llevar con algo más de paciencia aquella carga.

Pero algo extraño, que por su puesto ella desconocía por completo, tenía que haber pasado en las dos últimas jornadas, y esa naciente ilusión se había convertido también en una enorme preocupación añadida que perduraba en su cabeza y en su corazón con gran intensidad.

Subió al ascensor que la condujo hasta el segundo piso y entró en el apartamento. Tan solo tenía ganas de tumbarse en la cama y dormir durante un día entero por lo menos. Por suerte, había terminado su semana laboral y tenía todo aquel lunes y parte del martes para poder descansar.

Se bebió un vaso de zumo mientras esperaba a que sus compañeras dejasen libre la ducha y cuando ésta estuvo libre, se duchó muy rápidamente y se tumbó en la cama, donde el sueño y el cansancio se apoderaron inmediatamente de ella, sin apenas darla tiempo para pensar en nada.

Sofía ejercía aquel trabajo que la dejaba tan agotada en un chalet a muy pocos kilómetros al norte de Madrid, todos los días de martes a domingo. Pasaban a recogerla junto a sus compañeras, sobre las seis de la tarde, para llevarlas al chalet donde permanecían trabajando hasta las cinco, seis o siete de la mañana del día siguiente.

El trabajar todas las noches una media de diez o doce horas, era lo que realmente la dejaba agotada. Y no tanto el trabajo en sí, al que por supuesto aborrecía, pero que en aquellos dos meses y medio --y sobre todo en aquellos últimos días-- había conseguido hacerlo llevadero, si se podía decir de aquella manera, al fin y al cabo salía a una media de uno o dos “polvos” diarios como decían allí en España, y ella tenía 18 años. ¡18 años! Para una mujer de su edad aquello no era nada, seguramente muchas chicas de su edad la doblarían o triplicarían aquel porcentaje, aunque la inmensa mayoría de ellas lo harían con quien las apeteciese y cuando las apeteciese; ella, sin embargo, tenía que hacerlo cumpliendo unos horarios y con hombres que no conocía y con los que la repugnaba el que tan siquiera la rozasen. Eso había sido lo verdaderamente malo y lo que la había llenado de verdadera amargura y desesperación y había estado a punto de hacer añicos su capacidad de sufrimiento y resignación. 

Poco a poco lo iba soportando mejor, sin duda, gracias a que esa capacidad de aguantar el sufrimiento que había adquirido a lo largo de su vida, había permitido que finalmente, fuese capaz de cargar con la nueva situación.

También la ayudaba a superar su dramática nueva vida en España, tal vez en una pequeña proporción, el que desde el primer momento en que llegó, tenía claro que la mandaban a aquel país tan desconocido a cumplir algún tipo de castigo y aunque ignoraba que clase de castigo la esperaba, tardó muy poco en averiguarlo.

Llegó a Madrid el ultimo día del ya lejano mes de junio, después de un interminable viaje por carretera atravesando toda Europa, en el que paraban solo para comer, hacer sus necesidades, dormir un poco en pequeños hoteles y cambiar de vehículo, imaginaba Sofía que esto último lo hacían para despistar a quien pudiese sospechar de aquel automóvil que transportaba a tres preciosas jovencitas con un increíble aspecto de asustadas y temerosas.

Durante el viaje, sus guardianes las aconsejaron de una manera poco agradable, realizar un curso intensivo de español, consistente en un par de finos libros y varias casettes que ellas escuchaban mediante unos obsoletos y casi inservibles walkmans.

Las pocas palabras y los comentarios despectivos que las dirigieron sus dos guardianes, hicieron que Sofía empezase a imaginar que era lo que pretendían que hiciese, algo que la quedó completamente claro cuando a las pocas horas de llegar a Madrid y sin apenas tiempo para descansar del agotador viaje, la separaron de sus compañeras y la condujeron a un lujoso chalet donde la dejaron en presencia de un delgado y fibroso rubio que tomaba el sol en medio del verde y bien cuidado jardín, completamente desnudo a excepción de unas siderales gafas de sol, junto a una hermosa rubia de ojos de un azul intenso y de un exuberante cuerpo, igualmente desnuda.

El delgado rubio exploró muy minuciosamente durante unos instantes y con una desagradable expresión de burla en su cara, a Sofía, que continuaba llevando la amplia camisa y los anchos vaqueros con los que había partido de su país, donde las temperaturas en aquella época del año eran algunos grados más bajas que en Madrid; aquella vestimenta y el incipiente calor del jovencísimo verano, daban a la chica una inmensurable sensación de agobio y asfixia.

El rubio, sin ningún tipo de pudor, tiró las gafas de sol y se levantó dejando a la vista todo su espigado cuerpo, y en un idioma muy similar al de Sofía, que ésta pudo comprender sin ningún problema y en un tono lleno de ironía e hipocresía, se dirigió a la chica mirándola con una sonrisa igualmente llena de ironía y falsedad.

-¡Hola Sofía! Bienvenida, te estaba esperando. Ya veo que tenían razón cuando me dijeron que eras una chica muy guapa. Bien -prosiguió el rubio-, no sé qué es lo que has hecho ni a quien has cabreado y sinceramente, no me importa nada. Solo sé que tienes que trabajar para mí durante algún tiempo y eso es lo que vas hacer.

El joven y atractivo ucraniano dijo sus últimas palabras con una voz mucho más sincera, fría y amenazante. Después, se acercó mucho más a Sofía y agarrándola de la cintura con sus dos manos, la volvió a hablar con la misma ironía y con su boca muy pegada a la cara de la joven.

-Con esa cara de princesa vamos a ganar mucho dinero Sofía. Sé que eres una chica lista, así que ya sabrás en que va a consistir tu trabajo, ¿verdad preciosa? -preguntó sin aparentemente esperar una contestación de la asustada muchacha que continuaba mirando al suelo completamente afligida y con una increíble mezcla de pánico, incertidumbre y nervios-. Bien, a partir de esta noche saldrás al bar muy arregladita y muy sexy, saludaras a los señores clientes muy cariñosamente y te los follaras a cambio de su dinero, porque follar sabe todo el mundo y mas una chica tan preciosa como tú. ¡Ah! Los señores clientes se merecen todo el respeto del mundo, por eso no me gustaría recibir quejas de ti ¿entiendes Sofía? -la ironía y la hipocresía ya habían dejado paso nuevamente a un tono frío y amenazante-. Pórtate bien y yo me portare bien contigo, cumple con tu trabajo y no tendrás problemas, de lo contrario lo vas a pasar muy mal aquí.

A Sofía se la empezó a formar un amargo nudo en la garganta al mismo tiempo que la invadían unas intensas ganas de llorar. Como ya había imaginado, querían que se prostituyese y la amenazaban para que no se negase. Durante unos instantes estuvo a punto de ponerse de rodillas en el césped y llorar desconsoladamente pidiendo compasión.

-¿Hablas español? -escuchó como la preguntaba el rubio entre la inmensa angustia que la embargaba.

La muchacha hizo un gran esfuerzo por vencer el malestar que la dominaba por completo y recordó el pequeño curso de español que había realizado durante el viaje y que había aprendido bastante bien aun sin prestarle demasiada atención.

-Se algunas palabras -le dijo ahogadamente al rubio con un dócil y dulce tono de voz.

El rubio pareció alegrarse mucho con la respuesta de Sofía y la dijo, hablando otra vez con aquella hipocresía:

-¡Bien, eso está muy bien! Anímate y veras que bien te lo vas a pasar.

El ucraniano hizo un leve gesto con la mano a su rubia compañera que se levantó a toda velocidad, al mismo tiempo que él se volvía a tumbar y decía, como alguien que da por terminada una conversación:

-Helena te enseñara las instalaciones y terminara de explicarte las cosas.

Helena, después de cubrirse con no mucha ropa y poner cara de pocos amigos, se dispuso a enseñar a Sofía las instalaciones donde debería desempeñar su nuevo trabajo.

Sofía la siguió sumisa y enseguida comprobó con bastante asombro, la limpieza y el lujo que había en aquel lugar para llevar a cabo una ocupación a la que durante su vida, ella había prestado muy poco interés y siempre había relacionado con pobreza y marginación.

Vio primero el amplio e impresionante salón-bar, equipado con una barra americana casi tan larga como el propio salón. Poblando gran parte de su superficie, principalmente los rincones, había cómodos sillones acompañados de sus respectivas mesitas, donde dos personas podrían sentarse y tomar unas copas muy entrañablemente.

Subieron al piso de arriba donde se encontraban la mayor parte de las habitaciones, algunas de ellas bastante grandes y con jacuzzi incorporado. Volvieron a bajar al gran salón y salieron, a través de unas grandes puertas de cristal, a una pequeña parte del jardín separado del resto por una alta valla cubierta de espesa vegetación que impedía ver el otro lado. Allí había una pequeña piscina, lo suficiente para que tres o cuatro personas, muy cómodamente, se bañasen o practicasen algún otro tipo de actividad. La piscina estaba rodeada de unas grandes y a la vista, comodísimas tumbonas, donde cogían sobradamente dos y hasta tres personas.

Por último, Helena la condujo a una gran habitación en la parte baja del chalet que hacía las veces de vestuario para las chicas y allí, en un español bastante maltratado, la no muy agradable rubia, puso todo su empeño en que Sofía aprendiese las tarifas de los servicios que allí se ofrecían:”ciento cincuenta euros en la habitación, doscientos en los jacuzzis y la piscina, treinta la copa de acompañamiento y noventa la botella de champan. Quédate bien con estos precios” la dijo con desaire. Sofía, que no comprendía porque aquella chica que no conocía de nada la hablaba de aquella manera tan despectiva, memorizó sin muchas ganas aquellas nuevas palabras y cifras en español. Helena la indicó con el mismo desaire, donde podía coger algunos vestidos prestados hasta que pudiese comprarse los suyos propios y donde podía lavarse y maquillarse; después, la dejó sola en aquella habitación-vestuario, diciéndola sin ningún afecto y con una sonrisa tan falsa como la de su chulo:

-Ponte guapa preciosa, dentro de dos horas tendrás aquí un montón de hombres deseosos de meterte mano.

Sofía pasó el resto de aquella tarde completamente afligida. Aquel increíble malestar no la abandonaba, acompañado de una mezcla de agonía y nervios que la oprimían el pecho de una manera casi asfixiante. Se quedó mirando de una manera inexpresiva, aquellos minúsculos vestidos de finas, transparentes y suaves telas.

Fueron llegando las chicas, todas ellas jóvenes y bonitas, algunas la miraban y la saludaban sin mucho interés, otras no la prestaban la mas mínima atención. Se suponía que debía de arreglarse, ponerse lo más sexy posible y salir fuera, acercarse al primer desconocido que viese, meterse en la cama con él y hacer el amor como si tal cosa. Sofía respetaba a las mujeres que hacían eso voluntariamente solo para ganar dinero, aunque a lo largo de su vida había pensado demasiado poco en aquellas mujeres y en aquella ocupación, pero ella no podía entregar su cuerpo a cualquier hombre, y menos siendo un desconocido. En toda su vida, solo se había entregado a uno y había sido por amor, por verdadero amor, aunque paradójicamente, ese amor hubiese sido la causa de su castigo.

No podía hacer aquello.

Sofía no se puso ningún minúsculo vestido, ni se arregló, ni se maquilló.

Las chicas empezaron a salir al salón-bar mientras ella permanecía sentada frente a los vestidos.

Al poco tiempo, se le acerco Helena con su irónica y maliciosa sonrisa. Cuando Sofía la vio, la anunció simplemente, con los ojos tristes y brillantes y con una voz rota pero dulce y encantadora al mismo tiempo, que no podía hacer aquello.

-Tendremos que ir a ver a Denis -le dijo Helena sin desprenderse de aquella sonrisa-. Ven, por favor.

Sofía, durante toda su vida y a pesar de su juventud, había controlado casi siempre sus emociones de una manera perfecta cuando estas pretendían desbocarse como un caballo sin control después de haber recibido algún duro golpe a sus sentimientos o convicciones, seguramente porque era capaz de entender que no la quedaba más remedio que aguantar los golpes de la vida y que si no era capaz de encajar aquellos golpes con resignación, iba a sufrir aun mucho mas. Pero aquella situación se la estaba escapando de las manos. Se encontraba aterrada e incapaz de controlar sus emociones.

No se dio apenas cuenta, cuando Helena la dejó nuevamente en presencia del rubio delgado y musculoso que la había recibido por la tarde en el jardín sin nada de ropa, que sin duda se trataba de Denis, y de dos hombres más, esta vez en un lujoso y espacioso salón. Se quedó de pie en medio de aquel salón, delante de Denis, temblando y sudorosa; la vino a la cabeza, para aumentar aun mas su temor, que la darían una gran paliza, que la violarían y que la torturarían hasta que decidiese prostituirse. No pudo evitar que una lágrima escapase de uno de sus verdes ojos y resbalase por la suave piel de su mejilla.

Denis la miró nuevamente con aquella falsa sonrisa y con unos ojos brillantes que reflejaban una perversa malicia. Ya no se encontraba desnudo, sino al igual que sus acompañantes, vestido con elegantes ropas veraniegas que resaltaban aun más el atractivo de aquellos hombres.

-Mírame -la dijo sin levantar la voz pero con una gran energía.

Sofía levantó la cabeza y le miró con unos ojos que no podían ocultar el sofocante miedo y descontrol que invadían su cuerpo.

-¿Qué pasa Sofía? Quedamos en que si te portabas bien, yo me portaría bien contigo, ¿recuerdas? Y la verdad es que no empezamos nada bien... Yo se que para algunas de vosotras esto puede resultar algo difícil a lo primero, pero al final os termina gustando. Además, dicen que los españoles follan muy bien. ¡Vamos Sofía! Arréglate y sal ahí, acércate al primer tío cachas que veas y pásatelo bien -terminó diciéndola como el entrenador que intenta animar a su delantero para que meta un gol.

Durante unos interminables instantes de confusión y caos en su mente, la joven meditó sobre la posibilidad de salir al salón-bar. ¿La quedaba acaso otra alternativa? Pero rápidamente volvió a imaginar las manos de un desconocido sobre ella y enseguida sintió como se la revolvía el estomago y una sensación de asco que se mezclaba con el miedo y la confusión.

A pesar de ese malestar físico, consiguió sopesar las palabras del ucraniano y pudo sentir cierto alivio, pues la parecieron reconciliadoras, y aun no la habían dado ninguna paliza.

Su cuerpo y su mente se relajaron un poco y pensó que tal vez podría comunicarse con aquel hombre e intentar que comprendiese sus pesares. Quizá hasta sintiese compasión por ella. Dio un paso con decisión y con las manos sobre el pecho como si fuese a rezar, le suplicó:

-Por favor Denis, haré lo que quieras, limpiar casas, trabajar en el campo, cualquier cosa, pero no me obligues a prostituirme. ¡Te lo suplico! Yo no puedo hacer eso.

Denis no pareció sentir demasiada compasión y en lugar de eso, miró con un claro desprecio a aquella joven y temerosa muchacha de 18 años que mantenía una increíble expresión de miedo y suplica en su hermosa cara, y la dijo con una voz serena y amenazante:

-Tú has venido aquí para trabajar de puta y nada más. Y has tenido suerte de venir a un sitio como este. Pero encima pones pegas y no estás a gusto. Pues muy bien, tú me obligas a hacer esto.

Con un gesto hizo que la escultural Helena, que había permanecido esperando en un rincón muy cerca como si supiese de antemano el desenlace de aquella entrevista, agarrase a Sofía de un brazo y tras decirla “acompáñame querida” con su hipócrita voz, la condujo sin perder demasiado tiempo a un pequeño cuarto donde la dejó encerrada.

Sofía aguardó inmóvil y agazapada en un rincón, en la oscuridad de aquella estancia, con una extraña mezcla de sentimientos en la que sobresalían un intenso miedo cercano al terror, esperanza de que en el último momento tuviesen compasión por ella, y... curiosidad.